Jesús Asensi Vendrell. Uno no sale de su asombro, o tal vez sí, ante los casos de corrupción que salpican a la clase política de cualquier ideología, a todos los niveles y en todas las instituciones. Quizá todo radique en que olvidamos con facilidad que la condición del hombre no va a cambiar y que solemos caer en la tentación cuando convertimos el progreso y el bienestar en nuestro único Dios.
Uno no sale de su asombro, o tal vez sí, al ser sabedor del nivel de confianza que la clase política inspira en la ciudadanía y, al mismo tiempo, del ciego seguimiento que el vulgo otorga a sus caprichos e ideologías. ¿Cómo es posible que nos dejemos arrastrar sin más por los dictámenes de unas personas que consideramos dignas de toda desconfianza? La consulta independentista catalana, la falsa tregua de ETA sin desarme, la ley del divorcio, del aborto o del matrimonio homosexual… hechos consumados por unos dirigentes políticos que gozan de una impunidad legislativa incomprensible. Y es que en el fondo, como bien decía mi querido Don Enrique, “nadie orina agua bendita”. Todos estamos hechos de la misma pasta y solo nos movilizamos cuando nos tocan el bolsillo o se pone en peligro ese “estado del bienestar” que nos impide olvidarnos de nosotros mismos y mirar a nuestro alrededor.