Javier Paredes

Otoño y 1969, la Facultad de Filosofía que me recibió como alumno tenía una abrumadora mayoría de profesores de Historia, partidarios de la interpretación marxista de la vida. Probablemente no todos eran marxistas convencidos y una buena parte de ellos desplegaron la vela de su cobardía a los vientos de la ideología dominante de aquellos años.

Pero fuera por convicción o fuera por conveniencia lo que allí se enseñaba, casi por unanimidad, era que el motor de la Historia era la economía. Y era lógico que quienes pretendían desalienarnos, al grito de la religión es el opio del pueblo, sólo concibieran la vida agrupando a los hombres en sociedades ateas y materialistas, que tenían a la economía como el motor inmóvil.

Así es que quienes nos negamos a admitir que el ideal social se cumple en llenando de garbanzos los estómagos del personal..., quienes decimos plantar cara al marxismo..., quienes en definitiva nos negamos a bajarnos los pantalones ante el materialismo ateo tuvimos que estudiar por encima de la media para salir del trance, es decir para aprobar la carrera y seguir activos en el mundo intelectual y universitario.

Larga y emocionante ha sido la travesía de estos cuarenta años, cuyo relato omito para contar el presente en el que me encuentro. Sólo me queda un década como profesor activo en la Universidad.

Resulta que cuando ya estoy en el último tramo de mi carrera universitaria, vuelvo a escuchar las mismas mentiras de mi juventud: lo importante es la economía, todo lo demás se le debe subordinar. Pero lo paradójico es que ahora el vocero de esta manida propuesta materialista y economicista es un gobierno español repleto de católicos... Y esto no sé si es un contradiós o un contra Dios, o las dos felonías a la vez.