Alimento de vida eterna
Miguel Rivilla San Martin. Jesús se ha querido quedar realmente presente y para siempre, en el sacramento de la eucaristía, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. No sólo para ser adorado, sino, sobretodo, para ser la fuente de vida sobrenatural de todos los que se acerquen al sacramento con verdadera fe y amor.
Los signos del pan y del vino con los que Cristo se nos entrega en el banquete o cena eucarística, nos están indicando que el Señor Jesús ha querido significar en ellos la vida sobrenatural, que ha venido a dar a los hombres.
Nadie puede tener vida natural sana, si prescindiese del adecuado alimento, incluso diario. Sin la comida, no puede haber vida física. Dígase otro tanto, de los que prescinden del alimento sobrenatural que es el cuerpo y la sangre de Cristo. Se quedan sin defensas para hacer frente a los agentes de muerte que acechan el alma. La anemia, las bacterias y los microorganismos portadores de muerte, que pululan por doquier, dejan mermadas sus defensas, la vida de gracia de Dios se pierde y la muerte hace su presa por el pecado grave en el alma del cristiano que no comulga el cuerpo de Cristo.
La vitalidad espiritual de una persona o de una comunidad, así como la de la Iglesia entera, gira toda ella alrededor del alimento de vida que es la eucaristía.
Frente a la corriente poderosa de la así llamada cultura de muerte, que arrastra cuanto encuentra a su paso, matando el cuerpos y el espíritu del hombre actual, no existe mejor remedio, antídoto y defensa que la eucaristía, alimento de vida eterna que propicia la verdadera cultura de la vida.