Javier Compás. En su artículo “La regresión populista” (http://kioskoymas.abc.es/noticias/opinion/20140119/abcp-regresion-populista-20140119.html) el autor francés Guy Sorman de manera simplista, sesgada y maniquea, contrapone las bondades de la democracia capitalista liberal y su sistema de partidos/empresa actual a lo que él llama populismos, dándole a esta palabra categoría de movimiento político y creando a la vez, un saco donde, con el apelativo citado, mete a separatistas españoles de izquierda y derecha, independentistas de variado pelaje europeo, partidos derechistas varios e incluso neo nazis al estilo de los griegos Amanecer Dorado. El artículo no es más que un discurso descalificador de todo lo que se mueve fuera del aparato del sistema, entendiendo por éste, a los partidos “tradicionales” que, amparados por los poderes fácticos, banca, poderes financieros, etc., se han convertido en máquinas burocráticas al servicio de ellos mismos y sus satélites.
Sorman pretende calificar de populistas movimientos tan alejados unos de otros como CiU de Cataluña o Amanecer Dorado de Grecia, calificándolos a todos de racistas. Para empezar no pienso que haya ningún estudio serio aún que pueda dar carta de verdadero movimiento político con unos criterios identificativos propios a algo que se llame populismo, pues, al fin y al cabo, populismo sería sinónimo de demagogia y, en definitiva, un discurso político a la medida de lo que quiere escuchar el pueblo, ni más ni menos que lo que vienen haciendo los partidos tradicionales a través de la Historia.
Lo que parece que no quiere reconocer Sorman es la existencia de una, cada vez más fuerte, tendencia de la ciudadanía a organizarse contra los corrompidos sistemas partitocráticos actuales creando movimientos políticos que quieren regenerar la Democracia. Ayunos de una participación real en la política de cada día, los ciudadanos están empezando a movilizarse en nuevas formaciones que abogan por “reiniciar”, a la manera del disco duro de una computadora, nuestro sistema político. Formaciones que, hasta que no se demuestre lo contrario cuando alguno llegara al poder, quieren traer más democracia interna a los aparatos de los partidos políticos, participación más cercana de los ciudadanos en la democracia real, listas abiertas, combate a la corrupción y atajar la maraña burocrática y la red clientelar de los actuales partidos parlamentarios, amén de racionalizar la estructura administrativa de nuestro país.
Indudablemente, en una Europa marcada por una profunda crisis de identidad y de valores, el peligro real de culturas “exteriores” que no se avienen a nuestras tradicionales formas de convivencia y el consiguiente choque de civilizaciones, dan pie al surgimiento de algunas formaciones políticas que llevan, entre otras ideas programáticas, la racionalización de una inmigración incontrolada llegada de otros continentes. Esto, unido al paro creciente y al incremento de la inseguridad ciudadana, ha provocado ya más de un altercado inter racial en zonas marginales de algunas ciudades europeas, lo cual requiere indudablemente un tratamiento específico que no se deje influenciar por un buenismo acomplejado que posibilite que el problema se dimensione hasta cotas que sean ya difíciles de controlar.
En algunas ocasiones, esos factores de empobrecimiento en las condiciones de la sociedad del bienestar, ese espejismo capitalista, hace que algunos nativos del país vean en el extranjero de nivel socio – cultural bajo, un elemento perturbador del estado de las cosas que antes marchaban bien, organizándose contra ello en formaciones políticas de corte nacionalista, entendiendo éstas como grupos identitarios prestos a preservar la idiosincrasia social, política y cultural de su país. Pero este nacionalismo es muy diferente a los separatismos regionales como los que sufrimos en España, en este caso, políticos locales de escaso nivel moral pero de alta ambición financiera, emprenden una deriva independentista basada en falsos mitos que han ido tergiversando la historia regional y nacional para crearse un nicho de mercado, un caladero de votos, que los mantenga en sus taifas, aquí el enemigo no es el extranjero, sino el propio compatriota, enemigo inventado en base a una identidad creada a gusto propio.
Concluye el autor del artículo que para impedir el crecimiento de lo que él califica como populismos, hay que usar algo más que palabras, en una arriesgada afirmación que, cayendo en consideraciones peores que las que él mismo argumentan, pueden hacer pensar que Guy Sorman aboga por la imposición, vía legal o algo más expeditivo, de prohibir a los partidos que él considera al margen del sistema “democrático”, o sea, que una cosa es predicar y otra dar trigo.
Javier Compás es Licenciado en Historia, Escritor y Periodista.