Catalina Labouré y la Medalla Milagrosa
Javier Paredes. La protagonista del día es Catalina Labouré porque el 27 de noviembre de 1830 se le apareció la Virgen María vestida de blanco. Junto a Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz. Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra. María Santísima dijo entonces a Sor Catalina:
"Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan".
Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o una aureola con estas palabras: "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y una voz dijo a Catalina: "Hay que hacer una medalla semejante a esto que estas viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen", y apareció una M, sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa. El Arzobispo de París permitió fabricar la medalla tal cual había aparecido en la visión.
No hace mucho se ha publicado un libro, que para mí es de lo mejor que se ha escrito sobre apariciones marianas. Su autor es el argentino Santiago Lanús, se titula Madre de Dios y Madre Nuestra. Fátima, Amsterdem y Garabandal, y está publicado por la editorial San Román. Me ofrecieron escribir el prólogo de este librlo, lo que hice con mucho gusto. Reproduzco unos párrafos del mismo que pueden servir para encuadrar la aparición de la Medalla de la Milgrosa:
Todo lo que he leído de las apariciones marianas, lo he hecho como devoto de la Virgen María y con mentalidad de historiador, porque después de tantos años en este oficio la mentalidad ha derivado en mí en deformación profesional. Y además para el historiador especializado en la Edad Contemporánea, como es mi caso, las apariciones marianas constituyen un reto intelectual y una clave importantísima para entender el mundo actual. Los que nos dedicamos a explicar el nacimiento del los partidos políticos, la acción de los sindicatos o la influencia de la prensa etc., que afectan a muchas personas, ¿cómo vamos a excluir de nuestro relato histórico las apariciones marianas, que forman parte de la realidad concreta de millones de personas, hasta el punto de hacerlas cambiar de vida a muchas de ellas, por tener en su conciencia mayor influjo, que un partido político, un sindicato o un periódico?
Si Dios es el Señor de la Historia, como afirmara el beato Juan Pablo II, no puede permitir que su Madre desentone en el curso de la Historia. Por lo tanto sus apariciones, además de la finalidad religiosa, también han de tener un sentido histórico, porque ni Dios ni la Virgen María hacen cosas raras ni vanas. Por ese motivo, cuando comienza la Edad Contemporánea con la Revolución Francesa (1789), la Virgen María como veremos se aparece de manera diferente a como lo ha hecho hasta entonces. Desde hace dos siglos ha bajado del Cielo en múltiples ocasiones, no tanto para comunicar algo a un vidente de modo particular, sino más bien para utilizar a esos videntes como intermediarios para transmitir mensajes a todos sus hijos. De manera que en cierto modo se podría afirmar que durante los siglos XIX XX y lo que va del actual la Virgen María se nos está “apareciendo” a todos nosotros.
Algo habíamos estropeado sus hijos, que obligaba a la Virgen a actuar de un modo diferente a como lo había hecho hasta entonces. Sin duda, no son pocas las veces en las que los hombres le han dado la espalda a Dios a lo largo de los siglos. Pero durante la Revolución Francesa, la Hija Primogénita de la Iglesia, hizo prisionero al Papa Pío VI (1775-1799) y, sin respetar su dignidad ni sus 81 años, fue llevado de Roma a Francia, a donde llegó en un estado tan grave que falleció en Valence-sur-Rhône el 29 de agosto de 1799. El clero de Iglesia Constitucional de Francia, que había jurado la cismática Constitución Civil del Clero, le negó a Pío VI un entierro cristiano. El prefecto de la localidad escribió en el registro de defunciones: “Falleció el ciudadano Braschi, que ejercía la profesión de pontífice”. Y los periódicos franceses dieron la noticia con este titular: “Pío VI y último”.
Pero es tan de Dios la Iglesia Católica, que sigue en pie después de más de dos mil años, a pesar de los intentos que ha habido en estos veinte siglos para destruirla. Y en modo alguno nos puede sorprender el odio contra los cristianos, si recordamos que el mismo Jesucristo profetizó que lo mismo que le persiguieron a Él otro tanto harían con sus seguidores.