Manuel Parra Celaya. Me cae bien el ministro José Ignacio Wert, aunque solo sea para llevar la contraria al resto de los mortales que salen en la tele y tienen cancha en los periódicos. Me gustan sus desplantes a la progresía irredenta, que me dan la impresión de que se le da un ardite mantenerse en su poltrona ministerial y, como decimos los catalanes, es partidario de “anar per feina” (ir por la tarea). Pero, especialmente, me encanta su predisposición a hundir las manos en la porquería del sistema educativo legado por los socialistas y sus propios compañeros de partido de épocas vergonzantes. En cuanto a lo que pueda salir de esta nueva reforma, eso es otra cosa y ahí empiezan mis dudas.
Muchos de sus proyectos más impopulares entre la izquierda, los Sindicatos de Estudiantes del pesebre y las asociaciones de papás y mamás de idéntica cuerda y subvención, me parecen necesarias y justas: exigencia en las aulas, 4º de E.S.O. diversificado y orientativo, reválidas al finalizar las etapas escolares de Primaria y Secundaria… Y también me parecería justa y necesaria la medida de que le acusan sus feroces adversarios y que, al parecer (porque en política nunca se sabe) nunca estuvo entre sus intenciones: devolver las competencias educativas al Estado para evitar que cada Autonomía siga convirtiendo la Enseñanza en adoctrinamiento de parcialización, en el mejor de los casos, o en odio a España, en según qué lugares.
Se ha publicado bastante en los periódicos (de derechas, porque la izquierda calla y otorga) sobre las aberraciones de los libros de texto. Todo lo publicado es cierto y mucho más, porque no se trata solo de la letra impresa sino de la impronta que da el profesor, previamente adoctrinado él en las aulas universitarias del Sistema.
Si Ortega decía que “la historia cayó en manos de los progresistas liberales, de los darwinistas y de los marxistas” (La Atlántida. Vol. II. Pág. 938. Espasa Calpe 1936), ahora podríamos decir algo similar aplicándolo al conjunto de disciplinas humanísticas, con honrosas excepciones.
En seguimiento de las directrices de Gramsci, desde hace mucho (antes de la Transición, por supuesto), la función del profesorado pasó de la educación al adoctrinamiento. En ocasiones, con total conciencia de lo que se estaba haciendo; como experiencia personal, recuerdo a un profesor de Pedagogía que nos conminó –estoy hablando de 1972- a responder en los exámenes “según la interpretación del Materialismo Dialéctico e Histórico”, ya que él no admitía otra válida, y, de no entrar por sus horcas caudinas, nos podíamos dar por suspendidos.
En otros casos, el adoctrinamiento se daba de forma inconsciente, casi refleja, pues maestros y profesores se limitaban a repetir aquello que les había sido transmitido en la Escuela Normal y en la Universidad. En las regiones (aún no Autonomías) donde subyacía el nacionalismo, este era otro elemento obligado de la transmisión ideológica, fuera bajo la capa de Conocimiento del Medio, de la Geografía, de la Historia, de la Lengua… Estamos hablando de casi medio siglo de bombardeo incesante de carácter ideológico en la Educación Formal; si añadimos el influjo decisivo de los medios de la llamada Educación Informal (TV, prensa…), suenan a sarcasmo las acusaciones vertidas sobre don José Ignacio Wert de pretender “ideologizar la Enseñanza”.
Somos conscientes de que en el ámbito de las Humanidades es difícil discernir entre la objetividad científica de la materia y la humana subjetividad de la libertad de cátedra; me imagino que mis alumnos advierten a la legua mis preferencias literarias por los clásicos y me escaso entusiasmo por el romanticismo… Sería deseable que aquella prevaleciese, por prurito de profesionalidad, pero el ser humano es como es y no cabe darle vueltas. Lo que ha ocurrido es que esa subjetividad ha sido, hasta ahora, unidireccional, con un tono político y de pensamiento monocolor (o bicolor, si tenemos en cuenta la prédica nacionalista).
La estructura y la metodología también han respondido a esta unidireccionalidad: escuela “comprensiva”, pérdida de la disciplina en las aulas, abajamiento de niveles, “buenismo”, persecución de la excelencia… En cuanto a los contenidos, la apuesta más radical la representó la Educación para la Ciudadanía, adoctrinamiento sin tapujos de los gobiernos de Zapatero. Como antes decía, es que no podemos caer más bajo…
Cualquier operación quirúrgica para intentar mejorar al enfermo (sírvanos el diagnóstico PISA, por ejemplo), ya será buena. Ojalá los proyectos del Sr. Wert no queden en eso, en meros proyectos y sea capaz de transformar como un guante nuestra malhadada pedagogía y la nefasta estructura educativa que la sustenta, que nos ha llevado a ser la nación europea en que la incultura funcional es signo de progresismo.