Ciertas profesiones se han puesto muy de moda últimamente. El centro de Madrid se ha llenado de unos señores que tiran de carritos del Carrefour llenos de chatarra, y si paras en un semáforo te amenizará la espera una especie de titiritero haciendo malabares. Todo muy cultureta y muy alternativo, según algunos. Como no podemos hablar de crisis diremos que esta vuelta melancólica a la Edad Media, con sus bufones y mendigos, esta romántica búsqueda del hombre dentro de la insaciable jungla de asfalto que lo falsifica y torna un animal capitalista sin escrúpulos, responde más a la necesidad de transformar nuestras ciudades en espacios para la creatividad artística que a otra cosa. Si no, echen un vistazo a esa casa okupa de Malasaña, donde unos jóvenes artistas perroflauta han establecido un centro de artes escénicas, una guardería, un centro de idiomas y no sé cuantas cosas más. El propietario del inmueble, un gordo que fuma puros que enciende con billetes de dólar, quiere mandarles a ocupar la casa de sus padres, pasándose por ahí mismo el arte y la filosofía y el buen rollo y patatín, patatán. No me digan que no es triste la situación y malvadísimo el propietario.
No sé quién me contó que en Verona, por mucho menos, se armó el lío. Es sólo una anécdota que traslado para el regocijo de la mayoría. Allí un grupo de amigos de lo ajeno y pocas ganas de trabajar, se habían apropiado de unos edificios. No consta que organizasen cursos de alfabetización ni seminarios de lengua provenzal, pero sí que eran animados, jacarandosos, de trago y canuto fácil… una muchachada de lo más in, vamos. Una banda rival vio el percal y se ató los machos. Entraron, intercambiaron impresiones y alguno que otro rodó por las escaleras. Se establecieron allí como nuevos propietarios y llegaron a un acuerdo con el legítimo (que estaba encantado, la verdad sea dicha). Arreglaron las casas y las alquilaron a precio muy inferior a mercado a parejas jóvenes, sin recursos para alquilar una vivienda o meterse en una hipoteca para el resto de la vida de sus nietos. Las parejas jóvenes así espoleadas, empezaron a tener hijos y a establecer una comunidad en la que se respiraba la justicia social y la fraternidad entre vecinos. Las primeros, los ocupas por la jeta, no volvieron. Puede decirse que, salvo estos, tutti contenti.
En fin, estas son las cosas que pasan en Italia…o no pasan en ninguna parte del mundo y mi amigo me contó una trola. Aún así, me gusta el cuento.
Mr. Cooper.