CATALUÑA: UNA ANÉCDOTA ENTRE EL TUMULTO
MANUEL PARRA CELAYA Caos al atardecer: no, no es un título de película, sino la realidad que vive Cataluña desde que el pasado lunes se comunicó la sentencia de los enjuiciados del procés. Si algún periodista original tituló la noche de los transistores a las horas que sucedieron tras aquel extraño 23F, ahora se podría decir otro tanto, solo que sustituyendo aquella tecnología ya desfasada por televisores y móviles con wasap, que tienen la virtud de retransmitirnos en directo los incidentes cotidianos, causados por los CDR y sus mentores; estos, por cierto - como el inefable Guardiola, que pone voz a las consignas como buen entrenador- contemplan el resultado de sus soflamas plácida y alegremente, desde cómodos sillones.
Como cualquier barcelonés, me obligo a esta cita diaria con la triste actualidad, aunque solo sea para saber por qué calles no puedo transitar y preocuparme por dónde andará mi familia; y crean que lo siento, pues tengo cosas más importantes que hacer que contemplar acciones de energúmenos fanatizados; me imagino que mi costumbre diaria debe resultar mala para la salud, pero prefiero estar, ya no al día, sino al segundo.
De este modo, uno de estos atardeceres entre llamas, cargas de policía y sonido constante de sirenas y helicópteros, distinguí una imagen que me quedó grabada: entre el bosque de esteladas separatistas y de banderas negras antisistema (¿), destacaba una tricolor, roja, guarda y morado, es decir, la que institucionalizó la II República española, que tanto gusta a Sánchez, el Desenterrador.
Sabemos que la inclusión de la franja morada en la bandera nacional fue producto de la ignorancia y del error: primero, por dar por supuesto que el Pendón de Castilla era de ese color, cuando en la realidad era carmesí, y fue el paso de los siglos el que lo destiñó en su museo; segundo, por atribuir ucrónicamente a los Comuneros del siglo XVI los mismos ideales republicanos que a los hijos del siglo XIX les movían.
Con todo, la I República española mantuvo la enseña bicolor y solo varió el escudo; fue la II República española, en 1931, cuando se empecinó en la pifia y alteró los colores de la bandera nacional. Esa bandera de España -permítanme que lo recalque- es la que tuvo que hacer frente a la intentona golpista de Companys, el 6 de octubre de 1934; con ella, las tropas cañonearon el Palacio de la Generalidad insurrecto y, frente a ella, se hizo, no alguna estelada, sino la bandera blanca de la rendición; con ella, desfilaron los legionarios que desembarcaron, entre aplausos de los ciudadanos, en el puerto de Barcelona. Aquel Golpe de Estado contra la República española se salvó con una guerra callejera, muertos y heridos (¿lo que están buscando los CDR ahora?) y detenciones de los cabecillas que no huyeron por el alcantarillado, aunque después serían indultados por el Frente Popular (conviene también recordarlo).
Sea cual sea la forma que adopta el Estado -monarquía, república, caudillaje-, gobiernen Alfonso XIII, Alcalá Zamora, Azaña, Franco o Felipe VI, España es una nación unida, y todo intento de romper con esa unidad se puede calificar -digan lo que digan los jueces- como un crimen histórico, aunque esta calificación no esté registrada en el Derecho.
Volviendo a aquel octubre del 34, los falangistas de José Antonio se manifestaron en Madrid para agradecer al presidente Lerroux haber defendido la unidad nacional y, de paso, la Constitución republicana; la manifestación azul ostentaba al frente la bandera tricolor, la nacional en aquellos momentos, y un cartel con el lema de “Viva la unidad de España”, que portaba simbólicamente el catalán Roberto Bassas.
Y ahora, al presente: ¿qué demonios pintaba una bandera española histórica -tan histórica como la que lleva en su centro el águila de San Juan- en una manifestación separatista, junto a las enseñas secesionistas con la estrella solitaria?
Su portador o portadora (me fue imposible distinguir el sexo en las imágenes) se lo debería hacer mirar o, por lo menos, estudiar un poco de historia.