A propósito del éxito del Tea Party.
Pablo Rodríguez Gómez. Desde el nacimiento en los EEUU del movimiento Tea Party hasta el éxito de los candidatos republicanos afines a este movimiento en las elecciones parciales de este 2 de noviembre, hemos sido muchos en España los que primero con curiosidad, después con admiración y finalmente, porque no decirlo, con cierta sana envidia; hemos seguido su evolución.
El Tea Party debe su nombre al famoso Motín del Te, cuando en 1773 los ciudadanos de Boston se sublevaron frete a una subida de impuestos aprobada por un rey ávido de poder, Jorge III, y un parlamento donde las colonias no contaban con representación.
Surge espontáneamente en el 2009 como reacción de la sociedad civil frente a la Ley de Estimulo Económico y poco a poco se fue consolidando como la principal oposición a la agenda socialista de la administración Obama. La victoria de Obama había desatado la euforia del progresismo global que creía inaugurada una nueva era donde la izquierda liberal marcaría la agenda política norteamericana frente a un conservadurismo agotado y en retroceso; sin embargo el Tea Party, en menos de dos años ha sabido dar una respuesta original, sin complejos y fiel a su genuina tradición política, que ha llevado al Partido Republicano a conseguir la mayoría en el Congreso y un avance sin precedentes en el Senado, permitiéndole así, vetar las propuestas más radicales del presidente Obama.
La recepción del Tea Party en España y el Spanish Tea Party.
El carácter espontáneo del Tea Party, tan alejado de la falsa naturalidad y alto costo del marketing político de los grandes partidos, ha sido aprovechado por la siempre elitista prensa progresista para ridiculizarlo y tratarlo con la suficiencia acostumbrada. En España a esto le hemos de sumar su total desconocimiento de la realidad norteamericana, metiendo en el mismo saco de “los ultraconservadores del Tea Party” a belicistas neoconservadores y libertarios antiguerra.
En el ámbito de la derecha, se paso de un ejercicio de notable voluntarismo, comparando la tímida respuesta social a las políticas de Zapatero con el Tea Party; a un estado de pesimismo ante la idea que nada parecido al Tea Party se vera en España a medio plazo. Más allá de este pénduleo, que algunos dirán típico de carácter español, es necesario un ejercicio de realismo.
La fuerza y pujanza del Tea Party nace de su identificación con la tradición política del pueblo americano, no en balde su nombre evoca los orígenes de la propia republica Norteamericana, es por esto por lo que ciertos comentaristas políticos ven imposible un Tea Party a la española, por la ausencia de una tradición liberal en nuestro país. Se equivocan, tal tradición liberal existe, nace con la Pepa y desemboca en la actual Constitución, en definitiva en Zapatero. Tal tradición introdujo en España el concepto de Estado, tan ajeno a nuestra histórica forma de gobierno. La supresión de las libertades sociales y regionales, el robo a favor de una naciente oligarquía burguesa y la persecución religiosa; han sido el signo de identidad del liberalismo español. Sin embargo y si al igual que el profesor Dalmacio Negro, por tradición liberal entendemos la tradición occidental de gobierno limitado, esa que ha sabido encarnar el los EEUU el Tea Party, en España hay que buscarla no en los enciclopedista de Cádiz, sino en el tradicionalismo político. Es el carlismo, heredero del ideal político de la Monarquía Hispánica, en su defensa de la Ley Natural, de las costumbres y los pactos privados, los fueros en definitiva, el que encarna en nuestra patria esa tradición de gobierno limitado.
Es precisamente, por esta ignorancia de nuestra propia tradición histórica, por la que el movimiento cívico de la pasada legislatura no aguanta comparación alguna en capacidad de movilizaron y de penetración social con el Tea Party. No obstante, si es cierto que ambos nacen al margen de los intereses de los grandes partidos, desde la sociedad civil portando la bandera de los valores y la independencia. Pero mientras que el Tea Party encuentra en el sistema electoral norteamericano: primarias y circunscripciones unipersonales; una oportunidad de primero, condicionar la política del Partido Republicano y ahora después del 2-N, la política federal; la respuesta cívica en España se estrella constantemente con la rígida estructura de la partitocracia.
Es imprescindible que en España hagamos este doble esfuerzo, el de redescubrimiento de nuestra propia tradición política y el de romper con el monopolio político de los partidos del consenso. Quizá ahí estén las claves que nos permita soñar con un Spanish Tea Party.