"Carmen", la mujer que reivindica la libertad ante su propia muerte
Luis de Haro Serrano
No resulta extraño el calificativo que de forma unánime se le viene dando a Carmen al considerarla como la ópera más popular y representada de todos los tiempos porque debajo de su aparente capa de folklorismo y música alegre plagada de tópicos, se encuentra una de las obras dramáticas fundamentales del siglo XIX, que aborda uno de los temas más veristas de la historia de la ópera, para la que Bizet compuso una música magistral llena de colorido y Merimé, con treinta años de antelación, había preparado la historia más cruda, realista y atemporal que podía imaginarse, donde el amor, los celos, la venganza y el personal concepto de la libertad alcanzan unos niveles que a nadie deja indiferente, gracias también al efectista libreto creado por Henri Meilhac y Ludovic Hálevy en cuatro sobrecogedores actos, en cuyo polémico desarrollo cabe preguntarse lo que la obra realmente aporta a la siempre comprometida y conflictiva relación hombre-mujer.
Desde la obertura, la ópera atrapa al espectador, que se encuentra con una música llena de ritmo, energía y un clima de alegría inicial que contrasta con lo que podría llamarse el motivo del destino, que fluye a lo largo de su recorrido, asociado con el fatal desenlace que vivirá la protagonista y justo, cuando esta tensión llega a su mayor clímax, la melodía cambia su aire para dar paso al desarrollo de la apasionante historia que en relación con el particular concepto del amor que golpea salvajemente a la protagonista, reflejo de una personalidad encerrada en sí misma, que sólo ve muerte en todo lo que le rodea (Carreau! Pique! La mort!). Un motivo repetidamente marcado a través de la paradójica arbitrariedad de las cartas, mientras que la tragedia contemplada desde este particular panorama va marcando su destino debido a su temperamento y al particular concepto que sobre la libertad en el amor tiene, que alcanza su punto álgido cuando, al final y con un escenario completamente desnudo, Don José se acerca para, insistentemente, suplicarle que vuelva con él. Será en vano porque ya no le ama. Al ver que sus súplicas no sirven de nada le amenaza con matarla, pero se mantiene firme: “Libre nací y libre moriré”. Don José cumple su promesa y ante el cuerpo inerte de su amada se declara culpable mientras la orquesta interpreta por última vez el fatídico motivo del destino, fatalmente cumplido.
En 1873, De Leuven y Du Locle, directores de la Opéra Comique, encargaron a Bizet la composición de una obra con libreto de Meilhac y Halévy sugiriendo como tema la novela de Prosper Merimée, "Carmen", escrita en 1845. A pesar del entusiasmo de los libretistas, De Leuven no estuvo de acuerdo con el tema. La Opéra Comique era, ante todo, un teatro de entretenimiento familiar y Carmen no cumplía sus requisitos. De Leuven renunció a su cargo en 1874 y el proyecto pudo seguir adelante, sin que este fuera el único obstáculo que tendría que soportar Bizet para poder estrenarla el 3 de marzo de 1875 con una aceptación muy controvertida, que no cesó hasta que, de alguna forma, Brahms y Wagner declararon las excelencias de la partitura y, para la presentación en Viena en 1875, Guiraud cambió los diálogos por recitativos. Supuso el comienzo de su fama mundial.
Musicalmente es una obra equilibrada, mezcla entre lo serio y lo ligero, lo dramático y lo folklórico. A pesar de ello no ha faltado quien se ha dejado engañar por ese aparente tipo de música ligera, porque Carmen es mucho más que habaneras, seguidillas y canciones. Lo más importante es el excepcional sentido dramático del compositor, que supo captar todas las emociones de cada momento, así como los rasgos sicológicos de sus personajes, trasladándolos magistralmente a su música, convirtiéndola en una partitura que, de principio a fin, es puro sentimiento.
En ella se pueden distinguir dos tipos de estilos; los de inspiración folklórica, aquellos en que Bizet utiliza diferentes tópicos de la música española para revestirla de ese exótico aire tan de moda en la ópera francesa del XIX, representado por la habanera y la seguidilla del primer acto y la canción gitana del segundo. Para ello se sirvió de composiciones previas, a las que añadió instrumentos propios de nuestro país - castañuelas y pandereta- adornados con otros ritmos hispanos muy apropiados para su concepción global y los líricos, como las intervenciones de Micaela y Don José en los que afloran la tradición francesa de Gounod y Meyerbeer, de la que Bizet es heredero (Gounod llegó, incluso, a acusar a Bizet de haberle plagiado el aria de Micaela ) A pesar de sus múltiples novedades y del esfuerzo por dotarla de una ambientación española diferente, es a la vez, una ópera francesa y una opéra comique, al estilo francés.
Dentro de su claro criterio de atemporalidad, en ella se habla de unas pasiones humanas vividas con tanta autoridad como anticipación, que la llevan a tener hoy tanto vigor como en la fecha original. Una historia de dos personajes opuestos y una visión del amor totalmente diferente: Carmen es un alma libre, una mujer moderna, única dueña de sí misma, pero no de su destino. No busca el amor verdadero porque quiere disfrutar de su libertad, de la idea de un futuro labrado por ella misma y por nadie más (“Mon coeur est libre comme l'air!”) Don José, en cambio, es un hombre extremadamente pasional. Se enamora hasta la médula y sufre terriblemente con los desprecios de Carmen. Es posesivo, celoso, quiere cortarle las alas, atarla a él para siempre y, lo más terrible: prefiere verla muerta antes que en brazos de otro. Es una mujer adelantada a su tiempo que, todavía hoy, sigue cautivando los corazones de cuantos se acercan a su historia.
