No voy a descubrir a estas alturas la valía profesional del principal actor de esa cosa que se llama OT, pero me gustaría dejar claras algunas cositas.
Risto Mejide apunta, dispara y…pega en el centro. Esto es un axioma. Que algunos tengan problemas de interpretación no es problema mío. El caso es que algo chirría cuando la opinión de un miembro del jurado choca con la percepción de los fans, la de los triunfitos y las de los profesores (¿?) de la academia
OT. En estas líneas encontraran la solución.
Vivimos en la sociedad de la imagen y ésta marca nuestros días (esto es otro axioma, guste o no). Los triunfitos, hace dos meses exactamente un cero a la izquierda hasta en sus casas a la hora de comer, sufren una transformación profunda en sus egos. El talento ni se inmuta, el artista no existe (aún no se ha deshecho del tipo guapito que canta medianamente bien en la ducha), y el arte, bueno, el arte es otra cosa. Dos meses de paso por la academia y todos se creen
Caruso y empiezan a llevar mal las críticas. De todas sus carencias, que son muchas, la más importante es la del sentido del humor. Si lo que dice Mejide es cierto, mejor ponerle una sonrisa por aquello de la deportividad y el sentido del ridículo; si no, ¿a qué esas caras? El problema no son los comentarios de la única estrella del programa, capaz de subir él solito la audiencia, sino la poca correa de unos niños malcriados, de padres superprotectores, supercomprensivos y superidiotas, divas de nada, y destrozados en sus capacidades como personas por culpa, entre otros, de un programa que sólo aporta el rato agradable de ver cómo Risto administra curas de humildad a diestro y siniestro.
Dejo para otra ocasión en la que me encuentre más fuerte el hablar de la pseudo academia que han montado, de los profesores de pega y, en especial, de ése que dice ser el director y que lo es más que un palomo cojo.
Mr. Cooper.