Será porque estamos en temporada de Tour y de ciclismo, pero no puedo dejar de ver en la política española ciertas similitudes con una etapa reina, una de esas en las que los puertos se suceden uno detrás de otro, con nombres míticos que dan miedo sólo con traerlos a los labios. Me pongo en la cabeza y en las piernas de un ciclista antes de comenzar una de esas etapas, consciente de que toca sufrir, sufrir mucho mientras se encadena un puerto con otro, tan pronto subiendo como bajando, y así durante horas, hasta que uno se coloca en las faldas del último puerto, el que corona con la pancarta de meta. Y ahí comienza el espectáculo de verdad. Al principio, solidarios, unidos, controlando que no se escape nadie. Pero es inevitable y hace que gane el espectáculo. De repente, un gallito rompe a dar pedales como si le fuese la vida en ello y se tensan los nervios y empiezan las hostilidades. La locura se contagia y todos tratan de darle caza. Pero es el rey de la montaña y vuelve a estirar la cuerda y a cada cambio de ritmo sigue el desplome de un número de corredores, desfondados, todo un infierno por delante aún, hasta que llega el achuchón definitivo y las rivalidades contadas en segundos se convierten en minutos insalvables. El número dos se queda sin opciones de ganar la General, vacío y exhausto.
Bueno, es un poco a lo que juega Zapatero. Sabe que tiene mejores piernas que sus adversarios y juega a los cambios de ritmo. El último lo ha dado durante el Congreso Federal, radicalizando el mensaje, seguro de que la derecha no querrá pisar ese terreno tan impopular. Es normal que ahora comiencen a ver cómo se aleja poco a poco; es lo que tiene titubear tanto, amagar la salida pero seguir sentado, no atreverse a morir en el intento de escaparse y esperar a que el otro de el primer paso. Y, claro, él marca las reglas del juego. No, no vamos a hablar de crisis porque no me gusta la palabreja; vamos a hablar de aborto y de eutanasia, ¿alguna sugerencia desde la oposición? ¿no? Perfecto: aprobado por mayoría. Sigan, sigan sus señorías hablando de dinero que yo a lo mío. Hace cuatro puertos que la derecha perdió la batalla moral, así que ahora sólo queda gestionar la derrota (dicen que como gestores no tienen igual).
Mr. Cooper.