Compás abierto
José Manuel Cansino. Eduardo Mendoza tiene en común con Fernando Sánchez Dragó, Juan Manuel de Prada y el joven Ignacio del Valle, haber escrito una exitosa novela con un coro de personajes entre los que destaca el joven José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española.
José Antonio, el César joven del que escribió Rafael García Serrano por aquello de que los que, como Carlomagno, mueren con tres décadas de calendas permanecen eternamente jóvenes, José Antonio digo, sirve de firme traza para un bastidor del brutal pintoresquismo de los años treinta patrios sobre el que se sostienen las tramas novelescas de Anthony Whitelands, Fernando Monreal, Pedro Luis de Gálvez o el teniente divisionario Arturo Andrade.
Ahora el flamante ganador del Premio Planeta comparte el gusto por la acuarela tal con Javier Compás o, para escribirlo con todos sus avíos, Javier Compás Montero de Espinosa, que el segundo de los apellidos no es cosa menor en el asunto que ventilan estas letras.
Con La Playa de los alemanes (Ed. Jirones de Azul), este trianero renacentista –historiador, enólogo, empresario, agitador cultural y poeta de los que mueven a los pueblos- está provocando uno de los raros episodios editoriales en los que el boca a boca aúpa las ventas contrapronóstico de los escépticos.
Y si bien el cocktail de nazis, santas reliquias y órdenes de caballería convive con Occidente hasta el hartazgo por obra y gracia de Steven Spielberg, Harrison Ford y Sean Conery, en esta ocasión alcanza las proporciones de un perfecto Daikiri que convierte en garrafón las decenas de títulos que se ofrecen al lector con los mismos ingredientes.
Compás maneja el costumbrismo con soltura al recrear el barrio sevillano de San Vicente. Se emplea muy bien con la narrativa propia de un libro de viajes. Es habilidoso con la estructura del relato y, sobre todo, resuelve audazmente la trama esotérica que es donde habitualmente fracasa la pléyade de títulos en los que lo mismo vale la Lanza de Longinos que un Longines en la muñeca de un malvado miembro de la Thule.
La trama de Compás atrapa al lector o más bien lo seduce. Su escritura no es la de quien como Pérez Reverte, Montero Glez o el precitado Ignacio del Valle, se perpetra con la navaja antes que con la estilográfica. Nuestro autor parece haber escrito La Playa de los alemanes debajo de una trabajadera del Paso del Cristo del Cachorro mientras que su padre, le susurraba al oído la traza del bastidor. Así, escrita con la cadencia del compás abierto con el que los costaleros de los Cristos de Sevilla los hacen andar aun muertos entre los vivos, esta novela apunta certeramente a quien porta el verdadero Cáliz en que consagró el Cachorro de Triana.