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Diario YA


 

Firmas: La Gallera

Certeza, creencia, opinión

José Escandell. Uno de los caminos a través de los cuales se ha puesto en crisis toda moral ha sido el de presentar toda verdad como creencia. Por ejemplo, el sociologismo moral, tan difundido, ha convencido al mundo de que toda apreciación moral deriva, al fin y al cabo, de una coacción social, y no de la certeza acerca de la bondad o maldad morales propias de cada conducta. Esa coacción, más o menos explícita, habría conseguido meter en las mentes y en los corazones de las gentes qué es lo bueno y qué es lo malo, al margen por completo de que esa bondad y esa maldad lo sean de suyo.

Ya no hay verdades, sino creencias. Y las creencias tienen su apoyo en el sentimiento, que es un elemento subjetivo que puede ser de grupo (como pasa en el sociologismo) o tan sólo particular. Desde luego, se sobreentiende que el modelo más acreditado de creencia es el de la creencia religiosa, la cual, según este modo de ver, no es más que un salto arbitrario en el vacío, un empeño en afirmar a pesar de las evidencias. La creencia, en este sentido, es ilógica y constituye un mundo de ideas al margen de la evidencia.

Muchos conceden que el ser humano se guía más por creencias que por evidencias. Suele alegarse a favor de esta tesis la experiencia de que muchas personas son frecuentemente incapaces de argumentar sus posiciones. Mas es preciso añadir, en honor a la verdad, que las limitaciones en la capacidad argumentativa pueden derivar de muy diversas fuentes y no tienen tan sólo como fundamento la falta de evidencia. Se podría pensar que quien no puede argumentar tampoco tiene razones suficientes para sostener sus ideas y que, por consiguiente, si las sostiene lo hace por pura voluntad, porque tan sólo cree en ellas. No obstante, quien analice así la cuestión en realidad deja de lado algo esencial.

Nadie puede creer seriamente si no apoya su creencia en alguna certeza. Así, quien cree que existe Nueva York y no ha visitado nunca esa ciudad, sólo puede hacerlo sobre la base de que tiene por cierto que quien le da testimonio de la realidad de Nueva York es fiable. La certeza de la experiencia de ver Nueva York es suplida por la certeza de la credibilidad del testigo. Se trata de una certeza indirecta.

Lo cual es por completo opuesto a una opinión. Quien cree no opina, pues en la opinión el sujeto no tiene evidencia, sino que sabe que corre un riesgo y no las tiene todas consigo. Este es el punto de partida del sofisma tramposo. Cuando tantos hablan de creencias, en realidad mezclan en el mismo concepto las certezas indirectas y las opiniones. Sí es verdad que, cuando se opina, se salta al vacío, pero no es verdad que cuando se cree haya una irreflexiva voluntad de aceptar, por encima de toda evidencia, que todos los gatos son pardos.

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