Gonzalo Rojas Sánchez. Cuando en el tronco que comenzamos a mirar la semana pasada se instala el concepto de Verdad, eje articulador de todo el Árbol de la Cultura, se puede entonces descubrir que las verdades parciales se expresen en Creencias, explicaciones todavía precarias de la verdad primera y definitiva.
Pero sólo al creer en lo misterioso que está detrás de lo que vemos, se puede explicar el concepto de Espiritualidad, porque es en esta dimensión -inteligencia, voluntad y sensibilidad- donde la Verdad se hace presente en su abstracción, donde es acogida, cultivada y desde donde el propio espíritu, la comunica. Es la vida verdadera que va por dentro.
¿Qué vida verdadera? Ante todo, durante todo y después de todo, una vida que se comunica con Dios, una vida que es Religión, una Verdad que es religación, porque es búsqueda de Dios, retorno a Dios, destino en Dios. La Religión se presenta así como un concepto cultural que empuja, que anima, que exige.
Y se descubre que hay otros que intentan lo mismo, que buscan lo mismo, que sufren o gozan por lo mismo. La Unidad, ya percibida en los albores de la experiencia cultural personal, se hace entonces Comunidad.
Y de esa vida en común fluyen las Costumbres, esos hábitos, esas prácticas que permiten que nos reconozcamos -de nuevo- en el vínculo con las raíces, pero hecho ahora actualidad. O que a veces, por desgracia, comprobemos el alejamiento de la tierra buena, la ruptura entre los sarmientos y la vid, la vana pretensión de dar frutos desde el páramo.