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Diario YA


 

El protagonista el día es el sacerdote Martín Merino y Gómez, también conocido como el cura Merino o el apóstata

Cuando un cristiano sirve a los hombres antes que a Dios

Javier Paredes. El protagonista el día es el sacerdote Martín Merino y Gómez,  también conocido como el cura Merino o el apóstata, porque el 7 de enero de 1852 fue ejecutado a garrote vil, por un intento de regicidio contra la reina Isabel II. Cinco días antes, Isabel II había acudido a misa en la Basílica de Atocha, para dar gracias por el reciente nacimiento de la Infanta Isabel, que sería conocida popularmente como la Chata. Y allí que acudió Martín  Merino, vestido con su ropa talar, por lo que en nada desentonaba entre los muchos sacerdotes que circulaban por la iglesia. Y cuando la reina pasaba por una de las galerías, Martín Merino se puso frente a ella, le hizo una reverencia como si le fuera a entregar un memorial, algo muy frecuente entonces, y por sorpresa la apuñaló. La puñalada pudo haber sido mortal, pero las ballenas del corsé de la reina evitaron una desgracia, y todo se quedó en una herida, de la que Isabel II se recuperó en pocos días. 

Martín Merino fue inmediatamente apresado y juzgado. Él siempre manifestó que había actuado en solitario, sin tener cómplice alguno, y que lo hizo para vengar –según dijo- los crímenes del partido moderado de Narváez. Poco antes de ser ejecutado tuvo lugar una ceremonia en la que un obispo le despojó de su dignidad sacerdotal, y una vez secularizado fue entregado a los verdugos. La descripción de todos estos acontecimientos está narrada en muchos sitios, y es un relato tremendo, porque se describe la frialdad con la que este sacerdote recibió a la muerte.

En efecto, Martín Merino dio muestras de una frialdad, a la que había llegado después de muchos años de abandono y desidia espiritual. Sustituyó la fe en Jesucristo por una fe en el partido progresista, Merino antepuso la política a la religión. Y anduvo dando tumbos por España y por Francia para servir al partido progresista, olvidándose y dejando a un lado sus obligaciones sacerdotales. Acabó instalándose en Madrid, donde era conocido por su carácter, arrogante, irascible y solitario, todo lo contrario a la mansedumbre del buen pastor de almas. Y según declaró en el juicio, su medio de vida era ejercer de saltatumbas en la capital; es decir, vivía de los estipendios que cobraba por oficiar en los entierros… Ayer y hoy al final siempre lo mismo, porque todo es muerte, cuando un cristiano sirve a los hombres antes que a Dios, cuando se aparca la doctrina social de la Iglesia para servir a los intereses de un partido político.
 

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