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Cáceres, 23 de julio de 1937: bombas sobre la retaguardia

Ángel David Martín Rubio.   La Ofensiva Nacional sobre Vizcaya (del 31 de marzo al 29 de junio de 1937) supuso un duro revés para el Gobierno republicano pues suponía la incorporación a la España de Franco de las zonas más importantes en recursos minerales e industria estratégica. La única manera de evitar este desastre era crear ataques de diversión y quebrantadores contra otros frentes. Tal era una de las razones principales de la primera gran ofensiva de la República, en Brunete (del 5 al 25 de julio de 1937).

La incursión aérea contra la ciudad de Cáceres fue organizada durante la batalla de Brunete que se venía desarrollando en las inmediaciones de Madrid durante el mes de julio de 1937. En la mañana del 23 de julio cinco de los aviones de bombardeo soviéticos llamados Katiuskas sobrevolaron la ciudad sobre las nueve y media de la mañana, descargando sobre su núcleo urbano dieciocho bombas que afectaron a lugares como el Mercado de Abastos, Instituto de Enseñanza Media, Gobierno Civil, Plaza de Santa María, calles Santi Espíritu y Nidos y traseras del cuartel de la Guardia Civil. De poco habían servido las medidas preventivas que se habían tomado días antes de producirse la agresión por parte del Gobernador Militar y del Alcalde. Así, en la Plaza Mayor, la noche del 22 de julio se trabajaba activamente en la colocación de sacos terreros.

Especialmente dramáticas fueron las circunstancias ocurridas en la Plaza de Santa María. Unos cacereños murieron postrados ante la Patrona pues la Virgen de la Montaña se encontraba en la hoy Concatedral de Santa María; otros cuando abandonaban el Templo y otros al dirigirse a él. El Obispo Fray Francisco Barbado Viejo, con sus ropas manchadas por los cascajos y la sangre de los heridos, se adentró entre las ruinas para confortarlos y auxiliar en los últimos momentos a los más graves. Grave confusionismo reinó también en el Mercado de Abastos por la aglomeración existente en el mismo al estallar en sus proximidades algunos explosivos.
 
Dos de estas bombas cayeron frente a una de las puertas de Santa María y su metralla cruzada penetró en la Iglesia dejando sin vida o malheridos a todos los que estaban al fondo, por debajo de las pilas del agua bendita; otros murieron en la plazuela; el Palacio de Mayoralgo se vino abajo, como varios edificios de la Plaza y las traseras del Ayuntamiento, con personas muertas o heridas en todos ellos. Quienes eran niños entonces todavía recuerdan el episodio: 
 
 «A mí, como a otros niños, nos cogió en el colegio de don Ponciano, que nos mandó a casa y con el temor y la curiosidad infantil, atravesamos ese espectáculo dantesco... No se me olvidará la figura del Obispo, el dominico Fray Francisco Barbado Viejo, con su blanco hábito cubierto de sangre, reconfortando a los heridos, ayudando a todos y dando la «extremaunción» a los muertos; los legionarios escayolados evacuando heridos, y algunos miembros, seccionados brutalmente por la metralla, colgando de la bóveda del palacio de Canilleros, que era cuartel de milicias. En las carpinterías de Cáceres se terminó la madera para hacer ataúdes. Se autorizó a llevar, sin muchos trámites, a los muertos a enterrar a los pueblos de los que procedían... Treinta y tres personas fueron enterradas en el Cementerio de Cáceres, aparte de miembros amputados de algunas otras... y se decretó el silencio oficial por razones de guerra». Testimonio de Fernando García Morales: http://angel-moreno-amor.iespana.es/articulos/fernando/romand.htm (consultado el 12 julio 2007).
 
La información sobre lo ocurrido en Cáceres fue recogida en el Parte Oficial de Guerra en los siguientes términos: «La aviación enemiga, siguiendo su criminal costumbre de bombardear poblaciones indefensas de la retaguardia, sin finalidad militar alguna, ha bombardeado hoy la capital de Cáceres con cinco aviones causando muertos y heridos en la población civil, la mayor parte mujeres y niños. Este criminal proceder obliga a llevar a cabo las naturales y prontas represalias que ya hemos tenido que ejercer en otras ocasiones iguales». El Parte Oficial republicano únicamente afirmaba, con evidente escarnio de la verdad, que se habían bombardeado «diversos objetivos militares en las cercanías de Cáceres». El resultado fueron 31 muertos y 64 heridos, cuatro de los cuales murieron después elevando a 35 el número de víctimas del bombardeo. De éstos 12 eran hombres y 23, mujeres. La víctima más joven era una niña de 4 años y la de más edad un anciano de 87. 14 de ellos pueden considerarse de edad madura, 15 eran menores de 25 años y 6 mayores de 60.
 
Sospechándose que esta acción formaba parte de un plan previamente trazado por el Gobierno republicano, sospecha que se iba a reforzar al descubrirse en las Navidades de 1937 el proyecto de infiltración en la propia retaguardia cacereña llevado a cabo por Máximo Calvo, las autoridades nacionales reforzaron las defensas antiaéreas en las poblaciones extremeñas más importantes: se crearon refugios, se construyeron trincheras, se implantaron servicios de vigilancia y escuchas, instalándose sirenas que anunciaban de la presencia de aviones. Todo ello ocurría sobre todo a partir del otoño de 1937, afortunadamente los bombardeos republicanos en la retaguardia extremeña descendieron notablemente hasta que tuvo lugar la ofensiva del verano de 1938 en La Serena.
 
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