CATOLICISMO Y LIBERALISMO: Reflexiones en tiempo de crisis
Pedro Sáez Martínez de Ubago. Si alguna vez se ha gozado de eso que llaman “estado del bienestar” en la España donde ya, a primeros de los años de 1980, Felipe González quería crear 800.000 puestos de trabajo para combatir paro, está claro que, después de los perjurios y cambios de rumbo del gobierno de Mariano Rajoy y su mayoría absoluta, los españoles estamos abocados a una esclavitud irremisible.
Al menos, en ese sentido debe entenderse la recomendación de incumplir la legalidad vigente –lo que conculcaría de facto del estado de derecho- hecha por el Banco de España a final de mayo en relación con que jóvenes y parados de larga duración puedan ser contratados por menos del Salari Mínimo Interprofesional.
Por otro lado, aquí no acaban nuestros males, porque más allá de Luis María Linde y de Nuestras fronteras, la pasada semana ha sido el Fondo Monetario Internacional, presidido por la señora Christine Lagarde, quien nos ha recomendado, una reducción en torno al 10% de los salarios junto con una subida aún no cuantificada del IVA, que es el más indiscriminado de los impuestos. En virtud de ello, la capacidad adquisiva de los españoles, reducida en torno al 15% en los últimos 20 años, se mermaría en aproximadamente un 13% más.
Con esa perspectiva, o debe extrañarnos leer noticias como que los concursos de acrredores alcanzan un nuevo máximo histórico al afectar a 5.069 empresas (un 22,5%) más que en el primer semestre del año pasado, o que quienes prometían que saldríamos de la crisis en 2013 primero y 2014 después, ya empiezan a hablar de 2018 como del año en que la economía podrá empezar a crecer en torno al 1%, un punto por debajo del 2% que los economistas dan como condición real y no estacional para la creación de empleo.
Pero, cuando la crisis afecta a socialistas y populares, a franceses y americanos, a rusos e incluso ya a los alemanes, cuando las mafias y las corruptelas campan por doquiera, como noticia del día, se llama Barcenas, Berlusconi, Jiri Rusnok, obama, Anshu Jain y Juergen Fitschen, Qi Fang, Marcus Agius, Bob Diamond o Sarkozy… trascendiendo personas, sistemas, ideologías, continentes… es necesario hacer una intronspección que nos lleve a buscar la crisis en el interior del ser humano y en su naturaleza caída como fomes del pecado.
En este sentido viene pronunciándose, ya cada vez con mañor vehemencia la Iglesia, que es madre y es maestra, en cuyos consejos y majisterio encontramos perlas como las elegidas para esta antología.
Juan Pablo II fue muy criticado cuando advirtió que muchas veces, es un hecho incontrovertible que la interdependencia de los sistemas sociales, económicos y políticos crea en el mundo actual múltiples estructuras de pecado (Sollicitudo rei socialis, 36; Catecismo de la Iglesia católica, n. 1869); que dichas estructuras de pecado que frenan el desarrollo de los pueblos menos favorecidos desde el punto de vista económico y político (37); aunque nos alentaba anunciando que la victoria de Cristo sobre el mal nos da la certeza de que incluso las estructuras más consolidadas por el mal pueden ser vencidas y sustituidas por «estructuras de bien» (Sollicitudo rei socialis, 39).
A su vez Benedicto XVI advertía al Primer Ministro del Reino Unido, Gordon Brown: "Si un elemento clave de la crisis es un déficit de ética en las estructuras económicas, esta misma crisis nos enseña que la ética no es "externa", sino "interna", y que la economía no puede funcionar si no lleva en sí un componente ético". Y en este sentido ahonda la enseñanza de su encíclica Caritas in Veritate, donde podemos leer, referido, por ejemplo a la política de protección a la familia: “La apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica. Grandes naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y a la capacidad de sus habitantes. Al contrario, naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia, precisamente a causa del bajo índice de natalidad, un problema crucial para las sociedades de mayor bienestar» (44).
