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Diario YA


 

¿DÓNDE ESTÁ EL LÍMITE?

Ante la demanda al estado chileno ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos

Max Silva Abbott. Como se sabe, el estado chileno ha sido demandado ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos por el conocido caso de la jueza lesbiana a quien la Corte Suprema quitó la tuición de sus tres hijas, en atención a las secuelas que podrían sufrir estas últimas fruto de la convivencia de la madre con su pareja y las niñas bajo el mismo techo. Y en atención a que en dicho juicio podrán intervenir todas aquellas instituciones nacionales e internacionales que quieran solidarizar con la causa, el debate no sólo será largo, sino sumamente intenso.
 
                Ahora bien, si se analiza la completa liberalización de la sexualidad de los últimos cuarenta años, no puede dejar de percibirse una abierta contradicción con ciertas corrientes ecologistas que consideran que el hombre es una parte más de la naturaleza, sometido a sus mismas leyes. Esto, porque si la naturaleza tiene su orden propio, cuya vulneración es dañina e incluso inmoral, el hombre como parte de ella, también debiera tenerlo.
 
                En efecto, de ser coherentes con esta adulación de (e incluso mimetización con) la naturaleza que nos rodea, o si se prefiere, con esta idolatría de la ecología, sería forzoso concluir que no existe un uso más antiecológico de la sexualidad que el que se está dando hoy, tanto por la anticoncepción en sus múltiples formas (una de cuyas consecuencias inevitables es la aceptación del aborto), como por las variadas manifestaciones de la misma. A fin de cuentas, pareciera que en este campo no existiera la más mínima pauta de conducta u orientación, y que en el fondo, todo está permitido; sobre sus premisas, que elevan la libertad individual a la categoría de diosa decidora respecto del bien y del mal, es sólo cuestión de tiempo para que conductas que hoy pueden parecer de mal gusto, anormales o incluso horrorosas, sean a la postre legitimadas.
 
                Dicho de otro modo: desde que se separa artificialmente la sexualidad de la procreación por medio de la anticoncepción, se priva a la sexualidad de su función principal; en parte por ello al mismo tiempo se han hecho los esfuerzos más sorprendentes por lograr la reproducción al margen de ella. Y por ende, desprovista de este principal (y por tanto, natural, o si se prefiere ecológico) punto de referencia, la sexualidad acabará justificándose sólo en atención al placer que ella produce, de lo cual se infiere que toda forma de placer derivado de la misma se torna igualmente legítimo y defendible, y por el contrario, cualquier impedimento, como arbitrario y discriminatorio.
 
                En realidad, no es aventurado profetizar que esto es como una bola de nieve que crecerá en el futuro, una auténtica revolución cultural, una reingeniería sexual de nuestra sociedad, cuyos límites son aún difíciles de prever, pero que razonablemente apuntan a una completa liberación en este campo. La pregunta es, entonces, qué nos deparará el futuro ante este nuevo escenario, no sólo porque no todo uso de la libertad es indiferente (no siendo la sexualidad la excepción), sino además, porque por mucho que lo neguemos en este campo, es imposible que no terminemos cosechando lo que sembramos. La ecología (una ecología humana, en este caso) aquí es inevitable; o si se prefiere, es una simple aplicación analógica de la ley de Lavoisier según la cual, nada se crea, nada se destruye, todo se transforma, a la postre.