Benedicto XVI: "Que la luz de Belén toque el corazón de los hombres"
Redacción Madrid. 25 de diciembre.
El Papa Benedicto XVI pidió ayer que nos acordemos esta Nochebuena de una manera especial de los niños a los que se les niega el amor de padres, de los de la calle, de los niños-soldado y de los que sufren abuso de cualquier tipo.
"Cada niño reclama nuestro amor. Pensemos en esta noche de modo particular en aquellos niños a los que se les niega el amor de los padres; en los niños de la calle que no tienen el don de un hogar doméstico; en los niños que son utilizados brutalmente como soldados y convertidos en instrumentos de violencia, en lugar de poder ser portadores de reconciliación y de paz; en los niños heridos en lo más profundo del alma por medio de la industria de la pornografía y todas las otras formas abominables de abuso", dijo el Santo Padre en la Homilía pronunciada durante la Misa del Gallo en conmemoración del nacimiento de Jesús en la Basílica de San Pedro.
Benedicto XVI explicó a renglón seguido que el Niño de Belén es un "nuevo llamamiento" que se dirige a los hombres para que hagan "todo lo posible con el fin de que termine la tribulación de estos niños". Se trata, añadió el Sumo Pontífice, de "hacer todo lo posible para que la luz de Belén toque el corazón de los hombres".
No en vano, consideró el Papa, "solamente a través de la conversión de los corazones, solamente por un cambio en lo íntimo del hombre se puede superar la causa de todo este mal, se puede vencer el poder del maligno". Así, "sólo si los hombres cambian, cambia el mundo y, para cambiar, los hombres necesitan la luz que viene de Dios, de esa luz que de modo tan inesperado ha entrado esta noche".
"MISERIA DE UN NIÑO SIN POSADA"
Por otra parte, Benedicto XVI, sobre la lectura del salmo (113 [112],5s), relató que en la noche de Belén, Dios se inclina con "un realismo inaudito y antes inimaginable" porque viene a la Tierra como un niño e incluso rodeado de "la miseria del establo, símbolo toda necesidad y estado de abandono de los hombres".
"Se hace pequeño y necesitado del amor humano" y se halla en "la nube de la miseria de un niño sin posada", pero "nube de la gloria". "¿De qué otro modo podría aparecer más grande y más pura su predilección por el hombre, su preocupación por él?", se pregunta el Pontífice, quien ensalza que "nada puede ser más sublime, más grande, que el amor que se inclina de este modo".
También se refirió al relato de la Natividad según San Lucas, otra de las lecturas de la Misa del Gallo, que recuerda "repetidamente y con urgencia creciente" la "invitación a la vigilancia, a permanecer despiertos para percibir llegada de Dios y estar preparados para ella".
En este punto, vuelve el Santo Padre a situar a Dios en el establo: "Su gloria está en la tierra, es la gloria de la humildad y del amor. Y también: la gloria de Dios es la paz. Donde está Él, allí hay paz. Él está donde los hombres no pretenden hacer autónomamente de la tierra el paraíso, sirviéndose para ello de la violencia. Él está con las personas del corazón vigilante; con los humildes y con los que corresponden a su elevación, a la elevación de la humildad y el amor. A estos da su paz, porque por medio de ellos entre la paz en este mundo".
Asimismo, recordó Benedicto XVI al pueblo de Belén y pidió por la paz en el territorio: "Pensemos en aquel país en el que Jesús ha vivido y que tanto ha amado. Y roguemos para que allí se haga la paz. Que cesen el odio y la violencia. Que se abra el camino de la comprensión recíproca, se produzca una apertura de los corazones que abra las fronteras. Qué venga la paz que cantaron los ángeles en aquella noche".
CALENDARIO VATICANO
Según el calendario vaticano de celebraciones navideñas, el 31 de diciembre, a las 18 horas, el Papa celebrará en San Pedro el 'Te Deum' de gracias por el año transcurrido.
El 1 de enero, a las 10 horas, Benedicto XVI celebrará, en San Pedro, la Misa por la Jornada mundial de la Paz.
Por otra parte, el 6 de enero, también en la basílica vaticana, el Santo Padre celebrará, también a las 10 horas, la Misa de la Epifanía, y el domingo, 11, en la Capilla Sixtina, bautizará a varios recién nacidos.