En esta encíclica, Benedicto XVI reivindicaba, frente a las citadas “estructuras de pecado”, que la raíz de nuestros problemas no está sólo, ni principalmente, en las dificultades económicas para seguir manteniendo un crecimiento y bienestar en un mundo sometido a crisis periódicas: «el primer capital a salvar y valorar es el hombre, la persona, en su integridad” (25). Así mismo, apelando a las conciencis de formadores y gobernantes, en Caritas in Veritate leemos: “El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y hombres políticos que vivan fuertemente en su conciencia la llamada al biencomún» (10); lo que “demanda un mayor compromiso en el mundo de la educación y en la vida pública, para erradicar en todo momento la corrupción, la ilegalidad y la sed de poder” (71).
Todo esto nos lleva, hoy como en 1891 –año de la Rerum novarum de León XIII, que señalaba las vías de las justas reformas que devuelven al trabajo su dignidad de libre actividad del hombre ya - al conflicto entre liberalisco y catolicismo y a la reivindicación del Estado como garante del bien común y su responsablilidad subsidiaria civil y económica a la hora de salvaguardar las condiciones fundamentales de una economía libre, que presupone una cierta igualdad entre las partes.
Ya la Rerum novarum señalaba las vías de las justas reformas que devuelven al trabajo su dignidad de libre actividad del hombre. Históricamente esto se logrado de dos modos convergentes: con políticas económicas dirigidas hacia el crecimiento equilibrado y el pleno empleo, y con seguros contra el desempleo y políticas de capacitación profesional. Por otra parte, la sociedad y el Estado deben asegurar unos salarios mínimos adecuados y buenas condiciones de trabajo. Y, contra lo que hoy digan Banco de España o FMI, para conseguir estos fines el Estado debe participar indirectamente (según el principio de subsidiariedad) y directamente (según el principio de solidaridad).
Así, el error del liberalismo consiste en una concepción de la libertad humana que la aparta de la obediencia de la verdad y, por tanto, también del deber de respetar los derechos de los demás hombres. Así la libertad se transforma en afianzamiento ilimitado del propio interés.Interés que se menoscaba, cuando se olvida, de acuerdo con la enseñanza de la Centesimus annus de Juan Pablo II, donde se establece (33 a 43) que la propiedad privada, por su misma naturaleza, tiene también una índole social, cuyo fundamento reside en el destino universal de los bienes. Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes. Ahora bien, la tierra no da sus frutos sin una peculiar respuesta del hombre al don de Dios, es decir, sin el trabajo. Mediante el trabajo el hombre se apropia de una parte de la tierra: he ahí el origen de la propiedad individual. Además al hombre le incumbe la responsabilidad de cooperar con otros hombres para que todos obtengan su parte del don de Dios.
Hoy, más que nunca, trabajar es trabajar con otros y para otros: es hacer algo para alguien. Este trabajo social abarca círculos progresivamente más amplios. La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos. Sin embargo, es necesario descubrir los problemas relacionados con el actual proceso económico. Muchos hombres, aunque no son propiamente explotados, son ampliamente marginados del desarrollo económico.
Y el libre mercado no es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder a las numerosas necesidades humanas que no tienen solución en el mercado. Por encima de la lógica del mercado, porque existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. El trabajo del hombre y el hombre mismo no deben reducirse a simples mercancías.
En las economías avanzadas ha nacido el fenómeno del consumismo. Y sin ser malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida orientado a tener y no a ser, como ya advirtió Juan Pablo II a los Jóvenes del Santiago Bernabeu. Lo que estaría en consonancia con estas palabras de Pío XII (1-VI-1941): “El derecho de cada hombre a usar los bienes materiales para su sustento está en relación de prioridad frente a cualquier otro derecho de contenido económico; y, por eso también, frente al derecho natural de la propiedad sobre los bienes”, y que está en comunión con lo que años más tarde, en su libro Sobre el cielo y la tierra, escribiría el arzobispo Bergoglio: “El desprestigio del trabajo político requiere ser revertido, porque la política es la forma más elevada de la caridad social. El amor social se expresa en el trabajo político hacia el bien común”. Por eso, en su reciente viaje a Brasil, arengaba como Papa Francisco a los jóvenes: “sois vosotros los que vais a recoger la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia”. Sois vosotros quienes, recogiendo lo mejor del ejemplo y las enseñanzas de vuestros padres y maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella”