Cuando la ciudadanía empieza a sentirse teledirigida
Miguel Massanet Bosch.
Nunca llegamos a pensar que un sujeto de los del montón, un personaje fatuo y convencido de ser el eje del universo, iba a ser capaz de darle la vuelta a nuestra nación con la facilidad con la que ha conseguido hacerlo el señor Pedro Sánchez, del partido socialista español. No es que los años que ha conseguido mantenerse en el poder este señor se nos estén antojando siglos a muchos españoles, ni que sus palabras cargadas de tópicos, redundancias, falsas promesas y aburridas auto alabanzas, resulten tan indigeribles como aquellos interminables discursos del dictador cubano Fidel Castro, es que se está convirtiendo en un verdadero vendedor de falsas ilusiones, un flautista de Hammelin, embaucador de masas y enterrador de verdades.
Con la habilidad de quien ha hecho de la astucia política su modus vivendi, el señor Sánchez, nuestro presidente, ha convertido su gobierno en algo más que un ejecutivo a la antigua usanza, un instrumento de poder, un conjunto de conspiradores cuya misión principal es cargarse nuestra Constitución de 1987, hacerse con los tres poderes del Estado y, una vez conseguido este fin, convertir a nuestra nación en una nueva, irreconocible, despendolada y deformada muestra de lo que se podría definir como un actualizado sistema comunista a imitación de los frentes populares soviéticos de los años 30 del siglo pasado.
Estamos, señores, ante una magna operación de acoso y derribo del capitalismo, perfectamente organizada y, para lo cual el señor Sánchez no está regateando medios, propaganda, recursos humanos y económicos, con la inapreciable colaboración de las izquierdas y sus socios del independentismo catalán y el vasco. No da puntada sin hilo y tiene calculado hasta el más mínimo detalle todo un plan que, según su criterio, le va a llevar a mantenerse en el poder por unos cuantos años más si, como tiene planeado, consigue vencer en las legislativas próximas. La evidencia de lo que tiene proyectado se está mostrando con la tacañería en cuanto al reparto de los fondos de ayuda recibidos de Europa y de las ayudas que podría destinar a las empresas más necesitadas o en aliviar la carga fiscal de las empresas y los ciudadanos, como es práctica común en la mayoría de naciones del resto de la CE. No lo hace o sí en algunos casos concede específicas ayudas siempre se ocupa de que sean para adictos a su gobierno, de los que tiene la certeza que van a ser de los que le vayan a apoyar en unos próximos comicios.
La inflación que, en los últimos meses, está golpeando a toda Europa y España, también se ha convertido, a la par que para la ciudadanía ha significado una importante disminución de su poder adquisitivo, en una nueva fuente de ingresos para la Hacienda pública, que se estima que le va a proporcionar, en este año 2022, una recaudación extra de 32.000 millones de euros. Toda una fortuna que permitiría, fácilmente, desgravar artículos de primera necesidad, aflojar la presión impositiva que amenaza con ahogar a muchas familias y dejar sin trabajo a trabajadores, a causa de la imposibilidad de las empresas de asumir las nuevas cargas impositivas que va a aplicar el gobierno, a las que se les va a añadir una subida de cotización de las bases más altas, para acabar de redondear el triste panorama económico que ya se nos viene anunciando desde todas las partes involucradas, en el ámbito financiero y económico, que a diferencia del optimismo absurdo e injustificado de nuestro Gobierno, están anunciando la evidente llegada de una posible recesión para principios del 2023.
La entente que parece que se está gestando con el viraje de Sánchez hacia una izquierda más extrema, no tiene visos de que se materialice con una mayor colaboración con Podemos sino, según se colige de los últimos escarceos de la política nacional en materia social y por la propaganda en toda la prensa, radio y TV afines al Gobierno, refiriéndose a las declaraciones, ocurrencias, anuncios y exhibición personal de la ministra podemita, señora Yolanda Díaz, nos hace pensar que, una parte de la estrategia para los meses venideros de nuestro presidente, se va a centrar en una campaña intensa de compra de votos de los funcionarios mediante mejoras en sus retribuciones, condiciones de trabajo y, posiblemente, ya se está hablando de ello, acudiendo a otro señuelo de gran eficacia que, sin embargo, puede acabar siendo la puntilla para muchas de nuestras empresas, que ya se encuentran en el filo de la navaja, pendientes de cualquier otra ocurrencia de nuestro ejecutivo, como podría ser una reducción de la jornada laboral.
La ministra pizpireta, ajada pero resultona, no parece que se resigne a un papel secundario y da la sensación de que está dispuesta a ir por su cuenta a unas próximas elecciones. Lo que ignoramos y pronto sabremos, es si este salto cualitativo lo va a dar en las municipales o si su proyecto ( como parece más razonable) se vaya a postergar a las legislativas del 2023. Su hiperactividad de los últimos días, su campaña de captación de los votos obreros y su forma agresiva de actuar, nos hacen sospechar que sea un revulsivo que, el señor Sánchez, ha decidido que forme parte de lo que pudiera ser un intento de recuperar al comunismo más radical, al sindicalismo más carca y a aquellos nostálgicos más enconados de lo que fue aquella república del año 1936.
Claro que todo tiene su visión particular y, en este caso, al menos ésta es nuestra impresión, tenemos la contrapartida que viene relacionada con los tiempos, sus efectos y su influencia en las masas, algo que, si se descuida, si no se toma en cuenta y si se llega tarde para impedir que el cansancio, la decepción, el rechazo popular y el despecho de los votantes haya pasado del Rubicón de la esperanza, la confianza y el apego, para convertirse en la evidencia de que lo prometido no llega y todo acaba en falsas promesas y engaños; entonces puede muy bien ocurrir que ya no haya lugar a un cambio de opinión de última hora y todos los esfuerzos con los que se pretenda engañar o dorar la píldora a los votantes pueden, incluso, convertirse en contraproducentes e inútiles.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, estamos entrando en una fase en la que el líder de la oposición, el señor Alberto Feijoo, deberá calibrar con mucho tiento sus relaciones con su rival del PSOE, un verdadero artista en cuanto a negociaciones e incumplimiento de promesas. Puede fácilmente caer, en su contencioso político respecto al CGPJ y su renovación, en unas prisas inoportunas que le pudieran hacer cometer un error que, si se produce, puede significar para España y los españoles la entrega, en manos de un presunto dictador, de los destinos de nuestra patria y de todo el pueblo español.