TEXTO ÍNTEGRO DE LA HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Queridos hermanos y hermanas:
«¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?». Así canta Israel en uno de sus Salmos (113 [112],5s), en el que exalta al mismo tiempo la grandeza de Dios y su benévola cercanía a los hombres. Dios reside en lo alto, pero se inclina hacia abajo... Dios es inmensamente grande e inconmensurablemente por encima de nosotros. Esta es la primera experiencia del hombre. La distancia parece infinita. El Creador del universo, el que guía todo, está muy lejos de nosotros: así parece inicialmente. Pero luego viene la experiencia sorprendente: Aquél que no tiene igual, que «se eleva en su trono», mira hacia abajo, se inclina hacia abajo. Él nos ve y me ve. Este mirar hacia abajo es más que una mirada desde lo alto. El mirar de Dios es un obrar. El hecho que Él me ve, me mira, me transforma a mí y al mundo que me rodea. Así, el Salmo prosigue inmediatamente: «Levanta del polvo al desvalido...». Con su mirar hacia abajo, Él me levanta, me toma benévolamente de la mano y me ayuda a subir, precisamente yo, de abajo hacia arriba. «Dios se inclina». Esta es una palabra profética. En la noche de Belén, esta palabra ha adquirido un sentido completamente nuevo. El inclinarse de Dios ha asumido un realismo inaudito y antes inimaginable. Él se inclina: viene abajo, precisamente Él, como un niño, incluso hasta la miseria del establo, símbolo toda necesidad y estado de abandono de los hombres. Dios baja realmente. Se hace un niño y pone en la condición de dependencia total propia de un ser humano recién nacido. El Creador que tiene todo en sus manos, del que todos nosotros dependemos, se hace pequeño y necesitado del amor humano. Dios está en el establo. En el antiguo Testamento el templo fue considerado algo así como el escabel de Dios; el arca sagrada como el lugar en que Él, de modo misterioso, estaba presente entre los hombres. Así se sabía que sobre el templo, ocultamente, estaba la nube de la gloria de Dios. Ahora, está sobre el establo. Dios está en la nube de la miseria de un niño sin posada: qué nube impenetrable y, no obstante, nube de la gloria. En efecto, ¿de qué otro modo podría aparecer más grande y más pura su predilección por el hombre, su preocupación por él? La nube del ocultación, de la pobreza del niño totalmente necesitado de amor, es al mismo tiempo la nube de la gloria. Porque nada puede ser más sublime, más grande, que el amor que se inclina de este modo, que desciende, que se hace dependiente. La gloria del verdadero Dios se hace visible cuando se abren los ojos del corazón ante del establo de Belén.
El relato de
San Lucas nos cuenta, además, que los pastores mismos estaban «envueltos» en la gloria de Dios, en la nube de luz, que se encontraron en el íntimo resplandor de esta gloria. Envueltos por la nube santa escucharon el canto de alabanza de los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». Y, ¿quiénes son estos hombres de su benevolencia sino los pequeños, los vigilantes, los que están a la espera, que esperan en la bondad de Dios y lo buscan mirando hacia Él desde lejos?
En los Padres de
El teólogo medieval Guillermo de S. Thierry dijo una vez: Dios ha visto que su grandeza –a partir de Adán– provocaba resistencia; que el hombre se siente limitado en su ser él mismo y amenazado en su libertad. Por lo tanto, Dios ha elegido una nueva vía. Se ha hecho un niño. Se ha hecho dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. Ahora –dice ese Dios que se ha hecho niño– ya no podéis tener miedo de mí, ya sólo podéis amarme.
Con estos pensamientos nos acercamos en esta noche al Niño de Belén, a ese Dios que ha querido hacerse niño por nosotros. En cada niño hay un reverbero del niño de Belén. Cada niño reclama nuestro amor. Pensemos por tanto en esta noche de modo particular también en aquellos niños a los que se les niega el amor de los padres. A los niños de la calle que no tienen el don de un hogar doméstico. A los niños que son utilizados brutalmente como soldados y convertidos en instrumentos de violencia, en lugar de poder ser portadores de reconciliación y de paz. A los niños heridos en lo más profundo del alma por medio de la industria de la pornografía y todas las otras formas abominables de abuso. El Niño de Belén es un nuevo llamamiento que se nos dirige a hacer todo lo posible con el fin de que termine la tribulación de estos niños; a hacer todo lo posible para que la luz de Belén toque el corazón de los hombres. Solamente a través de la conversión de los corazones, solamente por un cambio en lo íntimo del hombre se puede superar la causa de todo este mal, se puede vencer el poder del maligno. Sólo si los hombres cambian, cambia el mundo y, para cambiar, los hombres necesitan la luz que viene de Dios, de esa luz que de modo tan inesperado ha entrado en nuestra noche.
Y hablando del Niño de Belén pensemos también en el pueblo que lleva el nombre de Belén; pensemos en aquel país en el que Jesús ha vivido y que tanto ha amado. Y roguemos para que allí se haga la paz. Que cesen el odio y la violencia. Que se abra el camino de la comprensión recíproca, se produzca una apertura de los corazones que abra las fronteras. Qué venga la paz que cantaron los ángeles en aquella noche.
En el Salmo 96 [95] Israel, y con él