Suena la Novena. Algunas veces uno tiene que ayudarse de muletas para poder escribir y sacar algo de partido a un día de esos en los que se tiene actividad de mosca; mucho movimiento y poco criterio. Beethoven es único para estas cosas. Mi amigo dice que como Knopfler nada, pero yo sigo prefiriendo a Ludwig. La Novena, además, es casi como una oración paneuropea, una jaculatoria que lo mismo sirve a creyentes que a paganos, el himno de un estado federal de estados confederados, un batiburrillo ininteligible, un poco como todos nosotros, europeos de almas aviesas, dos mil años de grandezas y de huidas de Dios desesperadas. Suerte que nosotros bañamos nuestras penas en el Mediterráneo, en ese Mare Nostrum que nos acerca y nos hace exclamar aquello del mia faccia, mia razza. Aquí estamos, sin querer saber a qué demonios vinimos, como horteras en traje de domingo, galleando de lo que carecemos y olvidando lo que somos.
De verdad que es preocupante la crisis que atravesamos pero ¿cómo negar fortuna cuando se ha entregado ya el alma?
Mr. Cooper.