Manuel Parra Celaya. Por si algún español despistado no se ha enterado, los promotores del separatismo catalán han organizado para el próximo 11 de septiembre una gigantesca cadena humana que rodee toda Cataluña, como símbolo de su voluntad inequívoca de segregación. El tejido social de que disponen dichos promotores está hace muchos años urdido y generosamente bañado desde las arcas públicas, por lo que en todos los pueblos se está preparando el terreno con sesiones informativas al respecto. Así pues, en la fecha de la diada, nos veremos, unos encerrados y otros separados, por miles de personas que unirán sus manos en clara manifestación de apartheid.
Ni la forma de protesta es, ciertamente, novedosa, ni lo son las aspiraciones de sus promotores y presuntos participantes. Auguro asistencia masiva, incluidas familias con bebés cuyos bodys ostentan la estrella solitaria (recientemente se han puesto de moda), inmigrantes subsaharianos a quienes se les ha prometido trabajo y nacionalidad cuando Cataluña sea independiente y el pleno de la abundante colonia islamista, con quien se dice que tiene óptimas y pingües relaciones el ejecutivo del Sr. Mas.
Una cadena, por muy humana que sea, sugiere esclavitud y sumisión; además, cerrazón con fuerte candado; el Diccionario de Sinónimos e ideas afines, añade, además, los conceptos de dependencia, sujeción, eslabonamiento, letanía, retahíla…, muy apropiados para el caso. Tales son los verdaderos propósitos de los nuevos caciques –aunque, en realidad, son los de siempre, que florecen en el campo de cultivo que es el Estado de las Autonomías.
No he podido menos que establecer ipso facto una comparación mental entre la cadena que se prepara y uno de los bailes tradicionales catalanes: la sardana. Y he sacado la conclusión de que, no solo no tienen nada que ver entre sí, sino que sus raíces y simbología son claramente contrapuestas; como si dijéramos, estamos ante una verdadera antítesis. Claro que esto no va ser percibido por los separatistas (insisto una vez más: no caigamos en la trampa lingüística de llamarlos independentistas, como ellos quieren).
La sardana –esa bella danza nacida en Sant Feliu de Guixols y extendida por toda Cataluña a principios del siglo XX- es, ante todo, ritmo, cadencia y armonía; sus círculos, a menudo concéntricos, lanzan el mensaje inequívoco de cercanía y unidad, pero siempre están prestos a abrirse para que las manos se entrelacen con un nuevo participante. Más que círculos cerrados, son casi espirales, abiertas a la posibilidad de amplitud hasta lo infinito. Como baile de inspiración clásica, exige el rigor y la seriedad que se identifica con el seny catalán, ese buen sentido opuesto a la rauxa, o locura, que es lo que están propagando los mentores del separatismo. La cobla que interpreta la música, presidida por la tenora, cuida mucho de no errar unas notas y unos tiempos que los danzantes de los corros van siguiendo mentalmente para no equivocar el paso. Por el contrario, la música que está inspirando el revival segregacionista tiene el aire dodecafónico e inarmónico del sinsentido y del apasionamiento visceral, esto es, lo más opuesto que se pueda al Clasicismo. La Cataluña clásica, la del seny, nada tiene que ver con los acordes que interpretan a diario los separatistas.
Alguien dirá: si realmente los catalanes responden a ese modelo clásico, ¿cómo es posible que se hayan dejado seducir por la cobla desafinada de los Sres. Mas y Junqueras? La respuesta es compleja, pero puede resumirse sucintamente si tenemos en cuenta dos factores: por una parte, la formidable capacidad de demagogia que el actual Sistema pone en juego entre las masas, siempre dúctiles ante actitudes fundamentalistas; por otra, las reacciones de estas mismas masas en épocas de crisis e incertidumbres. Podríamos añadir un tercer factor: la larga ausencia de las instituciones del Estado en los ámbitos catalanes; aquí podríamos hablar claramente de dejación, cuando no de connivencia con el separatismo latente, por razones de oportunismo político.
Pero nos hemos puesto muy serios, y lo de la próxima cadena del 11 de septiembre no lo merece; en realidad, se sumará a otras cadenas con que nos vienen atando los poderes fácticos y legales de nuestra Administración autonómica. Acudiendo al añejo chiste, estas son las cadenas que nos echan encima a los de a pie; las suyas suelen ser de oro, como las que dispensó generosamente, por ejemplo, el señor Millet.