Corazón hermoso de Jesús, ruega por nosotros
Mater Dei. El Evangelio nos describe cómo las muchedumbres seguían a Jesús donde quiera que fuese, atraídas por el atractivo irresistible de su palabra y de su persona. Su trato afable y acogedor, su porte sencillo pero majestuoso, su semblante entrañable y bondadoso, su mirada penetrante, sus silencios elocuentes... Toda la vida de Cristo fue hermosa. Todo en Él expresaba una belleza irresistible, desconocida hasta entonces por los hombres, que manaba de la fuente escondida de su divinidad. Aquella eterna y escondida belleza del Padre se hacía carne en Él para embellecer, con la plenitud de su gracia, la fealdad de nuestra carne de pecado.
La santidad personal nos va configurando con la belleza de Dios. Una vida cristiana que se va dejando transformar por la acción de la gracia es hermosa, y suscita inevitablemente en otros una admiración y un atractivo irresistibles, que hablan por sí solos de Dios. El atractivo de tu virtud y la belleza interior de tu alma dependen, y mucho, de la sinceridad y radicalidad con que vas pareciéndote al Cristo del Evangelio. La hermosura y belleza de tu vida no está tanto en el esplendor de tus obras cuanto en la gracia de Dios, que opera en tu alma y reviste de grandeza los más pequeños detalles de tu pequeña vida diaria.
Cuánta belleza arroparon aquellas pajas de Belén. Qué vida tan hermosa la del Verbo encarnado, escondido en aquella pobre casa de Nazaret. Cuánta belleza en aquella Madre y en aquel seno virginal que concibió a Dios. Cuánta hermosura, sobre todo, en aquel cuerpo de Cristo destrozado de dolor y en aquel rostro cubierto de sangre redentora. Tu vida será hermosa a los ojos de Dios, si dejas que la gracia vaya borrando la fealdad de tu pecado y vas descubriendo la belleza de la Cruz y del dolor.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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