Censores preventivos
La Lupa del YA. Se está poniendo de moda que los políticos no admitan preguntas de los periodistas en las ruedas de prensa. Empezó con la moda Zapatero, lo viene haciendo Rubalcaba de manera habitual, e incluso el Ministro de la Oposición, Mariano Rajoy, y su acólitos, se han contagiado de tan lamentable práctica política. Salen al estrado, leen los folios que les escribe su jefe de gabinete o asesor personal, y se largan, dejando a los periodistas, es decir, a los portavoces de los ciudadanos ante la clase política, con la boca abierta y sin poder decir ni “mu”. Parece sorprendente que esto suceda ahora que todos dicen, con mucha pompa, que tenemos una democracia completamente consolidada, y especialmente en un momento en el que gobierna en España un partido de izquierdas, que además apuesta por el “talante”. Se ve que el concepto de lo que debe ser la izquierda en Zapatero, como de tantas otras cosas, es bastante “sui generis”.
La Asociación de la Prensa de Madrid ya presentó una queja formal por este asunto a finales de 2006, que demostró no servir absolutamente para nada.
Quién se cree que es un jefe de prensa, o un político, para impedir el derecho a la información, recogido en el artículo 20 de la Constitución Española. Debe ser que la Carta Magna, convertida en un papel mojado con el que los actuales gobernantes se refrescan las posaderas, ya no significa nada ni siquiera para un jefe de prensa. A tal grado de desvergüenza y desfachatez ha llegado la política en lo que va quedando de España, con Zapatero al frente del negociado.
Impedirle a un periodista que pregunte lo que le dé la real gana en una rueda de prensa, equivale a tapar la boca y los oídos a los ciudadanos de este país. Equivale a ejercer la dictadura de la información, o sea, lo mismo que hacen los caciques de las repúblicas bananeras de Sudamérica, allí donde nuestro presidente hace las mejores migas políticas. Impedirle a un periodista que haga preguntas, es decir, que haga su trabajo, es uno de los mayores actos de autoritarismo que puede llevar a cabo un representante público en una presunta democracia como ésta en la que dicen que vivimos. Y además, es una prueba infalible de mediocridad política y personal, un síntoma inequívoco de inseguridad indisimulada, la mejor prueba posible de que uno es un inútil total y absoluto. Quien no tiene nada que ocultar, generalmente no tiene nada que temer, y quien no tiene nada que temer siempre deja que los periodistas hagan su trabajo, es decir, pregunten lo que les dé la realísima gana, que es lo que se ha hecho siempre en este país. Siempre, hasta que ha llegado Zapatero y toda la cohorte de demócratas convencidos que lo acompañan en el Gobierno y su leal oposición. Unos demócratas que ni siquiera se atreven a que los periodistas les hagan preguntas en las ruedas de prensa.
Algunos lo tomarán como una anécdota, y posiblemente muchos ciudadanos no sean conscientes de la gravedad que supone. Pero para nosotros, que esto suceda en estos momentos en España es un signo más de la conculcación diaria que los actuales dirigentes hacen de los más elementales derechos ciudadanos. El derecho a la información está en la base de cualquier planteamiento democrático, tiene similar valor que otros derechos fundamentales de la persona, como el derecho al honor o a la intimidad. Que la actual clase política le niegue, no a los periodistas, sino a los ciudadanos españoles la información a la que tiene derecho, no hace sino confirmar los peores presagios. Detrás de un político que se anuncia a sí mismo como uno de los padres de la democracia, lo que suele haber es un sátrapa o un tirano encubierto. Y en la política española, además de poquísimo talento, hay bastante dictadorzuelo.