Brotes verdes en la guerra de Iraq
José Luis Orella. El 11 de julio, día de San Benito, 19 niños recibían la primera Comunión en la catedral de Bagdad, nueva señal del resurgir de la comunidad cristiana, que ha vivido en catacumbas durante los cinco años de la ocupación. Sin embargo, los yihadistas han querido evitarlo con un nuevo atentado que ha sumado cuatro muertos a la extensa cantidad de mártires, desde el 2003, han sido 750 cristianos los asesinados en el país árabe. Los cristianos son en su mayor parte católicos caldeos, aunque existe presencia de armenios, sirocatólicos, sirojacobitas, asirios y católicos romanos.
Los caldeos constituyen el 75 % de la comunidad cristiana del país, unas 700.000 personas, y otras tantas en la diáspora. De ahí su importancia como vertebradores y animadores principales de los derechos de la cristiandad en una nación árabe de mayoría musulmana, pero trufada de minorías. En Iraq hay presencia de judíos, mandeos, yazidies, turcomanos, kurdos, chiítas y los diferentes grupos cristianos, además de los musulmanes sunitas. Estos últimos, aunque son el 23 % de la población siempre han sido tradicionalmente la clase dirigente desde la independencia, sumando a los kurdos (indoeuropeos) serían el 35 %.
La guerra, con el derrocamiento de Sadam Hussein y la posterior invasión militar de la coalición internacional, propicio un vació de poder con desordenes públicos y sangrientos enfrentamientos entre las diferentes comunidades. La lucha contra el invasor, esta siendo paralela a la eliminación de las minorías incomodas, como son los cristianos.
El éxodo continuo de los cristianos, causado por la guerra, parece anunciar la desaparición de una comunidad de 1.200.000 cristianos, que llevaba 2.000 años de existencia, de la cual quedan actualmente 800.000 en total. En los países vecinos se concentran millones de iraquíes, 1,200.000 en Siria, y otros 700.000 en Jordania. De ambas grandes cantidades, 40.000 caldeos se hayan refugiados en Siria, y atendidos por el obispo caldeo de Aleppo, quien recibe ayuda de los grecoortodoxos y grecocatólicos, mayoritarios en la comunidad cristiana siria. En la monarquía jordana, son 10.000 los caldeos refugiados. Pero la salvaje guerra que se vive en Iraq se cobra un tributo diario entre los más débiles. Los sacerdotes son secuestrados; los cabezas de familia, asesinados; las mujeres obligadas a casarse con musulmanes, y los adolescentes obligados a la conversión. En definitiva, las familias cristianas, después de ser expoliadas, son obligadas a huir del país. Tanto las milicias chiítas, como las sunitas, tienen en común el odio a los cristianos. Otro peligro mortal ha sido la llegada de misioneros pentecostalistas, por parte de las autoridades militares norteamericanas, que tienen como misión la absorción de católicos caldeos y ortodoxos, para crear un cristianismo colaboracionista con el invasor. Pero esta acción no deja de preocupar también al episcopado católico por su carácter herético y que da razones a los musulmanes para atacar a todos los cristianos como traidores.
La salida de las tropas estadounidenses y el fortalecimiento de las instituciones iraquíes conformarán una nueva realidad nacional, donde los cristianos esperan volver a ser la sal en la tierra. No obstante, la iglesia de las catacumbas ha sobrevivido 2000 años en tierra del Islam, a una dictadura, a la guerra y a la invasión. Ahora deberá afrontar el terrorismo decadente, y vivir en una sociedad islamizada, donde el cristianismo deberá volver a dar muestras de su pertenencia al mundo árabe. La categoría intelectual e independiente del Papa Benedicto XVI es la única protección que dispone una comunidad víctima de los desórdenes de la guerra.