El pasaje más significativo es el de la habanera, donde texto y música expresan a la perfección esa idea del amor libre, sin ataduras, impredecible, ingobernable, que guía las acciones de la protagonista hasta el final. Para su composición, Bizet se basó en la habanera El Arreglito, del autor español Sebastián Iradier.
Bizet murió el 3 de junio de 1875 a los 36 años, sin llegar a conocer la popularidad que llegaría a alcanzar su injustamente denostada Carmen que, en octubre de 1875 se reestrenó en Viena con un éxito de público y crítica incomparables. A pesar de ello no volvió de nuevo a la Opera Comique hasta 1883. Fecha en que empezó a ganar plenamente el corazón de los franceses y de todo el mundo, transformando no sólo el género de la opéra comique que permanecía estático tras medio siglo de letargo, sino que virtualmente puso fin al mismo, consiguiendo que desapareciera pronto la tradicional distinción entre los conceptos de ópera seria -heroica y declamatoria- y comique. -ligera, burguesa y con diálogos hablados-. Más aún, generó el movimiento del culto por el realismo conocido como verismo. Nietzsche la consideró como una respuesta latina a la estética wagneriana.
En España se estrenó en el Teatre Líric de Barcelona el 2 de agosto de 1881. En 1887 en Madrid, en el Teatro de la Zarzuela, traducida al español, con dirección musical de Gerónimo Giménez. El Teatro Real la presentó por primera vez el 14 de marzo de 1888.
Puesta en escena
Esta propuesta escénica de Calixto Bieito, totalmente antifolklórica es la que el Real ha elegido para su enésima presentación mundial, donde el director centra su acción en un viejo cuartel de una imaginaria ciudad fronteriza de los años 70, que puede ser Ceuta, en la que se encuentra un Destacamenrto de la Legión y sus componentes, las prostitutas y las trabajadoras de una hipotética fábrica cercana, en un entorno degradado y zafio en el que una solitaria cabina telefónica es el único elemento de comunicación que se tiene con el exterior, donde “camellos” y soldados, con una descarada impunidad tratan de dar cauce, como pueden, a sus voluptuosas pasiones.
Esta versión se estrenó en el Festival de Peralada de 1999, revisándose en 2010 para el Liceo Barcelonés. Versión que, a pesar de sus numerosas arbitrariedades y contradicciones, ha recorrido con éxito más de una cuarentena de teatros de todo el mundo y que, por su carácter atemporal, rompe con todo lo que hasta ahora se ha realizado. Como indica en el programa de mano la profesora María M. Delgado, “Carmen” es un icono de España construido a través de la imaginación extranjera en la que Bieito diseña demasiados simbolismos cargados de incongruencias que no dejan indiferente a ningún espectador esté o no, de acuerdo con ellas. Es problema de gustos y apreciaciones, como la de que el escenario tenga una imaginaria concepción redonda, similar a la del ruedo de una hipotética plaza de toros o una esplendorosa playa donde puede tomarse plácidamente el sol y el “mercedes” del contrabandista Lillas Pastia sirve de socorrido “cobijo” para muchos de los episodios que se enmarcan en la obra; el desarrollo de una fiesta muy particular, la consulta del destino a través de las cartas que Carmen y sus amigas realizan para que ella se sienta más amargada ante la lectura de sus arbitrariedades o para seducir a D. José y avergonzarse de él en el conocido pasaje de la “retreta”, así como para las diferentes configuraciones del Coro que dan fuerza a las numerosas disputas -dialécticas y físicas- de sus personajes como la de D. José con Escamillo, edulcorado gracias el sugerente movimiento escenográfico ideado por Alfons Florez y la funcional iluminación de Alberto Rodríguez Vega, que acentúan la fuerza dramática de la obra.
Marc Piollet ha realizado una preciosista versión de esta difícil partitura, plagada de cambios y estilos, respetando al máximo el fuerte sentimiento que, como ya se ha indicado, encierra. Muy bien acompañado por una Orquesta que suena cada vez mejor y un Coro que, además de cantar con auténtica brillantez desarrolló escénicamente un trabajo importante y variado, realizado en algunas ocasiones, sin necesidad, con un exceso de decibelios.
En el elenco vocal destacaron el tenor Francesco Meli (D. José) y la soprano Eleonora Burrato (Micaela) dotados de unas voces muy hermosas, elegantes y con un agradable timbre. Kile Ketelsen (Escamillo), fue de más a menos, a pesar de su delicioso “Toreador”, que entonó bien pero acabó con una intervención bastante plana. La mezzo rusa Anna Gorchachova (Carmen), a pesar de su elegante voz no acabó de darle el debido cauce el dramatismo que su personaje encierra. Su temperamento resultó poco convincente, pasando de puntillas por momentos tan llamativos y decisivos como los de la retreta y su muerte.
En definitiva, una discutida Carmen” del siglo XXI que, a pesar de todo, el amante de la ópera no debe dejar de ver.