Comentario de un ciudadano sobre el tema griego
Miguel Massanet Bosch. Una vez más, y van Dios sabe cuantas, las previsiones han desmentido a los previsores y lo que debía ser una consulta igualada entre los oxi y los nai en Grecia, ha resultado una goleada a favor del oxi o, lo que es lo mismo y en castellano: los “no”. En todo caso, para los ciudadanos de a pie, puede que no haya sido tanta sorpresa si es que nos limitáramos a mirar lo que les interesaba a los americanos del señor Obama y las “indirectas” que el mandatario americano lanzaba a sus “socios” europeos. En esta ocasión y, seguramente en otras futuras, mientras el señor Obama por tácticas electorales parece que intenta inclinarse a la izquierda conduciendo a su partido a posiciones más acomodaticias respecto a las izquierdas, más populistas y beligerantes con los republicanos desde que éstos se hicieron con la mayoría en las dos cámaras; parece que tienen menos remilgos en dejar colgados a los miles de millonarios que militan en las filas demócratas inclinándose hacia las clases bajas. Han sido numerosas las ocasiones en las que, desde el ejecutivo norteamericano, se ha pedido “flexibilidad “con los griegos, que no se cortase la espita del BCE, mediante cuyas sucesivas inyecciones de solvencia a los bancos griegos han conseguido que “el corralito” se haya mantenido. ¿Por qué semejante empeño de un país que siempre se había mantenido poco amigo de transigir con los regímenes comunistas? Pues, señores, es tan sencillo que hasta los menos informados ciudadanos somos capaces de entenderlo.
Verán, al señor Obama le importa un rábano que Grecia pague sus deudas, se sumerja en quiebra soberana o que los griegos, sus negocios y sus instituciones se precipiten en el abismo de la suspensión de pagos y no consigan recuperarse en 30 años. Lo que sí le importa a mister Barack es que Grecia pudiera llegar a acuerdos con el señor Putín que les desbaratara a los EE.UU sus estrategias geopolíticas y les dejase al pairo en el tema del escudo antimisiles que tienen instalado para evitar ser vulnerables a las armas de largo alcance de los rusos. Nadie puede ignorar que, sin este apoyo y sin el apoyo de los chinos, seguramente el señor Tsipras y sus colegas del gobierno heleno no hubiesen mostrado tanta agresividad en su desafío a Occidente.
El señor Tsipras, que será comunistoide pero no tonto, ha jugado sus cartas visitando un par de veces al señor Putin, que se ha dejado querer, sabiendo que cada gesto de amistad hacia Grecia del Kremlin era un escupitajo en el ojo de su endémico rival, el señor Obama.. Otra cosa es que Moscú se haya comprometido a pagar los 56.000 millones que necesita Grecia para salir del impass en el que se encuentra y poder subsistir durante unos años. Evidentemente que, en el improbable caso de que Rusia (en difícil situación económica, accediera a la ayuda, Grecia habría perdido su independencia para siempre, porque el precio del apoyo ruso siempre ha sido el mermar la soberanía del país al que ayuda; lo que tanto aprecian los griegos: su identidad como país.
Sin embargo, lo que puedan o no tener en mente las distintas partes involucradas en este contencioso; creo que, a los españoles, —que ya quedamos sorprendidos al enterarnos de que, a través de nuestras aportaciones al BCE, en calidad de ayuda a los griegos, se ha acreditado la cifra de 26.000 millones de euros, algo así como el 2% de nuestro PIB — nos traen sin cuidado, al menos en lo que afecta a las deudas que Grecia pueda tener con otras naciones, como Alemania, Francia o Italia. Sí nos preocupa que, una cantidad tan sustanciosa, no haya servido para nada y que aquellos que se beneficiaron de ella, en lugar de aprovecharla para salir del apuro, se la gastaran alegremente pensando que, como venía del BCE, no se terminaría nunca y así podrían seguir viviendo de subvenciones, por encima de lo que les permitía su propio y magro PIB. Pero todavía nos inquieta más ¿qué es lo que va a hacer Europa ante la bofetada que los helenos le han propinado al FMI, el BCE y la Comisión Europea, con el “no” a sus últimas y, podríamos decir, alambicadas ofertas?
