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El Cardenal Rouco Varela preside la solemne Misa que va seguida de una Procesión con el Santísimo por las calles de Madrid

Corpus Christi 2012

Covadonga Sourbé.    Este domingo 10 de junio, ha tenido lugar a las 19,00 horas en la explanada de la Plaza de la Almudena de Madrid, la solemne Misa del Corpus Christi, presidida por el Cardenal Arzobispo Antonio María Rouco Varela y que este año ha sido convocada con el lema ‘Venid hambrientos y sedientos’ (Is 55, 1). 

 
Al finalizar la Misa, a las 20,00 horas, dio comienzo la tradicional Procesión con el Santísimo por las calles de la ciudad, y acompañaron al Santísimo, entre otros, la Corte de Honor de Santa María la Real de la Almudena, de la que formaban parte algunos niños que han recibido este año su Primera Comunión. El recorrido que han realizado en este bonito y entrañable encuentro, ha salido de la Plaza de la Almudena, prosiguiendo por las calles de Bailén, Mayor y Sol, donde finalizó la procesión y el Cardenal ha impartido la Bendición con el Santísimo. 
 
Concelebraron con el Cardenal Rouco la Eucaristía los tres Obispos auxiliares de Madrid, Mons. Fidel Herráez, Mons. César Franco y Mons. Juan Antonio Martínez Camino, SJ., así como numerosos sacerdotes. 
 
Rouco Varela comenzó su homilía señalando que "en sentida y profesada comunión con toda la Iglesia, presidida en su unidad por el Sucesor de Pedro, nuestro querido Santo Padre Benedicto XVI, celebramos en este nuevo año litúrgico 2012, en Madrid, la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. El Sacramento de su inefable presencia: real, substancial, única, no superada ni superable por ninguna otra forma de hacerse presente entre nosotros” y “el Sacramento memorial de su Pasión", que “abre al hombre la fuente inagotable de la verdad, de la esperanza y del amor...”.
 
“El hambre y la sed de la verdad de Dios, de la esperanza en sus promesas y del don del amor, han constituido el ansia más profunda del ser humano y de la familia humana a lo largo y ancho de toda la historia. Un ansia que se manifiesta en el momento presente con una gravedad y unas características singulares. Hoy, como en pocas veces en el pasado más reciente y en el más lejano, se nos ha revelado cómo las causas más profundas de las carencias materiales y de la pobreza física tienen profundamente que ver con los fallos morales y la indigencia espiritual. Por tanto, portando por las calles de nuestro entrañable y viejo Madrid el Santísimo Sacramento, ¡a Cristo Sacramentado!, proclamamos y mostramos a todos nuestros ciudadanos -¡a la sociedad y al mundo!- que hay verdad, que hay esperanza, que hay auténtico amor: ¡que hay salvación! ¡La salvación es Cristo!". 
 
“Nuestra proclamación será tanto más creíble, cuanto más vaya acompañada y sustentada por una actitud de adoración”, aseguró. Así, recordó la Vigilia Eucarística celebrada en Cuatro Vientos en la JMJ-2011, afirmando que "la extraordinaria y riquísima lección espiritual y apostólica recibida aquella noche no podemos ni queremos ni debemos olvidarla nunca en nuestra propia experiencia personal de la vida de oración; tampoco en la configuración de una piedad y una espiritualidad eucarística renovada y, menos aún, en la concepción inspiradora de todos nuestros proyectos y propósitos de Nueva Evangelización". 
 
"La adoración y la comunión eucarística, por la naturaleza misma de las cosas, van estrechamente entrelazadas en la vivencia de una auténtica piedad litúrgica, en la experiencia más espiritual de la oración individual y comunitaria y, muy señaladamente, a la hora del testimonio de la fe y de la profesión del amor fraterno", apuntó. "En este Corpus del 2012, en el que la palabra `crisis` sigue descubriendo -y ocultando a la vez- tanto sufrimiento en la vida de las personas y de las familias de Madrid, de toda España y de tantos otros países del mundo, la vivencia interior del ser amado por el Señor Eucaristía que proclamamos como nuestro Salvador y la voluntad renovada de amar a los otros como Él os amó, son condición indispensable para la autenticidad cristiana y la fecundidad humana y espiritual de nuestra celebración". 
 
Para el Cardenal, "amar y ser amados por Cristo y en Cristo eucarístico implica, sobre todo en la actual coyuntura histórica", en primer lugar, el "respeto exquisito y el trato esmerado de la dignidad de toda persona humana, desde que es concebida en el seno de su madre hasta su muerte natural; especialmente aplicado a la que sufre pobreza, marginación, enfermedad, exclusión social. Sus víctimas principales son los niños, los jóvenes, los ancianos, los discapacitados y −tenemos que reconocerlo con mucho dolor− ¡las familias! La preocupación por el bien integral de la persona es inseparable del cuidado solícito y solidario que merece y necesita la familia, constituida sobre la mutua entrega y donación amorosa del padre y de la madre, fecunda en el don de los hijos". 
 
También implica "la búsqueda y el servicio al bien común es tarea primordial y responsabilidad primera de la comunidad política y de los que en ella ejercen la autoridad; pero, también, exigencia básica para el comportamiento justo y solidario de todos los que depende el futuro de la sociedad por los cargos y responsabilidades asumidas y protagonizadas en los campos de la economía, de las finanzas, de la empresa, de los sindicatos y de las organizaciones sociales en general. Y, por supuesto, criterio imprescindible de acción y de conducta para cualquier persona que quiera responder coherentemente a las exigencias éticas de la moral natural y, no digamos, de la moral cristiana”. Y "una defensa incondicional de la dignidad de la persona humana, y un impulso y fomento decidido del bien común, deben estar apoyados en principios y estilos de conducta y convivencia marcados por la `gratuidad`". 
 
"Tres actitudes ante la problemática individual, familiar y social de nuestro doloroso día a día que urge recuperar y actualizar en todos los ámbitos de la vida privada y, muy principalmente, de la vida pública. A la vista de la gravedad de la situación por la que atraviesan tantas familias y tantos conciudadanos hermanos nuestros, hay que intentar con todas las energías morales y espirituales de que disponemos, a partir de la vivencia fiel de lo que exige en la práctica `la coherencia eucarística`, instaurar una verdadera cultura del bien común, acompañada e impregnada de una cultura de la gratuidad. No hay dura: ¡nos encontramos ante una exigencia primordial de la caridad cristiana auténticamente vivida!". 
 
El Cardenal Rouco invitó a todos los presentes a "una disposición interior para la conversión" y a ser testigos del amor de Dios "para todos los que pasan a nuestro lado". En el Año de la Fe “que se aproxima” y en la Misión Madrid “que vamos a convocar, queremos responder con todas las consecuencias de vida cristiana y de acción pastoral precisas" al "reto evangelizador que nos propone Benedicto XVI: la fe sin la caridad no da fruto". 
 
Concluyó encomendando a la Virgen "la eficacia evangélica de nuestro testimonio eucarístico de fe, de esperanza y de caridad, a fin de que todos nuestros hermanos de Madrid crean, se sientan acogidos y amados en el amor humano-divino de su Hijo Jesucristo, real y substancialmente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía; y así puedan y quieran amar". 

 

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