Benedicto XV: Corto mandato pero gran pontificado
Javier Paredes. El protagonista de hoy es el papa Benedcito XV, que nació el 21 de noviembre de 1845. Benedicto XV, cuyo nombre de pila fue el de Giacomo Paolo Battista della Chiesa, es el menos conocido de todos los pontífices de los dos últimos siglos a pesar de que, por la importancia de sus decisiones como sucesor de San Pedro, su corto mandato al frente de la Iglesia -siete años, cuatro meses y veinte días- forma también parte de los grandes pontificados de la Edad Contemporánea. Nació en Génova en el seno de una familia de la nobleza italiana. Sus padres fueron los marqueses Giuseppe della Chiesa y Giovanna Migliatori. Algunos biógrafos describen su infancia como la de un niño listo, reflexivo y reservado. Contra lo habitual de aquellos años, realizó los estudios civiles antes que los eclesiásticos. Hizo el bachillerato en el liceo de Génova, Danovaro e Giusso. Al concluir estos primeros estudios y manifestar a su padre sus deseos de hacerse sacerdote, éste le puso como condición que antes de ingresar en el seminario cursase la carrera de Derecho. Y en efecto, en la Universidad de Génova consiguió el doctorado en Derecho (5-VIII-1875). Salvada la resistencia paterna, meses después de doctorarse, ingresó (16-XI-1875) como seminarista en el colegio de Capranica, para iniciar los estudios eclesiásticos en la Pontificia Universidad Gregoriana. Cumplidos ya los 33 años fue ordenado sacerdote (21-XII-1878) e ingresó en la Academia de Nobles Eclesiásticos, aplicándose al Derecho Canónico, disciplina en la que también consiguió doctorarse.
Por su excelente formación como jurista comenzó a trabajar como auxiliar en la Secretaría de Estado, donde conoció a Mariano Rampolla (1843-1911). Así surgió entre los dos una amistad de por vida y desde entonces sus carreras eclesiásticas discurrieron en paralelo, de modo que cuando Rampolla fue nombrado nuncio de España, en 1882, se llevó a Madrid a Giacomo della Chiesa como secretario particular. Compaginó sus quehaceres en la nunciatura con el desempeño de su ministerio sacerdotal y dio muestras admirables de caridad con los enfermos afectados por la epidemia de cólera que se desató en 1885.
Cuando Rampolla fue nombrado Secretario de Estado por León XIII, en 1887, Giacomo della Chiesa regresó a Roma como minutante; en realidad, se convirtió en el secretario particular y hombre de confianza del cardenal Rampolla. Así se explica que, a pesar del poco relieve del cargo de minutante, durante estos años se le encomendaran trabajos de cierta responsabilidad, como el de las relaciones de la Secretaría de Estado con los periodistas o se le enviara a Viena en dos ocasiones (1889 y 1890) para realizar misiones diplomáticas. Es más, a punto estuvo de ser nombrado arzobispo de Génova, pero fue el mismo Rampolla quien se opuso por pensar que Giacomo della Chiesa era más útil para la Iglesia en el humilde puesto que desempeñaba en la Secretaría de Estado que en la sede genovesa. Permaneció en dicho cargo hasta 1901, año en que fue promovido como sustituto de la Secretaría de Estado. Tras la elección de San Pío X (1903-1914), su protector y amigo fue sustituido por un nuevo Secretario de Estado, Merry del Val (1865-1930), quien mantuvo en sus cargos a los colaboradores de Rampolla, Pietro Gasparri (1852-1934) y della Chiesa. Como hiciera en Madrid, durante su permanencia en las oficinas diplomáticas de la Santa Sede, compaginó su trabajo con la atención de almas. Hasta 1907, dirigió algunas asociaciones piadosas de Roma y dedicó muchas horas a recibir confesiones, como recuerda una placa del confesionario que él solía utilizar en la iglesia de San Eustaquio.
En 1907 hubo que cubrir la vacante de Bolonia, una sede comprometida por las tensiones políticas y religiosas que allí se habían desatado, lo que hacía muy difícil acertar en la elección del candidato. San Pío X pensó en Giacomo della Chiesa como la persona idónea, a sabiendas de que le lloverían las críticas por parte de quienes por transformar su sacerdocio en mera burocracia clerical no alcanzan a ver la dimensión sobrenatural de la Iglesia y reducen ésta a una plataforma humana de promoción personal y luchas de banderías. Y desde luego que, juzgado sólo a lo humano, el nombramiento del antiguo colaborador de Rampolla como arzobispo de Bolonia suponía apartarle de su prometedora carrera diplomática. Fue inútil que, para desvanecer este tipo de interpretaciones, fuera el propio San Pío X quien le consagrara obispo (22-XII-1907) en la capilla Sixtina, en presencia de Rampolla, Merry del Val y todo el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Sin embargo, el tiempo vino a dar la razón en lo acertado de la elección, pues el nuevo arzobispo realizó un magnífico trabajo, ganándose el afecto de todos por su bondad y su intensa actividad en la diócesis. Organizó congresos diocesanos y peregrinaciones, visitó todas y cada una de las 390 parroquias, y se puso a disposición de cualquier fiel que quisiera acudir a su confesionario donde era bastante fácil encontrarle. San Pío X le manifestó expresamente por escrito la satisfacción que le producía el desempeño de su cargo como arzobispo de Bolonia, lo que quiso reconocerle al nombrarle cardenal (25-V-1914). Dicho nombramiento hizo posible que sólo cuatro meses después pudiese participar en el cónclave, del que saldría elegido como Vicario de Cristo en la tierra.