Corazón maestro de Cristo, ruega por nosotros
MATER DEI. Todos te llamaban y te reconocían como Maestro, por la autoridad de tu vida y de tus palabras. Todos, menos los fariseos y escribas, letrados de la Ley, que sólo entendían de una autoridad y de una enseñanza centradas en la autosuficiencia de su propio poder. Tu sabiduría desconcertaba a los sabios de este mundo y, en cambio, fascinaba y atraía irresistiblemente a las gentes sencillas. Al calor de tu intimidad explicabas a tus Apóstoles las cosas del Reino, preparándoles así para vivir y enseñar a otros esa sabiduría de la Cruz que, durante la pasión, les hizo huir llenos de miedo. Cada instante de tu vida es una lección, que me enseña a poner el corazón en lo esencial. Tu ocultamiento en el seno virginal de María, tu trabajo y pobreza de Nazaret, tu entrega apostólica a todos los que te buscaban, tu obediencia extrema y delicada al Padre, tu humillación y ofrenda en la Cruz, ese olvidado silencio de tu oración en tantos y tantos sagrarios... ¿no me enseñan, quizá, cómo debe ser el seguimiento de cualquiera que quiera llamarse discípulo tuyo?
Corazón Maestro de Cristo, que me llamas a esa íntima identificación con tus sentimientos y actitudes, no dejes que abandone esa escuela de amor que es tu Evangelio, ni que huya de tus huellas cuando el camino del seguimiento se vuelva arduo y penoso. Sólo se penetra en lo más profundo de tu sabiduría, cuando el alma se deja despojar y liberar de todo lo que el mundo, los hombres, consideran como valioso y permanente. Los que se creen sabios, según los parámetros de la opinión del mundo, creen que, con su propia mentira y error, pueden comprar su salvación. Mejor pasar ante ellos por ignorante, inútil, inservible o secundón, que perder esa riqueza interior, de quien se sabe pobre e ignorante al estilo de Dios. En Él, sólo en Él, está el verdadero saber, la ciencia de la Cruz.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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