Ciencia y valores
Max Silva Abbott. Cualquiera que se adentre en la filosofía de los dos últimos siglos, no puede dejar de percibir que ha predominado en muchos sectores una verdadera animadversión hacia el razonamiento moral, esto es, la posibilidad de encontrar un estatuto racional para la ética.
Esta actitud es especialmente patente en el Positivismo Filosófico del siglo XIX (que hunde sus raíces en el Racionalismo del siglo XVII), y en el caso del Derecho, del llamado Positivismo Jurídico (en cualquiera de sus muchas y a veces incompatibles manifestaciones) que llega hasta hoy. Desde estas perspectivas, lo único realmente ‘racional’ serían los hechos, los datos empíricos, en razón de ser medibles y cuantificables. El mundo de los valores, por el contrario, al no poder ser reducido a hechos, acaba siendo relegado al campo de lo irracional, lo subjetivo, de los meros sentimientos o pareceres.
Es cosa de ver lo que ocurre hoy con el concepto de ciencia, considerado el paradigma de la racionalidad y de la objetividad. Sólo sus resultados merecerían confianza, en atención a su comprobabilidad. Por eso, la supuesta irracionalidad de los valores hace abogar por una ciencia ‘objetiva’, ‘neutral’, que sólo refleje la realidad como un espejo.
Sin embargo, cada vez resulta más patente que una visión absolutamente neutral es imposible, porque siempre se está valorando, incluso al hacer ciencia. Es la única forma de acotar el campo de estudio, de darse cuenta de qué materias serán importantes y significativas, de ordenar y ponderar la información, etc.
En el campo jurídico pasó otro tanto: se pretendió estudiar al Derecho al margen de las valoraciones (su justicia), dándose importancia sólo a que éste estuviera ‘puesto’, que existiera como tal de manera independiente a su contenido: la ley es la ley. Sin embargo, esta especie de asepsia valórica muy pronto se vino abajo, porque es imposible entender ni mucho menos vivir la realidad jurídica sin acudir a criterios de valor. Así por ejemplo, la interpretación de la ley, supuestamente neutral y ‘objetiva’ (es cosa de ver las estrictas reglas de interpretación de cualquier ordenamiento jurídico), se encuentra tachonada de valoraciones, de apreciaciones del juez, quien de alguna manera la manipula para llegar a la solución que busca. Y podrían darse muchos otros casos.
Ahora bien, esta inevitable intromisión de juicios de valor ha sido comprobada hasta la saciedad por los mismos que pretendieron dejarlos de lado. Con todo, lo más sorprendente es que pese a esta palmaria verificación, en nada ha parecido cambiar la actitud hacia esos valores que lo invaden todo. Esto es, que pese a ser una realidad omnipresente, se siga insistiendo en su carácter no racional, lo que usualmente se conoce como ‘no cognitivismo ético’. Y llama la atención, se insiste, porque un espíritu genuinamente científico, que quiere llegar a lo que las cosas son, ser objetivo, en estricto rigor no puede cerrarse a partes de la realidad, cercenarla. Una actitud auténticamente ‘científica’ sería, por el contrario, enfrentarse a estos valores e intentar comprenderlos, aun cuando para ello haya que cambiar de óptica.
Sin embargo, este es un paso que por lo general, no se da, lo cual obliga a preguntarse, objetivamente, por qué existe este verdardero interés en persistir en el no cognitivismo ético.