CDC amenaza con acudir al “primo de Zumosol”, si se le impide la consulta
Miguel Massanet Bosch. Lo cierto es que, en ocasiones, la obsesión del nacionalismo catalán de intentar, por los medios que fueren, romper la unidad de España; a pesar de que ya han acudido a todas las instancias nacionales y extranjeras para tantear las posibilidades que les quedan para poderse proclamar como nación independiente, recibiendo la unánime respuesta negativa de todas las instituciones a las que han recurrido, puede parecer de una torpeza supina. Sus pretensiones no pueden prosperar dentro de una Europa comunitaria por existir una legislación específica que impide que una nación desgajada de otra, que sea miembro de la UE, no pueda formar parte de este organismo ni beneficiarse de las ayudas comunitarias ni recibir préstamos del BCE ni del FMI.
No debiera extrañarse, el señor secretario de Organización de CDC, Joseph Rull, ni considerarlo “inaudito”, el que, el Estado, ya les haya anunciado que la famosa ley de Consultas, en las que parece que tienen puestas sus esperanzas los independentistas, se va a considerar inconstitucional y se va a impugnar ante el TC. Si fuera un poco más espabilado, este señor debiera de verle la lógica a que, si el Congreso de Diputados de la nación ha negado la posibilidad de Catalunya de celebrar una consulta sobre el “derecho a decidir”, el que, ahora, se pretenda pasar por encima de aquella resolución, yendo de lo más a lo menos, no deja de ser un empeño estéril, un intento temerario y una de las medidas dilatorias a las que deben recurrir para evitar reconocer, ante el pueblo catalán –al que han engañado diciéndoles que van a ser independientes –, que ya no tienen posibilidad alguna de darles aquello que les dijeron que iban a conseguir.
Suponemos que sus asesores, con el señor Roca a la cabeza, ya les habrán advertido de que esto de una ley de Consultas no tiene el más mínimo porvenir y, por ello, el mismo señor Rull, se nos ha puesto gallito y levanta la voz para que, el resto de España, le oiga para advertirnos de que, si no cedemos a sus amenazas, al chantaje que plantean o no se cede a que se salgan con la suya, van a pedir el “amparo internacional”, o sea, algo así como aquel niño al que mamá le quita la pirula para que no pierda las ganas de comer y, furioso, se revuelve contra ella, espetándole: “Pues, si no me lo devuelves, se lo voy a decir a papá”. En mis tiempos de niño, en que los padres podían corregir a los niños cuando se ponían intratablemente estúpidos, con un saludable pescozón; el tema se hubiera sido resuelto así de sencillo. Hoy ya es otra cosa y así sale la juventud.
Ahora, en tiempos en los que la civilización, a copia de políticos infumables, sin más preocupaciones que intentar vivir a costa del Estado el mayor tiempo posible, se dedican a prohibir todo, hasta que un padre pueda castigar a su hijo, (algo que cualquier animal hace cuando el cachorro se pone insolente o pretende subírsele a la barba o, en su inconsciencia, se pudiera poner en peligro) para hacerle ver que comete una torpeza; la llamada civilización, se dedica a poner obstáculos, a interponer burocracia; a hablar de leyes que, para ser aplicadas, pueden pasarse lustros; a obstaculizar la labor de las fuerzas del orden obligándoles a soportar a los vándalos que los acosan, por el miedo de sus superiores de que, un mamporro bien dado, pudiera causar una víctima que sirviera al partido contrario para sacar provecho político y crearles dificultades.
Hoy, nuestro Gobierno, escucha a tipejos como este señor Rull y no dice nada, no hace nada y simula que no se entera, por el miedo a tener que aplicar la Constitución. Si, señores, estamos en un Estado de Derecho en el que algunos tribunales van por libre, entendiendo la aplicación de la Justicia, como un privilegio que depende de su voluntad; en el que las autonomías ya no se conforman con las funciones que les fueron asignadas y ahora lo que quieren es que, además de darles dinero, de financiar las obras públicas dentro de sus límites territoriales, de pagar las deudas contraídas por su mala gestión; el Estado termine por concederles el autogobierno y, si nos apuran, que les pongamos un ejército propio para defenderse de nosotros, los españoles. La sinrazón se está convirtiendo en una enfermedad contagiosa que, si no hay quien la corte, va a acabar por invalidar nuestra democracia, llevando al país hacia lo que hace tiempo que pretende la izquierda y los separatismos: el caos político; la ingobernabilidad; el crack económico y el ser expulsados de esta Europa, a la que parece que el señor Rull y su partido, en la cuerda floja y en manos de los de ERC, quieren acudir en amparo para que, una vez más, los vuelvan a mandar a espigar cebollinos.
Porque, señores, cuando el propio señor Valls, el antiguo ministro de Interior francés, y actual primer ministro francés, nacido en Catalunya, se propone ahorrar dinero suprimiendo las actuales provincias en nuestro país vecino, para agruparlas en unas pocas; con lo que ya ha anunciado se van a ahorrar varios millones de euros, ¿hay alguien que pueda pensar que, la CE, que sigue intentando agrupar a los países para establecer una legislación que les sea común?;que ya se lamenta de que son demasiadas las naciones adheridas que no están en condiciones de seguir a las más adelantadas y que busca establecer unos idiomas oficiales comunes para evitar la proliferación de lenguas comunitarias, con el coste que ello lleva aparejado en impresos, traductores, intérpretes etc.¿Podemos creer que, esta Europa, va a estar dispuesta a apoyar a Catalunya en sus afanes separatistas, cuando, precisamente, en lo que están empeñados es en fortalecer los actuales países para, de paso, reforzar toda la UE y la CE con su zona euro?
En todo caso, no pierdan de vista este hecho: los que se creen que los que aspiran al separatismo son unos pocos, están radicalmente equivocados. Hace mal el Gobierno de Rajoy si se cree que, cuando quiera poner freno a la carrera separatista, le bastará con enviar a unos funcionarios desde Madrid a hacerse cargo de la administración de esta autonomía. No debe minusvalorarse el hecho cierto de que existen muchos catalanes y, entre ellos muchos de los “nuevos catalanes”, que han sido abducidos por la propaganda y el pensamiento único implantado en las escuelas, junto a la inmersión en catalán. Se ha permitido que la Generalitat haya hecho, impunemente, caso omiso de las leyes españolas, de su Constitución, de las resoluciones y sentencias de los tribunales y, todo ello, ha creado un clima de rebeldía e indisciplina, que es muy posible que estalle en cualquier momento. Veremos, si se produce el caso (no se fíen de que Mas fuera capaz de impedirlo, aunque quisiera), de qué medios se va a tener que valer el gobierno de España para sofocar la rebelión. Una situación peligrosa.
España, debemos reconocerlo, no está en estos momento en condiciones de poder meterse en un conflicto interno, que pudiera despertar suspicacias entre nuestros vecinos; de modo que, la confianza que tanto nos ha costado conseguir de los inversores del resto del mundo, pudiera, de un plumazo, perderse y tuviéramos que volver a aquellas primas de riesgo que hace poco más de un año todavía alcanzaban los 600 puntos, una situación que, de repetirse, no es probable que pudiéramos recuperarnos de ella. Volver a estar entre los que Europa consideraba como un problema grave para su cohesión interna es muy probable que supusiese el tener que enfrentarse a una quiebra soberana que, naturalmente, arrastraría consigo a Catalunya. O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pié, vemos esta problemática.