Ante la concentración en Madrid por la libertad de Asia Bibi
¡Sacadme de aquí!
Ante la concentración frente a la embajada de Pakistán pidiendo la libertad de Asia Bibi, reproducimos un fantástico artículo que Blas Piñar escribió sobre este mismo asunto. no tiene desperdicio.
Blas Piñar. Este es el grito que nos llega, no obstante la distancia, desde un país que está muy lejos de España, de Paquistán. Allí, una mujer analfabeta, casada, con cinco hijos, y cristiana, lleva, sentenciada a muerte, y muerte en la horca, acusada de “blasfemia”, dos años en la cárcel. La “blasfemia”, según la imputación, consistía en ofrecer agua en una vasija, a sus compañeras, con las que, en un día de mucho calor, trabajaba en el campo. Beber agua ofrecida por un cristiano les hubiera hecho impuras y el ofrecimiento era una tentación que no se podía tolerar.
En un libro, cuya lectura es apasionante, puede leerse lo que dijo, Asia Bibi a Anne-Isabelle Tullet: “He sido juzgada por ser cristiana. Creo en Dios y en su enorme amor. Si el juez me ha condenado a muerte por amar a Dios, estaré orgullosa de sacrificar mi vida por El”
Conmueven estas palabras, como estas otras: “nadie me escucha aquí, así que espero que mi débil voz sea escuchada más allá del Paquistán”
Yo soy, precisamente, uno al que ha llegado esa voz, y no quiero dejarla sin respuesta. No le llegará ciertamente, pero espero que la tenga una oración que haga efectivo su “Sacadme de aquí”, como con letras rojas grita Asia Bibi.
El que respondió a ese grito, fue el Papa Benedicto XVI, que dijo: “Pienso en Asia Bibi y en su familia, y pido que le sea devuelta la libertad” Que yo sepa, Asia Bibi, para la cual también se ha solicitado el indulto, sigue en su celda, de poquísimo espacio, oscura, húmeda y fría.
No se trata de un hecho aislado, porque en el tiempo en que vivimos se persigue y se denigra a la Iglesia Católica en los países islámicos. El paso de la tolerancia a la libertad religiosa del Concilio Vaticano II ha sido poco útil, hasta el punto de incendiarse los templos y asesinar a católicos, y a cristianos no católicos, sin que se produzca una protesta y se reaccione con energía en las naciones donde esa libertad religiosa se respeta.
Así lo hacía constar, y como desgracia, Benedicto XVI en su último discurso al Cuerpo diplomático: “En muchos países los cristianos son privados de sus derechos fundamentales y marginados de la vida pública, y en otros sufren ataques violentos contra sus iglesias y sus casas”
A la condena a muerte de Asia Bibi, han seguido en Paquistán dos asesinatos: el del gobernador Salman Tasser, musulmán, que la visitaba en la cárcel y la protegía, y la del ministro de las minorías religiosas, Shahbaz Bhatti, católico, que también fue a verla y que también protegía a su familia.
El sobresalto y la pena de Asia Bibi por este doble asesinato, y por defender, en el fondo, la libertad religiosa de quien se confiesa católica, es comprensible. Al gobernador le llama “hombre bueno”, y al ministro católico lo considera un mártir.
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Estamos en presencia de un nuevo intento de islamización de Europa, que actualiza otros que la historia nos muestra: la invasión de España para penetrar en Europa, que se detuvo con la Reconquista, y los que se intentaron, desde el Este, por mar y por tierra, fracasadas, por la victoria de Lepanto, o por la retirada de las cercanías de Viena.
La situación presente, es más grave, y el proyecto actualizado aventaja a los otros; y ello por las siguientes razones, a saber:
Porque hoy, a través de inmigraciones masivas, los mahometanos fundamentalistas tienen en Europa verdaderos caballos de Troya, es decir, colaboradores internos en las naciones del continente, que facilitarían la invasión armada.
Porque Europa, al renunciar a sus raíces cristianas, ha perdido la virtud de la fortaleza que precisa, tanto para oponerse y rechazar con energía a la invasión armada, como al apoyo interior a la misma.
Porque la política exterior de las grandes potencias occidentales, después de la segunda guerra mundial, ha estimulado el proyecto invasor, que parecía olvidado por la convivencia pacífica en la mayoría de los Estados confesionalmente mahometanos. En países, como Paquistán o Irak, había ministros católicos en sus gobiernos, y estos se mostraban prooccidentales. Ello no obstante, la presión exterior hizo posible y viable cambios de régimen y de gobierno, que han llevado al poder a los fundamentalistas, y han hecho fuerte el terrorismo.
Porque, en vez de prevenir y alertar a los europeos para que reaccionasen ante la amenaza de invasión, se ha calificado y disfrazado de primavera árabe lo que no es otra cosa que un movimiento bien coordinado, para lograr un frente común dirigido por los fundamentalistas para islamizar Europa.
Porque la tremenda debilidad de las economías europeas, fruto de la crisis moral evidente del capitalismo de especulación, afecta a lo que se llama “moral del soldado”, al mismo tiempo, que lleva consigo un recorte de los presupuestos de defensa.
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Me parece oportuno recordar lo que el arzobispo de Esmirna Giuseppe Bernardini, dijo en el Sínodo de Obispos para Europa, hizo llegar al público la Agencia EFE, y puede leerse en “La Razón”, de 14 de octubre de 1.999:
“Durante un encuentro oficial sobre diálogo islámico cristiano, un destacado dirigente musulmán se dirigió a los cristianos presentes y sin inmutarse les dijo: `Gracias a vuestras leyes democráticas os invadiremos y gracias a vuestras leyes religiosas os dominaremos´. Contó también el caso de un empleado musulmán en un monasterio católico de Jerusalén que dijo a los religiosos: ´nuestros jefes han decidido que todos los infieles deben ser asesinados, pero ustedes no tengan miedo, porque les mataré yo sin hacerlos sufrir´.
Hay que distinguir entre la minoría fanática y violenta y la mayoría tranquila y honesta, pero esta última, ante una orden dada en nombre de Alá o del Corán, marchará siempre compacta y sin vacilaciones. Por lo demás, la historia nos enseña que las minorías decididas siempre logran imponerse a las mayorías silenciosas”.
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Al “!Sacadme de aquí!”, grito lacerante que nos conmueve: nosotros podríamos agregar, inspirados en una súplica de Santa Teresa de Jesús, ante las calamidades de su tiempo: “No permitas, Señor, mas daños al cristianismo”.