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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Ada Colau, y los “progres” pueden dar la puntilla al Estado de Derecho

“El secreto del agitador es hacerse tan estúpido como lo son sus oyentes con el objeto de que éstos crean que son tan listos como él” (Karl Graus)

 
Miguel Massanet. Seguramente es una condición inherente a cualquier crisis o puede que, en este caso más concreto como es el de España, todo ello forme parte de un estudiado plan de la izquierda, que no sabe ejercer su papel democrático de oposición cuando pierde las elecciones. Probablemente, si se tratara de una persona de la talla de Cayo Lara, nadie debiera de preocuparse ya que, sus métodos de captación de afiliados a su partido son tan burdos, evidentes, manidos y demagógicos que, cualquier ciudadano con no muchas luces, es capaz de adivinar lo que se esconde bajo su pretencioso lenguaje y su notoria ignorancia, como no sea en lo que hace referencia a las habituales y trasnochadas argumentaciones del viejo estalinismo soviético. Sin embargo, cuando se trata de nuestro conocido Rasputín del PSOE, el señor Pérez Rubalcaba y sus hábiles artimañas para enredar, enmarañar, crear confusión y usar el engaño con particular perfección, entonces podemos esperar de él cualquier estrategia para arrimar el agua a su molino que, en esta caso, no es más que recuperar, o al menos intentarlo, el poder que no supo defender en las urnas, en las últimas legislativas.
 
Es obvio que, entre las estrategias de la izquierda, quizá la que más han venido usando, desde que la mayoría del PP en el Parlamento y el Senado les impide conseguir coaliciones en ambas instituciones, que les permitan obstaculizar la acción del Gobierno; es la de sacar a la gente a la calle ( es obvio: con cinco o diez mil  sujetos que quieran crear ruido, destrozos y lanzar alaridos ya hay suficiente para que se pueda argumentar, interesadamente, que el pueblo está en contra de cualquier medida que el Gobierno, dentro de sus competencia y con el apoyo de una clara mayoría ciudadana, pretenda poner en práctica. Es la técnica de manejar las masas.
 
Y es que, señores, llega un momento en que la frecuencia con la que se producen estas algaradas callejeras ( en el 2.012, en Madrid, se produjeron 3.419 manifestaciones un 74% más que en el 2011, con el gobierno socialista), la facilidad con la que estos grupos organizados, expertos en el manejo de descontentos, han podido tomar las calles y causar el terror en las mismas; así como la colaboración de los sectores progresistas, con los que se han sabido repartir los respectivos roles al efecto de que, cada sector, con especial protagonismo del de la farándula que, al quedar huérfano de su habitual protector y subvencionador, el PSOE, han vuelto a sacar de sus sarcófagos a personajes como la señora Bardem, al Billy Toledo, a la familia Diego en pleno y a toda esta retahíla que se han auto atribuido la representación de la cultura en España aunque, algunos de ellos, mas bien  parecen salidos de una escuela de párvulos.
 
Como decía, ya se ha convertido en rutina y no sólo en la cuestión política, que también y de forma especial; si no que, cualquiera que no esté de acuerdo con una sentencia de un tribunal que le afecte, estime que la policía no ha trabajado bastante en el problema que le aqueja o piensa que se deberían cambiar leyes vigentes porque no le parecen las más adecuadas, no tiene mas que buscarse un par de comparsas, habilitar algunas pancartas, armarse de un altavoz y salir a las calles para proclamar, a voz en grito, sus cuitas, lamentarse de ellas y hacer todo el ruido posible para que, al poco rato, ya haya algún partido político dispuesto a sacar provecho de aquella ocasión que se le presenta de hacer leña contra el ministro al que le corresponde aquella cuestión y, por elevación del propio Gobierno.
 
Ahora, tenemos a una nueva espontánea que dice “no querer entrar en política” pero se ve a la legua que está haciendo lo posible para hacerlo, esta tal Ada Colau, catalana, activista de hace años, que ha encontrado el modo de hacerse notar poniéndose a la cabeza de la lucha contra los desahucios (PAH) está consiguiendo, al modo de Cohn Bendit y otros semejantes titiriteros de la izquierda, en la Banliueu de París del mayo de 1.968; iniciar una guerra a muerte contra los desahucios, utilizando para ello los casos más extremos, los que más conmueven las conciencias de los ciudadanos y las coincidencias (vayan ustedes a saber  la serie de circunstancia que puedan haber influido en tan macabras decisiones) de varios suicidios que les han venido de rechupe a quienes están empeñados en, aprovechando la mala situación del país, intentar cargarse, de un plumazo, todas las garantías que, para los acreedores (aparte de los evidentes abusos que puedan haber cometido las entidades bancarias en cuanto a recargos o intereses leoninos), establece la vigente Ley Hipotecaria.
 
Porque, la realidad es que el Gobierno ya había promulgado un Decreto anti-desahucios destinado a paliar “casos extremos” que iba a llevar al Parlamento para tramitar la oportuna Ley. Aquí se ve la “oportunidad” de la señora Colau de presentar las firmas de un millón y medio de ciudadanos para promover la iniciativa ciudadana, cuando ya se estaba tramitando la propuesta del PP. ¿Algo para presionar al Ejecutivo? , ¿Una acción coordinada con el PSOE? Saquen sus propias conclusiones. El PP ha votado a favor de admitir a trámite el engendro de la Colau. Puede que haya sido un gesto político de cara a la galería pero, sin duda, establece un precedente más que peligroso porque, a partir de ahora, ya verán ustedes como se multiplican esta iniciativas que, por otra parte, al menos lo esperamos así, no hagan perder la sensatez a los legisladores porque, si bien hay abusos que eliminar en la ley; hay que clarificarla de modo que, cuando una persona firma el documento sepa a lo que le obliga; no podemos olvidar que corre peligro de poner de cabeza abajo todo el sistema, encareciendo las futuras hipotecas e incluso que acaben por desaparecer, si a las entidades prestamistas se les ponen condiciones que alteren de forma sustancial las garantías que debe conllevar cualquier contrato libremente aceptado por ambas partes.
 
Si es cierto que se pueden dar casos muy lamentables, a los que el Estado, de forma transitoria, mientras dure la crisis, debe darles solución; no es menos cierto que el hecho de que a algunas personas se les pudiera engañar con una información deformada; la mayoría de las que firmaron hipotecas lo hicieron porque no querían  pisos en alquiler y se metieron en hipotecas a 20, 30 y hasta 40 años sin tener la certeza de poder llegar a pagar todos los plazos. También los hubo que, además de la hipoteca, se endeudaron, dadas las facilidades que se les daban, comprándose coches de alta gama o pisos demasiado caros para su estándar de vida. Es muy fácil y demagógico cargarles todas las culpas a los bancos sin tener en cuenta que, en España, debido a nuestra especial idiosincrasia, parecía que el que no tenía un piso en propiedad no era nadie; que un chico de 18 años ya se creía que podía exigir un piso para irse a vivir con su pareja y, además, un coche. ¿Quién tiene la culpa de todo ello? Evidentemente una generación que pensaba que la vida era un chollo y que no era necesario esfuerzo, tesón, estudios, trabajo y sacrificio para ganarse el sustento. De este tipo de pensamiento se han derivado los males que padecemos ahora que, sin disculpar a los banqueros, tampoco les podemos atribuir la crisis solamente a ellos. O así lo veo yo, señores, desde la mirilla de observador de la sociedad.