Juan Manuel Alesson. Está siendo comentada la comparecencia ante la Comisión de Economía del Congreso de Ada Colau, en su defensa de los afectados por los desahucios de viviendas que se producen en España. A mi juicio fue un acto valiente, bello y necesario. No soy el único que piensa así, uno de tantos españoles que no soportan ver cómo se echa a la calle a una familia a la que previamente se le había abierto la puerta de su vivienda. Si alguien se equivocó más que nadie a la hora de conceder esa hipoteca fue el banco. Es el que estudia la petición, pide garantías, las acepta y accede finalmente a conceder la hipoteca. Por tanto, es el primer responsable. Una vez hecho esto, también la entidad bancaria debería, en buena medida, ‘asociarse’ –como ocurre en el resto de ‘negocios’ de los hombres- al destino de sus hipotecados, porque ese destino coincide en cierta medida con su propio destino. Al conceder el crédito se abre un camino que ambos deberán recorrer paralelamente en el futuro. Pero el futuro es incontrolable, por naturaleza. Si tuviéramos un poder sobre nuestro futuro como para predeterminarlo entonces seríamos Alguien que, obviamente, no somos.
En España ese futuro ha dado un giro de 180 grados. Nada es ya como era hace unos años. Por tanto, no se debe condenar a una sociedad, en su conjunto, por algo de lo que no es culpable ni responsable. Pero, paradójicamente, eso es lo que se está haciendo, a pesar de que los muchos millones de euros que el Gobierno ha entregado a los bancos han salido, en última instancia, del bolsillo de los españoles.
Para que se le deba un crédito a un banco es necesario que, previamente, el banco lo haya concedido. Cuando alguien pide prestado dinero a un banco, nadie obliga al banco a conceder el préstamo, y es responsabilidad única del banco la decisión. Es un negocio entre dos partes. No se puede olvidar que los bancos ganan dinero prestándolo. Esta práctica ha entrañado siempre ciertos riesgos que se trataba de controlar. En cambio, los bancos sorprendieron a todo el mundo con su repentina falta de cautela y con la facilidad extraordinaria con la que concedían créditos a todo el mundo. Nunca había sucedido nada semejante. De este modo, son los bancos los que nos han creado el problema. Ellos solos. Sin embargo, como decía antes, ha revertido como un problema de todos. Muy diferente sería el asunto si sólo afectara a unos pocos. Y para colmo, es toda la nación la que le está resolviendo el problema a los bancos.
Ahora bien, ya que el conjunto de la nación, que son los ciudadanos, no ha dejado quebrar a una mayoría de entidades, ¿por qué estos mismos ciudadanos no merecen un comportamiento recíproco por parte de las entidades? Deberían ser, cuando menos, más respetuosos con sus clientes. Como cualquier empresa está obligada a hacer con los suyos. Como lo son en el extranjero. Los bancos deberían llegar a acuerdos. A muchos más acuerdos, aún. Ser conscientes, en todo momento, de que ellos han creado el problema. Responsables, no verdugos. Una familia puesta en la calle es una canallada.
Estos bancos existen, en parte, gracias a las familias que han sido echadas de sus casas. No en vano, en miles de sucursales repartidas por toda la geografía española han tenido domiciliados sus sueldos esas familias durante más o menos tiempo: a veces, durante toda una vida. Además, es una falta de ética inaceptable. Paralelamente, las preguntas se suceden: ¿de qué sirve a los bancos acumular viviendas vacías? ¿Pretenden, así, darnos a los demás un ejemplo de lo que nos sucedería si dejamos de tomarlos en serio y no respetamos nuestros compromisos con ellos? No parece que sea el camino a seguir, en absoluto. Por otra parte, deberían hacer frente a sus deudas con las comunidades de propietarios, que ya han denunciado el problema. ¿Por qué no les pagan lo que les deben?
Me ha sorprendido la forma en que algunos medios han recogido la noticia, porque no reflejan en absoluto la comparecencia de Ada Colau. Se ha venido a calificar dicha comparecencia como polémica y controvertida. Más o menos sutilmente, se la ha querido ningunear, cuando el espíritu de sus palabras –prístino- no era otro que el de denunciar la inhumanidad de una situación que convierte a España un país del montón. Esas noticias, mal escritas, retorcidas y desvirtuadas, no transmiten la realidad ni el sentido de lo que dicen las imágenes. No obstante, ni los periodistas ni los medios que interpretan y publican así la noticia podrán evitar que una mayoría de españoles esté de acuerdo con la argumentación de Ada Colau, por la sencilla razón de que es verdad lo que denuncia y tiene razón en lo que propone. Ha dicho lo que piensa la mayoría. El hecho de que una parte de la sociedad pueda pagar una hipoteca no resta un ápice de razón al escándalo que han provocado las entidades bancarias en España, con el modo de conducirse que, en numerosas ocasiones, debería ser de cárcel. En otros países, lo son.
En esta crisis hemos conocido el ejemplo de cierto banco norteamericano al que, si no recuerdo mal, se ha obligado penalmente a ‘reconsiderar’ cientos de desahucios en todo el país. Se extralimitaron en sus desahucios. Como en España, pero al revés. Aquí son los jueces quienes piden a los políticos que se modifique la ley. Y los políticos, ¿qué han hecho ellos hasta ahora, además de proteger bancos, banqueros ‘y otros personajes por el estilo’, como escribía Kipling?
Personalmente, soy testigo de un caso, que ha sido denunciado a la propia entidad, donde el director de una sucursal estaba a punto de quedarse con cierta propiedad de uno de sus clientes cuando podía haber solucionado perfectamente el problema. He sabido de casos parecidos. Me consta que la práctica bancaria de determinados sujetos, aprovechándose de la crisis, ha sido de una vileza que no soy capaz de describir con palabras. Obviamente, son la excepción, un caso extremo. Pero ojalá nunca hubiera sucedido algo así.
Los suicidios por desahucio no son presuntos, como he leído en alguna noticia. Son tragedias reales. Sin un desahucio no se habrían producido nunca estos suicidios. No se puede admitir la duda. Como poco, resulta inmoral dudarlo.
No tengo noticia de que en ningún otro país suceda lo que en España. Además, en los países respetuosos con sus ciudadanos esta situación no se produce, porque resulta imposible e inadmisible que se permita a las entidades bancarias actuar como lo hacen aquí. Muchos miles de españoles lo recordamos perfectamente: en algunos casos, llegaban a ofrecer una suma mayor de la que se pedía. Negar este comportamiento, mantenido en el tiempo durante años, es una prueba de cinismo inaceptable.
Ada Colau ha hablado por boca de millones de españoles. Si ahora se comenta lo que ha dicho es porque resulta vergonzante la tragedia familiar que se está viviendo en España, provocada por unos bancos que se volvieron locos dando unos créditos que hoy debemos devolver entre todos. Los que nos concedieron a muchos de nosotros, y el resto de la deuda de las entidades. Sin embargo, todavía no han explicado por qué lo hicieron. Por qué, de repente, decidieron un día abrir el grifo de los créditos y arruinaron la nación entera. También esto supone una notable diferencia respecto a aquellas sociedades civiles verdaderamente civilizadas.