Ángel David Martín Rubio. 1 de Octubre.
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El domingo 9 de octubre próximo, Benedicto XVI presidirá la celebración de la Eucaristía en el Vaticano con motivo del 50º aniversario de la muerte del siervo de Dios, el Papa Pío XII. Otros actos organizados en torno a dicha conmemoración serán un congreso sobre su magisterio organizado por el Consejo Pontificio de Ciencias Históricas en las Universidades Pontificias Gregoriana y Lateranense, del 6 al 8 de noviembre de 2008; una exposición fotográfica con el título de "Pío XII: el hombre y el pontificado", presentada en el Brazo de Carlomagno, del 21 de octubre 2008 al 6 de enero de 2009. Asimismo, la Fundación “Pave the Way”, dedicada a promover el diálogo interreligioso, reunió del 15 al 17 de septiembre a algunos de los mayores expertos mundiales sobre la figura de este Papa para analizar, en particular, su relación con el pueblo judío.
Con relativa frecuencia, vienen apareciendo en los medios de comunicación noticias y comentarios que, en relación con este Papa de santa memoria, no dudan en calumniarle y atribuirle las más aviesas intenciones. No hace falta advertir que estas voces siempre provienen de notorios, y bien respaldados económicamente, enemigos de la Iglesia pero, para prevenir las perplejidades que estos comentarios pueden causar en católicos poco informados, creemos oportunas algunas precisiones sobre la figura de este Romano Pontífice cuyo proceso de beatificación está muy avanzado y a quien esperamos venerar muy pronto en los altares.
Desde España estamos especialmente obligados a rendir este homenaje de gratitud y fidelidad a Pío XII ya que él siempre demostró su cariño y paternal solicitud hacia nuestra Iglesia y nuestros gobernantes. Merece mencionarse aquí el mensaje que dirigió al pueblo español con ocasión de la Victoria:
«...Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar una vez más sobre la heroica España. La nación elegida por Dios, principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu...» (16-abril-1939).
Y algunos años después se dirigía a una misión española presidida por don Alberto Martín Artajo en los siguientes términos:
«...La España católica conoce lo que son ciertos horrores y puede ser que esta experiencia haya sido una gracia especial de lo Alto para mantenerla apartada de no leves peligros. Nuestro ferviente deseo es que ella sepa aprovechar tan señalado bien, progresando continuamente en la reorganización de sus medios de producción, en la estructuración de sus instituciones fundamentales, en la regulación práctica de principios que ha aceptado y reconocido siempre, en la inserción de sus ricas esencias nacionales dentro de la armonía general de los pueblos y, sobre todo, en la plena pacificación de los espíritus, como consecuencia principal de una auténtica proyección de sus altos ideales cristianos sobre todos los aspectos de su vida económica, cultural y social...» (3-noviembre-1956).
Hace unos años apareció un libro que vio la luz en numerosos países e idiomas (recuérdese lo que dijimos sobre el poder económico de estos grupos de presión) y que lleva un título que es ya por sí mismo un vulgar reclamo publicitario y una calumnia: «El Papa de Hitler. La historia secreta de Pío XII». Su autor declaraba con pretenciosa seguridad que se trata del «primer juicio científico y honesto» sobre este Papa y, sin embargo, también aparecía en “L’Osservatore Romano” (13-octubre-1999) una nota en la que, después de recordar que John Cornwell no tiene ni siquiera un título académico de historia, derecho o teología, demuestra que sus consultas en el “Archivo Secreto Vaticano” (fuente documental inexcusable para todo el que quiera decir una palabra de relevancia sobre el tema) fueron únicamente durante tres semanas y en períodos de tiempo muy breves. Además, no tuvo acceso a ningún documento posterior a 1922 (ya que a partir de dicha fecha el archivo no estaba entonces abierto al público) mientras que el Pontificado de Pío XII comienza en marzo-1939.
Es decir, estamos ante un libro de nulo valor documental y que únicamente representa una nueva arma propagandística que hay que sumar a la campaña desatada contra la persona y el pontificado de Pío XII. El nudo del problema está en su postura ante la Segunda Guerra Mundial que ha llevado a hablar algunos de un triple silencio por parte del Papa: ante la guerra como tal, ante el genocidio judío, y ante los otros horrores cometidos por los nazis en todos los países.
«Ya se ha dado una respuesta satisfactoria. Basta leer al Padre Blet», fue la respuesta tajante de Juan Pablo II a un grupo de periodistas que le preguntaban a propósito de este presunto silencio de Pío XII. En efecto, Pierre Blet, jesuita y profesor emérito de historia en la “Pontificia Universidad Gregoriana” de Roma, junto con otros famosos historiadores ha examinado a fondo la documentación de la Santa Sede relativa a la Segunda Guerra Mundial (que, por cierto, había comenzado a publicarse en una numerosa serie de volúmenes años atrás). Una buena síntesis del resultado de esta investigación puede verse en un libro que concluye así:
«El Papa Pacelli se declaraba consciente de haber hecho para evitar la guerra, para aliviar los sufrimientos, para contener el número de víctimas, todo lo que había creído poder hacer. En cuanto los documentos permiten entrar en el secreto del corazón, éstos nos llevan a la misma conclusión» (BLET, P., Pío XII e la Seconda Guerra mondiale negli Archivi Vaticani, San Paolo, Milano, 1999).
Olvidan pues, los que hacen un juicio apresurado sobre el Papa, que «no compete propiamente a la investigación histórica establecer o discutir lo que se habría debido hacer, si se podía hacer mejor o peor, sino ilustrar y tratar de comprender lo que se hizo y por qué se hizo así» (Miccoli).
