Día de todos los Santos, no Haloween
Pedro J. Piqueras Ibáñez. Le oí decir a un sacerdote: “La Iglesia de Dios tiene detrás muchos años de historia. A través de los siglos, ha habido muchas personas que se han esforzado por vivir los valores del evangelio.”
Y es que desde el principio, a todos los cristianos se les llamaba santos, pero en las comunidades cristianas pronto se empezó a mirar con admiración y con un respeto especial a las personas que habían vivido con intensidad su vida cristiana. En las comunidades cristianas, esas personas eran ejemplo, los modelos a seguir. Sin duda, ayudaban y ayudan a todos a entrar en la hondura hermosa de la experiencia cristiana. Se les llama Santos porque en sus vidas se veía un cierto reflejo de la bondad y la santidad de Dios. Luego, con el correr de los siglos, ha habido tanta gente buena en la Iglesia de Dios que no era posible incluirlos a todos en una lista, ni siquiera recordar sus nombres. Por eso, la Iglesia instituyó la fiesta de Todos los Santos para dar gracias a Dios. Por tantas personas buenas y para recordarnos a todos nuestra vinculación con ellas. ¿Quitamos esta fiesta?
El último libro del Nuevo Testamento, APOCALISIS, habla de una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Dice que vienen de la gran tribulación. Es decir: no vienen de una vida cómoda, sin esfuerzos, sin luchas. Son personas que abrazaron en sus vidas el evangelio de Jesús y contribuyeron a cambiar nuestro mundo, cada uno desde su sitio y con los dones que Dios les dio.
A algunas de esas personas las hemos conocido y hemos llegado a saber sus nombres y algo de su historia. Son los santos, canonizados o reconocidos oficialmente como tales. Pero a otros muchos, la gran mayoría, no los hemos conocido ni hemos llegado a saber sus nombres. Estos son santos anónimos que pasaron su vida haciendo el bien y que, gracias a ellos, nuestro mundo funciona un poco mejor. A esos es a los que celebramos, no los muertos paganos de Halloween que nos intentan imponer.