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Cine español: José Luis Sáenz de Heredia, un canto a los valores patrios

José Antonio Bielsa Arbiol. Primo hermano de José Antonio Primo de Rivera, el madrileño José Luis Sáenz de Heredia (1911-1992) es indiscutiblemente uno de los más vigorosos y fascinantes cineastas españoles, un creador de primerísimo orden cuya obra, pese a sus oscilaciones, no tiene nada que envidiar a la de otros realizadores hoy día mejor considerados.

Decir que José Luis Sáenz de Heredia fue el más prominente realizador nacional durante la década de 1940 -¡que lo fue!- es una perogrullada evidente de puro incontestable, pero que convendría repetir de vez en cuando, para así minimizar ese silencio mediático que en torno a él y su obra se erigen (al menos a la hora de glosar los innumerables aciertos de su irrepetible filmografía). La novísima generación de críticos cinematográficos (ebria del marxismo cultural emanado de las degradadas universidades de nuestro tiempo), de tendencia acusadamente izquierdista y desdeñosa respecto del cine del franquismo (sin discusión, el mejor cinema que ha conocido España), suelen nombrar de tarde en tarde el nombre de Sáenz de Heredia, bien que estudiándolo desde una perspectiva sociológica (el denominado “franquismo sociológico” [sic]), bien que para cargar contra él, demonizándolo incluso (más que nada por ser el director de Raza, esa joya magistral de nuestra filmografía, prodigio de puesta en escena y grandeza moral aunadas, cuyo argumento fuera firmado nada menos que por don Jaime de Andrade, es decir,  el Generalísimo Franco).

Nacido en Madrid el 10 de abril de 1911, Sáenz de Heredia manifestó una pronta vocación teatral que no tardó en imponerse entre sus principales intereses, logrando introducirse en el cine gracias a su amistad con el director de fotografía Serafín Ballesteros. Sobre un guión propio, debutó como realizador con la magnífica y desconocida Patricio miró una estrella (1934), sobresaliente comedia en torno al mundo cinematográfico, gracias a la cual será contratado por el aragonés Luis Buñuel para hacerse cargo de dos producciones de Filmófono, La hija de Juan Simón (1935), iniciada en principio por el inquieto Nemesio Sobrevila, y ¿Quién me quiere a mí? (1936). Son años de tanteos y experimentaciones varias, en los que Sáenz de Heredia aprenderá los rudimentos del oficio con inusitado éxito. 

El comienzo de la Cruzada Nacional aparece mediatizado por su captura a manos de las milicias rojas. Salva la vida gracias al propio Luis Buñuel, un hombre singular, sobre cuyas ideas políticas, religiosas y morales ya nos detuvimos en un previo artículo nuestro publicado en este medio.

Finalizado el conflicto, y tras la realización de algunos cortometrajes documentales, recibe el encargo de adaptar a la pantalla una narración del General Franco, que éste ha publicado bajo el seudónimo de Jaime de Andrade: el resultado es Raza (1941), filme excelso, e históricamente capital en la producción cinematográfica española, en cuanto marca el comienzo del cine bélico nacional (el más característico -que no prolífico- género durante la década de 1940), sazonado además con ecos del cine histórico. Tras este trabajo pleno de aciertos estéticos y gran aliento épico, Sáenz de Heredia entrega lo mejor de su producción, a través de una serie de filmes producidos como en estado de gracia: su obra maestra indiscutible El escándalo (1943); la soberbia intriga fantástica El destino se disculpa (1944); una historia de Joaquín Goyanes, Bambú (1945); Mariona Rebull (1947), caligráfica adaptación de dos novelas de Ignacio Agustí; un canto al terruño de la dignidad ética de Las aguas bajan negras (1948); la religiosa La mies es mucha (1949); y Don Juan (1950), presentada en el Festival de Venecia; dotados de una meditada puesta en escena, estos excelentes filmes confirman a Sáenz de Heredia como el más sobresaliente de los cineastas en activo en la España de la época, por encima incluso de talentos del calibre de Juan de Orduña, Rafael Gil o Carlos Serrano de Osma (¡nada menos!).

Los años cincuenta están dominados por sus grandes éxitos en la comedia, para la que se encuentra especialmente dotado: Todo es posible en Granada (1954), la excepcional Historias de la radio (1955), y Faustina (1957), entre las que se sitúan Los ojos dejan huellas (1952) y el filme histórico Diez fusiles esperan (1958); su última película realmente lograda es El indulto (1960). Por varias razones de peso que suelen darse en el grueso de los cineastas clásicos, las mejores películas de Sáenz de Heredia son aquéllas que realizó en blanco y negro. 

La década de 1960 marca así el comienzo de su lenta decadencia creativa, cediendo a una comercialidad más fácil, y con resultados menos estimulantes y rompedores, pese a manifestar siempre un impecable oficio y una profesionalidad incontestable, más sin diferenciarse demasiado de otros estimables realizadores comerciales del período, como Pedro Lazaga o Rafael J. Salvia. Ello no le impedirá asumir entre medias encargos de interés extracinematográfico como el documental Franco, ese hombre (1964), destinado a conmemorar los “25 años de paz” del advenimiento del Caudillo al poder.

Merecen, no obstante, citarse trabajos no exentos de chispas de genio, como El grano de mostaza (1962), por cuyo guión original se hará acreedor del premio del Círculo de Escritores Cinematográficos; La verbena de la Paloma (1963), nueva adaptación de la mentada zarzuela; o Historias de la televisión (1965), intento de retomar el éxito de su película de 1955; frente a la superficial entidad que suponen filmes como Pero… ¿en qué país vivimos? (1967), a mayor gloria del entrañable cantante Manolo Escobar, con el que trabajará en otras tres producciones; o ¡Se armó el belén! (1969), al servicio del cómico aragonés Paco Martínez Soria, con quien repetirá cometidos en Don Erre que Erre (1970). Todas estas piezas, descoloridas y anodinas en su factura, suponen un pálido reflejo del cine anterior del autor.

Con sus últimos trabajos, en la década de 1970, parece recuperar intermitentemente el aliento de los buenos tiempos, a través de dos títulos tan diferenciados como Los gallos de la madrugada (1971) y Proceso a Jesús (1973); Solo ante el streaking (1975), en cambio, es una olvidable comedia que pone punto final a su muy considerable carrera.

 

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