Una consulta serena de la documentación disponible revela la verdadera actitud de Pío XII y la falta de fundamento de las acusaciones lanzadas contra su memoria. En primer lugar se pone en evidencia cómo los esfuerzos de su diplomacia por evitar la guerra, para disuadir a Alemania de atacar a Polonia y para convencer a Italia de separarse de Hitler, llegaron al límite de sus posibilidades.
En cuanto a la persecución a los judíos, no es cierto que hubiera un silencio total. Pío XII denunció claramente la persecución en el mensaje de Navidad de 1942 y en la exhortación del 2-junio-1943. En el primero de ellos pedía el fin de la guerra y recordaba «a los centenares de miles de personas que sin ninguna culpa, a veces por la sola razón de su nacionalidad o de su raza, han sido llevados a la muerte» y en 1943 vuelve a denunciar las masacres pero a la vez advierte que debe ser cauto «en el interés mismo de los que sufren para no dificultar más su posición».
Los documentos evidencian los esfuerzos tenaces y continuos del Papa para oponerse a las deportaciones. El aparente silencio escondía una gestión secreta a través de las Nunciaturas para evitar y limitar las violencias. Así, fueron cientos de miles las vidas salvadas por el Papa y sus colaboradores, y el propio Pío XII frenó personalmente la deportación de los judíos del “gueto” de Roma. Las grandiosas declaraciones públicas (a las que hoy nos han acostumbrado los políticos que asisten impasibles al exterminio de pueblos enteros) no habrían servido para nada y hubieran empeorado la suerte de las víctimas. Bien alto habló la Santa Sede en los años anteriores para denunciar que la desenfrenada carrera del liberalismo, del comunismo y del nazismo habría de llevar al mundo al caos y sin embargo la orgullosa Europa, donde burgueses y marxistas se daban la mano para coincidir en un burdo anticlericalismo, no quiso escuchar la voz de Roma: ¿por qué habría de hacerlo ahora?
Al terminar la guerra, muchos tuvieron que reconocer cuánto se habría evitado de haberse atendido las peticiones del Papa en favor de la paz. El agradecimiento público de personalidades de todo tipo, como las grandes figuras del judaísmo o el presidente Roosvelt, son pruebas de este reconocimiento a su obra. Es de señalar a este respecto, la deuda contraída con Pío XII por la ciudad de Roma que le dio el título de Defensor: Fueron muchos los refugiados que encontraron ayuda y acogida en la Ciudad del Vaticano y en las numerosas casas religiosas existentes; cuando Roma fue brutalmente bombardeada por los aliados que causaron miles de víctimas en los barrios más populares, el Papa acudió a los sitios de mayor peligro para compartir con todos sus temores e inquietudes y él contribuyó de modo decisivo a que Roma fuese reconocida como “ciudad abierta” y se salvase de la destrucción.
A una pregunta sobre las causas de esta leyenda negra injustificable, respondía tajante el padre Blet:
«A que a Pío XII no se le ha perdonado nunca el haber frenado el comunismo en Italia, empeño en el que se empleó a fondo. Los ataques al Papa Pacelli por su actitud en la Segunda Guerra Mundial surgen a partir de la obra teatral “El Vicario” puesta en escena en el año 63, de Rolf Hochuth, autor alemán del que hay razones suficientes para pensar que era dirigido por los servicios del Este» (Diario ABC, 28-marzo-1998).
Valga por último un paralelismo con el caso español que resulta especialmente gráfico para comprobar como se asiste a una distorsión semejante de la historia. Aquí, los incendios de iglesias se iniciaron en 1931 y se prolongaron durante años; en Octubre-1934 (mucho antes de comenzar la guerra) se había asesinado a 37 sacerdotes, religiosos y seminaristas; la legislación republicana trató de marginar a la Iglesia de toda presencia social... Por otra parte, la segunda fase de la persecución se inició con toda rapidez, mucho antes de que la jerarquía tuviera tiempo de pronunciarse en un sentido al que se vio inclinada, necesariamente, a causa de la proscripción vandálica de la vida religiosa que estaba teniendo lugar en zona republicana en la que estaba en juego hasta la simple supervivencia física como dan fe las casi siete mil víctimas solo entre sacerdotes y religiosos.
Y sin embargo, desde determinados ambientes se acumulan los reproches hacia la Iglesia española y se quiere provocar un unilateral “mea culpa” que condene en bloque todo lo que se hizo entre 1936 y 1975, un pedir perdón público acompañado de una sensación de inferioridad que deje a la Iglesia acomplejada ante el mundo e incapaz de llevarle la savia del Evangelio (¿Quién se atrevería a hacerlo con semejantes precedentes? ¿Para que otros tengan que pedir perdón por lo que nosotros hicimos?).
Cuando un hombre pierde la memoria queda sin identidad, está incapacitado para seguir construyendo su futuro y resulta fácilmente manipulable. También una Iglesia sin memoria de su propia historia o con una memoria sesgada sería fácilmente manejable por los poderosos de hoy que necesitan que nadie oponga la Verdad a sus mentiras. Estamos tranquilos porque sabemos que Cristo ha vencido al mundo (Jn 16,33) pero los cristianos debemos, como modesta aportación a la misión de la Iglesia, conocer nuestra historia y aprender de nuestros mayores una fidelidad al Evangelio que ellos vivieron incluso en las circunstancias más difíciles.