Catalunya en llamas
Miguel Massanet Bosch. Éramos pocos y parió la abuela. Sí señores, el señor Zapatero se ha encargado de añadir la guinda a la gran tarta que, entre todos los partidos catalanes, con la excepción del PP, han estado cocinando respecto a la, tan cacareada, sentencia del Tribunal Constitucional; que no por esperada parece que tenga prisa en salir del reducto de magistrados que están encargados de emitirla, después de tres años de “intensas deliberaciones” y de protagonizar el espectáculo menos edificante que, un tribunal de justicia de semejante rango podría representar y, todo ello, ante la estupefacción de todos los españoles, reacios a admitir que sea tan difícil aplicar una Constitución en la que, para cualquier lector con una mediana comprensión de lo que está leyendo, resulta palmario lo que quiere decir y lo que se expresa en cada uno de sus preceptos. Otra cosa sería tomar en consideración que, por influencias políticas, por presiones partidistas, por intereses particulares o por efecto de los chantajes mediáticos o intentos de control del Gobierno, los señores magistrados se hayan enfrascado en discusiones bizantinas, en interpretaciones sectarias o en retorcimientos absurdos, de los que se pretende sacar unas conclusiones que sirvan para emitir una resolución que sea buena para todas las partes implicadas en los famosos, y ya lejanos en el tiempo, recursos contra el Estatut de Catalunya que, en su día, fueron presentados, tanto por el Defensor del Pueblo como por el propio Partido Popular.
En todo caso, resulta muy preocupante el hecho de que el señor Rodríguez Zapatero, en lugar de enseñar la porra para poner orden en una levantisca Catalunya, cada día más agresiva, cada día más independentista, más encerrada en su empecinamiento, más temeraria en sus demostraciones de fuerza y más refractaria a aceptar cualquier precepto, sea constitucional o no, que le venga de España, a la que considera como una “nación” a la que nada debe, de la que se puede prescindir, a la que se debe ordeñar en provecho de los catalanes y de la que, cuanto antes, se debe escindir la “nación” catalana. No son actos inconexos la convocatoria de los llamados referendos por la independencia de la autonomía catalana; no lo son tampoco los incumplimientos de las sentencias del TSJC en temas tan importantes como la enseñanza del castellano ni mucho menos la campaña desatada ente la posible sentencia negativa del TC, en la que se pudieran recortar algunas de las barbaridades contenidas en aquella, burda y desmesurada, declaración de independencia e insolidaridad, que es el famoso Estatut catalán.
El hecho de que, ante la impasibilidad del Ejecutivo, de los jueces y de los miembros de las Cortes españolas, sin olvidar a la Monarquía –que parece dispuesta a pactar con los socialistas para continuar viviendo a costa del Erario público español, aunque ello suponga, como ya hizo su antepasado, Fernando VII, con los franceses de Napoleón –, el olvidarse de sus deberes como Jefe del Estado y permitir que España entre en una fase de deterioro y desmembración que, al final, la deje reducida a una sombra, un pellejo, una mera caricatura grotesca de lo que su pasado histórico, su cultura, su unidad, su solidaridad, la valentía de sus hombres y su cultura cristiana, heredamos de nuestros mayores y que, en solo unos pocos años de gobierno socialista del señor ZP y su equipo de nulidades que lo apoya, han sido capaces de destrozar, deshumanizar y dejar reducido a cenizas todo este legado de humanismo que fue depositado en usufructo en nuestras manos para que lo trasmitiéramos intacto, si no mejorado, a nuestros hijos.
El contubernio que se está produciendo en el Parlament catalán, entre los partidos independentistas, comunistas y el socialista del señor Montilla ( el que, sin duda, esgrime la batuta de los famosos “derechos recogidos en el Estatut”) para hacer valer lo que que, según ellos, representa el sentir mayoritario del país ( pero no el de España entera), sin tener en cuenta que sólo fue aprobado con una exigua participación del 30% de los electores por un 70% de los votantes. El que, señores con cargos públicos, como Montilla se atrevan a amenazar al TC con acciones revolucionarias si el Estatut no sale del tribunal con todos sus acentos y comas; o que, el señor Mas de CIU, proponga aliarse para presentar un frente común ante una posible resolución que no resulte satisfactoria para Catalunya o que se celebren referendos para presionar al Estado en demanda de más concesiones, amenazando con la independencia de España de Catalunya o que, el señor Carot o el señor Puigcercós se pavoneen, como matones de via estrecha, de lo que van a hacer en el caso de que el Estatut sea rechazado; señores, no se arregla con paños calientes, no se remedia con palabras conciliatorias y .promesas encubiertas, como las que acaba de hacer el señor Rodríguez Zapatero hace apenas unas horas, escudándose en su “hoja de servicios a Catalunya”, mejor sería que hubiera dicho “su hoja de claudicaciones de España a favor de Catalunya”. Sería conveniente que aclarase, el señor Presidente, lo que ha querido decir con esta simple petición a la calma y en confiar en el TC, ¿acaso es que él ya sabe lo que va a salir del Alto tribunal? o ¿acaso ya tiene preparada la jugada para, aún en el caso de que el TC falle en contra de todo o parte de dicha ley orgánica, conceder, por otros caminos, a Catalunya lo mismo que se le pueda negar por recortes en su articulado? ¿Dónde va a quedar el Estado de Derecho? Y ¿en qué va a quedar nuestra Carta Magna?
ZP actuó temerariamente cuando, al principio de su mandato, en un momento de euforia y actuando, como siempre lo hace, de forma impulsiva y sin meditar lo que decía; dijo aquello de que él “aceptaría el Estatuto que el Parlament catalán aprobase”. Desde aquel día quedó esclavo del grupo catalán y, desde aquella fecha, España ha ido a remolque de la voluntad de los políticos catalanes. Aquí conviene resaltar que, una cosa es la que han armado los del Tripartit y CIU con un Estatut que, a la ciudadanía, en su gran mayoría, le importaba un bledo y otra es lo que piensan al respecto los ciudadanos catalanes que, como se ha demostrado en diversas encuestas, hábilmente ocultadas por los miembros del Gobern; si bien apoyan la lengua vernácula, hay muy pocos que crean que la independencia podría favorecer a Catalunya y, todavía menos, que se planteen separase de España. Ahora bien, el hecho de que el Gobierno central, por miedo a enemistarse con el Tripartit, por temor a perder su mayoría en Catalunya y por la simple aritmética electoral, que los hace dependiente de los 25 escaños catalanes, haya estado bombardeando a la ciudadanía con eslóganes en los que se remachaba la necesidad de imponer el catalán como lengua única; la utilidad de reescribir la Historia, omitiendo la realidad de lo sucedido; el supuesto agravio comparativo con Madrid; la falsedad de que Catalunya aporta a España más de lo que recibe etc.; ha creado una conciencia en la gran masa, que la va conduciendo, poco a poco, a posiciones extremistas y, por supuesto, a un enfrentamiento con el resto de las comunidades españolas que, sin duda alguna, de no atajarse es posible que, en un futuro no muy lejano, lo que no se ha reprimido hasta ahora se deberá hacer, de forma menos pacífica si es que se quiere evitar que España quede desgajada definitivamente. Es evidente que confiar en Rodríguez Zapatero para que pare esta deriva es imposible, dudo que lo haga el PP, luego…