De la egolatría de la Campos a las imprudencias de García Margallo
Miguel Massanet Bosch. Estamos viviendo, señores, una época en la que todo es posible. Unos tiempos en los que, gracias a la fuerza de las TV, a la prontitud con la que se trasmiten las informaciones, la fuerza de los medios de propaganda y el exagerado culto a la imagen; cualquiera, una medianía o una mediocridad intelectual puede llegar a alcanzar la fama si tiene el apoyo de alguien que encuentre útil promocionarlo. Basta comparar a los actuales políticos, esta pléyade de expertos en la demagogia, muchos de ellos poco más que analfabetos que, como anteriormente sucedía con los clásicos vendedores ambulantes de ferias, con su habilidad en atraer la atención de la gente, con su verborrea, exhibiendo animales exóticos o mediante muchachas que ejecutaban danzas de otros países, conseguían engatusar a su audiencia para que les comprara en elixir mágico que eliminaba las arrugas, o curaba la alferecía o conseguía que el galán, objeto de deseo de las jovencitas, cayera rendido a sus pies pidiéndoles matrimonio.
En realidad, muchas de estas nuevas “estrellas” mediáticas que se nos presentan como expertos conductores de masas o acaparadores de audiencia, no son más que muñecos de guiñoles creados por los productores encargados de velar por la rentabilidad de las cadenas de TV, de modo que, en el fondo, en poco se diferencian de aquellos charlatanes de antaño, si es que somos capaces de hacer una elipsis en el tiempo salvando las distancias de cultura y civilización. Y, precisamente de uno de estos fenómenos, de una de estas personas aupadas a lo alto de la pirámide de la fama por simples intereses de la TV5, que la ha puesto como gran pachá en medio de un grupo de sumisos aduladores y le ha permitido enchufar a su hija –una persona que, sin el apoyo de su madre, seguramente se hubiera quedado en una anodina vulgaridad –, es de lo que queremos comentar.
La señora Mª Teresa Campos es uno de esos pavos reales de la tele que, con el tiempo, se ha ido creyendo que las adulaciones de sus colaboradores y el favor de un público más cotilla y morboso que culto e inteligente, la capacitan para hacer algo más que sus habituales funciones de presentadora y directora de su programa de interpretaciones musicales y entrevistas a famosillos. Como tantos personajes que, a pesar de atesorar importantes fortunas, quieren mostrase de cara a la galería como progresistas y, por supuesto, de izquierdas; ha decidido meterse en un jardín que, a todas luces, le viene ancho y en el que se pierde en un monólogo inacabable, monótono y soporífero que pretende ser chistoso e incisivo, pero que no pasa de ser una pobre muestra de como, la falta de ingenio y gracia, puede acabar por convertir un sketch con ínfulas de crítica política y religiosa, en un desgraciado remedo de la más hortera representación.
La señora Campos no sabe lo que es tener respeto por las ideas de los ciudadanos y, lo que todavía resulta más imperdonable para una mujer que lleva tantos años en el oficio, que no sepa que es una grave falta de delicadeza y, si me apuran, de inteligencia, hacer burla de una religión y de sus pastores que, al menos en España, tiene millones de seguidores. Es muy curioso que, todos estos “valientes” que se ven autorizados para burlarse de los católicos y de la Iglesia, se guarden muy mucho de osar mencionar, ni de lejos, a los islamistas y su dios Ala. Saben que, con ellos, esto de poner la otra mejilla no se estila y que, por menos de nada te lanzan una fetua de estas que no se la salta un torero, que te obliga a poner pies en polvorosa, si es que quieres conservar el pellejo. La señora Campos parece que ha tomado la mala costumbre de hacer observaciones impropias, de mal gusto y de peor intención, acerca de SS el Papa Francisco y de los temas religiosos, valiéndose de la aparente impunidad que le proporciona estar amparada por la Dirección de TV5 que, por cierto, está especializada en programar toda clase de temas basura para satisfacer el morbo y la lascivia de aquellos ciudadanos que no son capaces de contemplar otras transmisiones de mayor nivel intelectual.
Y si en el mundo de la farándula tenemos que soportar semejantes personajes, en el de la política parece que no nos podemos sentir más satisfechos. Resulta altamente alarmante que, entre los políticos del PP y, especialmente entre sus ministros, haya uno que se caracterice por su inoportunidad en formular declaraciones que atañen, precisamente, a un tema tan de actualidad y delicado como es el del desafío de los políticos catalanes a la unidad de España. Si ya en septiembre del 2013 el señor García Margallo cometió un error garrafal al darle un espaldarazo al separatismo catalán al alabar el “éxito de la diada”, no parece que, aquella metedura de pata le haya servido para moderar sus declaraciones y haber aprendido a mantener la boca cerrada cuando, lo que tenga que decir, no sea favorable a los intereses de España y, muy especialmente, cuando de lo que se trata es de evitar que unas palabras imprudentes puedan servir de excusa a los independentistas catalanes para arrimar el ascua a su sardina.
Una vez más, este ministro de Asuntos Exteriores ( a veces más parece de “asuntos interiores”), José Manuel García-Margallo, se mostró poco prudente cuando dijo que está dispuesto a considerar la solicitud de entrada de una Escocia independiente en la Unión Europea (UE) si el proceso es legal, según declaraciones publicadas por el "Financial Times" (UE). Es evidente que el antiguo Reino de Escocia fue un estado en el noroeste de Europa, que existió entre los años 843 y1707. Algo que no ha ocurrido con Catalunya que, en toda su historia, no ha tenido estado propio y siempre había sido un condado del Reino de Aragón (anteriormente fue uno de los que formaban la Marca Hispánica, del Imperio Carolingio). Y es indiscutible que, los precedente de Escocia, en nada se asemejan a los de Catalunya, ni por extensión, la primera abarca 72.772 km2 y la segunda apenas alcanza la mitad 32.000km2, ni por sus antecedentes históricos, que nunca han avalado que tuviera la categoría de una nación independiente.
En otros tiempos, cuando un ministro se equivocaba presentaba la dimisión ante el Presidente del Gobierno, dejando paso a otro que garantizase, al menos a priori, una gestión más eficaz. Hoy en día los ministros se equivocan varias veces y, sin embargo, se les mantiene en sus puestos aunque ello vaya en detrimento de los intereses de la nación y de sus ciudadanos. El señor Rajoy sabe que ya está arrastrando un lastre demasiado oneroso para poderlo mantener y, no obstante, se empecina en sostener a una serie de rémoras (la señora Mato, el señor Soria, la señora Quiroga y el señor García Margallo) que no hacen más que entorpecer la marcha de la nación y que, por desgracia, son los que han concentrado sobre sí mismos la mayoría de las críticas de la oposición.
Lamentable, señores, extremadamente pernicioso para España que se siga dando excusas a los nacionalistas para que sigan en su alocada carrera hacia la destrucción de Catalunya. A no ser que… verán ustedes, se dice que entre ambos líderes se siguen manteniendo contactos, a través de personas interpuestas, a pesar de que, de puertas hacia fuera se sigan manteniendo posturas de claro enfrentamiento. No quisiéramos que, al final, todo se redujese a un mero teatro que acabase solucionando el problema catalán mediante uno de estos acuerdos económicos que todo lo salvan. Sería una indecencia pero, torres más altas cayeron. O esta, al menos, es mi forma de enfocar, señores, tan peliagudo tema.