Si, como parece, ya se les ha ofrecido a los griegos que paguen su abultada deuda exterior a partir de 30 años y comiencen a pagar interese a partir de los 10 y ellos se han negado, pretendiendo que se les condone la totalidad o al menos una parte muy sustancial de la misma, como si fuera normal que uno que recibe prestado dinero luego se negara a devolverlo; podemos pensar que, en estas condiciones poco vamos a beneficiarnos las actuales generaciones aún en el caso de que se cumplieran estas previsiones. Estoy resignado a que dejemos de recobrar lo que prestamos, pero lo que ya me parece como algo impensable, como el colmo de la estupidez y una opción del más puro masoquismo es que, ahora, una vez comprobado que los griegos no quieren tomar en cuenta las medidas de austeridad que se les recomiendan desde Bruselas ni adoptar los recortes precisos para poner en orden sus cuentas, así como poner en marcha un sistema fiscal, del que carecen, de modo que todos los ciudadanos paguen sus impuestos, como sucede en el resto de naciones integradas dentro de la UE.
Creo que tenemos derecho a exigir de nuestro Gobierno que no se deje arrastrar a nuevos compromisos, que supongan para los españoles asumir una carga para la que no están preparados, después de casi ocho años de crisis, de sacrificios y de soportar la carga adicional de 4’2 millones de parados; a los que, si dispusiéramos del dinero que se ha gastado en Grecia, es muy probable que su número hubiera podido reducirse de una forma espectacular. No más nuevas ayudas a Grecia, por parte de la nación española. Quisiéramos creer que las advertencias que se les hicieron a los griegos de lo que sucedería en el caso de un triunfo del “no” no fueran meros fuegos artificiales ni bravuconadas ni palabras vacías de sentido, sino que reflejaban lo que la Europa de las naciones estaba dispuesta a hacer ante la actitud de chulería, de falta de respeto por las reglas comunitarias, de falta de solidaridad con naciones que como Portugal, Irlanda, España y la misma Italia, que se encontraron en situaciones semejantes a la griega y, no obstante, tanto las rescatadas como las que sólo recibieron ayuda para estabilizar la banca, han conseguido con recortes, con sacrificios y con reducciones de salarios, volver a estar en condiciones de superar la grave crisis por la que han pasado.
Grecia no puede permitirse saltarse las normas establecida para todos los países que pertenecen a la CE sin que ello le suponga el tener que apechugar con sus propios errores; máxime cuando han sido advertidos, por activa y por pasiva, desde todas las instituciones y cancillerías europeas, de las consecuencias letales que el triunfo del “no” (que además ha sido promocionado por Tsipras y por Syriza) supondría para la ciudadanía griega. En este caso no se puede alegar que, los griegos, no supieran a lo que enfrentarían con su voto y si, como ha sucedido, han decidido, libremente, asumir las consecuencias del no a las propuestas de Europa, ahora, si no saben salir del embollo en el que se encuentra, que se atengan a las consecuencias de sus propios actos.
Sería una verdadera imprudencia para la CE el permitir que Grecia siguiera chantajeando a las naciones de la comunidad, sin que se viera enfrentada a su propio destino, el que los griegos han escogido cuando han pensado que pueden valerse fuera de Europa. Lo que está en contradicción con lo que, el diario Kathimerini, publicaba antes del referéndum del domingo: “la ansiedad entre los directivos del sector privado está alcanzando cotas máximas”. Hasta en el saludable turismo griego, según advierte la Asociación Griega de Empresas Turísticas, ya se notan los efectos del “desastre” cuando ponen de relieve las múltiples cancelaciones de reservas que, en las últimas fechas llegan, diariamente, a las 50.000. Las previsiones por si vencía el “no” eran de una escalada de las suspensiones de pago, las quiebras y los desabastecimientos de los mercados y falta de medicinas.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, temblamos por la posibilidad de que, una vez más, Europa se deje llevar por la pusilanimidad de aquellos que siempre temen que, librándose del cáncer, las cosas pueden empeorar. Si, como han dicho, el euro puede resistir ya ha llegado la hora de someterlo a la prueba de fuego, afrontando con valentía el desafío de los griegos. Lo contrario puede resultar un remedio mucho peor que pueda fomentar la propia descomposición de la CE. Al tanto con ello.