Compromiso político, compromiso seglar
Manuel Bru. 31 de mayo. Si los laicos –hoy, solemnidad de Pentecostés, celebramos el día del Apostolado Seglar- están llamados a transformar este mundo desde la humanidad de Cristo, que hace nuevas todas las cosas, la misión de los laicos en el actual contexto de crisis en el que vivimos es harto exigente, pero también, notablemente apasionante. Estamos inmersos, como tantas vences nos han insistido ya el Santo Padre y nuestros obispos, en una crisis que antes que nade crisis moral. Una crisis de fe y de convicciones, que entre otras manifestaciones ahora se ha dejado ver en la avaricia económica, primero, y en la desconfianza económica, después. Pero que en realidad es crisis de principios, de convicciones, de escala de valores, y a la postre, de sentido de la vida. Se trata de una pandemia que, sino la atajamos a tiempo, nos lleva paulatinamente a una involución cultural y de civilización, en la que la “cepa” original consiste en la perdida del reconocimiento primordial del valor de la vida. Empieza por no valer nada la vida del no nacido, luego le toca al anciano, luego al “otro”, sea quien sea, y luego a uno mismo, pierde sentido la vida de uno mismo. No es la primera vez que nuestra civilización pasa por esta crisis, pero ahora parece reinventarse con especial virulencia. Ante este panorama, objetivo, realista, pero nunca desesperanzador, en primer lugar hay que huir de tres tentaciones, tal y como sabiamente nos decían ya hace tres años los obispos españoles: hay que superar la desesperanza, el enfrentamiento y el sometimiento. Porque el Resucitado nos asegura el triunfo definitivo del bien y de la vida en la lucha por el alma de este mundo, y porque el Espíritu Santo nos dará sus dones para no caer en la trampas del enemigo, sobre todo la del desamor y la desgana.
Esperanzados, animosos y valientes, todos estamos llamados a promover un cambio, el verdadero y el necesario cambio. Pero sobre todo los laicos, y sobre todo en ese ámbito de la presencia en la vida pública tan importante y definitivo como es el del compromiso político, el de la caridad política. A medio y largo plazo, promoviendo personas con vocación, formación, y capacidad de servicio. A corto plazo, al menos, en la evitación del pecado de omisión del compromiso político de todos los ciudadanos como electores. En esto hay una vieja reivindicación siempre difícil, pero absolutamente prioritaria, que es la de la unidad de acción. El problema de la crisis moral, económica y social que padecemos no esta fuera. Está en casa. En la casa de nuestras familias y de nuestras comunidades eclesiales. Bastaría un poquito de criterio, de claridad, de sentido común, de confianza, de altura de miras, de unidad. Y al gigante dormido del laicado católico en este país lo temerían unos, lo respetarían otros, lo escucharían todos.