Principal

Diario YA


 

una película abierta a la trascendencia

Churchill

Víctor Alvarado

Se está convirtiendo casi en norma de los últimos años que los directores de cine que quieren hablar de un determinado personaje histórico se centren en un episodio muy concreto de sus vidas. Ese es el caso de la cinta: Churchill.

Esta producción cuenta los episodios de este gran hombre de estado relacionados con los días anteriores al desembarco de Normandía y como fue la relación con su mujer en esos momentos de tensión, así como los distintos intercambios verbales con los altos cargos militares como Eisenhower o Montgomery.

La dirección ha corrido a cargo de Jonathan Teplitzky , autor de Un largo viaje o Mejor que el sexo que, con relativamente pocos medios, consigue ofrecernos un producto ciertamente interesante. Los diálogos son brillantes y nada complacientes con la figura del político. Este cineasta logra que haya química entre la pareja protagonista y las interpretaciones son magníficas. Destaca Miranda Richardson, haciendo de Sra. del Primer Ministro, mientras que, tanto la caracterización como el trabajo artístico de Brian Cox en el papel de Churchill, lo convierten en serio candidato al Óscar.

De todos es conocida la célebre frase de Churchill en un discurso político en relación a su enfrentamiento contra la Alemania de Hitler que decía sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Pues bien, el citado actor expresa las dificultades de un líder para tomar decisiones en la que están en juego la vida de muchas personas y la enorme responsabilidad que ello conlleva. El realizador se empeña en no idealizar al político. Para ello humaniza y hace vulnerable al personaje para que comprendamos que es un ser humano como cualquiera de nosotros, pero poseedor de una capacidad importante de liderazgo para animar a la población a no rendirse para alcanzar la libertad como un elemento esencial de la democracia ante un régimen totalitario como el alemán de esa época.

Este largometraje está abierto a la trascendencia. Este hombre medita encerrado en su habitación, ya que vemos a una persona atormentada por haber sufrido un fracaso en el pasado y su experiencia profesional le dice que podría ocurrir lo mismo en Normandía, puesto que él vivió el desastre del desembarco de Galípoli. Éste se pone a rezar en tono desafiante, aunque después se serena y reconoce que todo está en manos de Dios.

Su mujer en una conversación le manifiesta su desacuerdo con las decisiones que toma y le recrimina que le fallan las formas, lo que le sirve como cura de humildad, recordándonos que detrás de un gran hombre se encuentra una gran mujer y viceversa.