Definir “Europa”… 15 años después (2003-2018)
Todo hombre -y toda nación- tiene el sagrado derecho de preservar sus diferencias y su identidad en nombre de su futuro y en nombre de su pasado.
JEAN RASPAIL
Quien habla en nombre de los otros es siempre un impostor.
EMIL CIORAN
José Antonio Bielsa Arbiol. En el preámbulo del inquietante borrador de la Constitución Europea, llamado Proyecto de Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa (“adoptado por consenso [sic] por la Convención Europea los días 13 de junio y 10 de julio de 2003”), los prepotentes cocineros del mismo, en un dechado de desleimiento histórico sin parangón, decidieron tomarse la licencia de apelar al buen nombre del historiador griego pagano Tucídides, arrojando sobre el papel una cita de éste sacada de contexto: “Nuestra Constitución… se llama democracia porque el poder no está en manos de unos pocos sino de la mayoría”. El lector atento, hastiado de retóricas pardas y efectos de relumbrón para engañar a los tontos, no habría de tardar en detectar lo inadecuado de tal cita a la luz de la Historia legítima; en palabras del preclaro Gómez Dávila, “la democracia ateniense no entusiasma sino a quienes ignoran a los historiadores griegos”. Es el viejo recurso de la mezquina progresía corruptora del lenguaje y de los pueblos adormecidos y decadentes: acudir a una fuente de los tiempos pretéritos para, en un giro abracadabrante, nivelar presente bufo y pasado idílico, licuando así veintitantos siglos en una frasecita devenida lugar común. Ni al mismísimo Scribe, magnífico charlatán grafómano, se le hubiera ocurrido encajar tamaño pegote de mala masa de harina en uno de sus libretos de ópera a la moda. Este recurso, indudablemente, permitía además perpetrar un buen golpe al corazón de la vieja Europa, omitiendo torticeramente “los quince siglos de influjo cristiano en la formación de lo que hoy es ‘Europa’…” (George Weigel).
Pero la artimaña no terminaba aquí. Tras asistir a esta cita/guinda, los cocineros del Proyecto antieuropeo en cuestión inician el texto liminar con una mentira hiriente, glaseada de corrección política previo baño en el jarabe marxista cultural de rigor:
“[1] Conscientes de que Europa es un continente portador de civilización, de que [2] sus habitantes, llegados en sucesivas oleadas desde los tiempos más remotos, [3] han venido desarrollando los valores que sustentan el humanismo: la igualdad de las personas, la libertad y el respeto a la razón”… Pero, ¿fue esto alguna vez así? ¿De qué biblioteca se han sacado tales afirmaciones categóricas estos relativistas de cocinilla? Y lo más grueso: ¿de qué son (ellos) “conscientes”? Vayamos por partes, aunque el asunto (por obvio) no lo merecería si no viviéramos bajo la dictadura totalitaria del pensamiento único impuesto desde los medios de desinformación de masas.
[1] Primero, Europa NO “es un continente portador de civilización”, simplemente Europa ES la civilización (al menos en el sentido direccional que querían darle sus presuntos panegiristas, en tanto aludían a la civilización entendida en términos de acción de civilizar o civilizarse, es decir poseer los conocimientos, cultura y formas de vida propias de los países más desarrollados). Y Europa es la civilización porque (ni antes ni después que nadie) Europa fue la gran civilizadora, y fue Europa y no la milenaria China o las regiones sumidas en las tinieblas de la Media Luna, la que devino civilización porque de un modo u otro civilizó cuanto su radio de alcance influyó, anexionó o fagocitó, expandiendo su influjo bajo la Ley de Cristo, es decir bajo la Santa Cruz, providencial motor del “Genio del Cristianismo” (Chateaubriand). Aspecto éste cardinal, pues como ya sabrán de sobra ustedes, el documento masónico en cuestión que aquí traemos omite cualesquiera referencia a las raíces CRISTIANAS de Europa, lo que meramente implica una grosera falsificación de la Historia, a la que contribuyeron con gran empuje gobiernos como el sueco y el francés (cita: “Francia es un estado laico, y como tal no tiene la costumbre de introducir elementos de naturaleza religiosa en textos constitucionales” [Jacques Chirac]). Y es que la UE, como habría de afirmar rotundo años después un Geert Wilders, no es tanto Europa como la cárcel de Europa, una anti-Europa; vista la involución de las cosas en los últimos tiempos, la tesis del holandés denota gran pertinencia.
[2] Segundo, ni “sus habitantes, llegados en sucesivas oleadas desde los tiempos más remotos” fueron tales, ni es tolerable una simplificación tan torpe y anacrónica en lo que supone una falsificación del hecho histórico-demográfico, simplificación que, leída de nuevo en 2018 (y a tenor de la obvia invasión planificada de Europa por el Tercer Mundo), denota un cinismo marcadamente fétido. Ni Europa es una creación de los “tiempos más remotos”, ni hubo alguna vez “sucesivas oleadas” humanas que la habitaron (en los tiempos primitivos la población humana era escasísima, por consiguiente, el término “oleada”, leído aquí como aparición repentina de gran cantidad de personas, puede denotar veracidad, mas carece de verdad). Si bien el tejido poblacional de los tiempos primeros cimentó las bases de una estructura humana definida, con aptitudes naturales para lo que vendría luego, Europa no manifestaría su esencia propia y emblemática, léase civilizadora, hasta el advenimiento de los sucesivos triunfos de la europeidad primigenia; simplificando: filosofía griega, derecho romano y, sobre todo, Cristianismo. Todo cuanto precede a esta triple alianza del espíritu, intelectualmente sintetizada en una obra como el Apologético de Tertuliano, es arcilla nutricia, pero no savia consustancial e inherente al concepto de “Europa”. ¿Es posible definir “Europa”? Sí, pero no/nunca como lo hace la Constitución Europea. Europa es el idealismo de Platón y el dualismo de Aristóteles, la recta moral de Séneca y el legalismo retórico de Cicerón, coronados por la Luz de JesuCristo a través del Magisterio de la Iglesia y la Tradición, desde los primeros Padres hasta San Agustín y sus seguidores. Europa NO es un proyecto colectivo y democrático, sino individual y aristocrático: Europa es el genio, la fuerza y la fe verdadera de los menos al servicio de la ignorancia, la pusilanimidad y la incredulidad de los más: Europa es la superación de las tradiciones del paganismo y su inmersión en las fuentes cristalinas de la Catolicidad; Europa es la Iglesia Católica, la Iglesia Universal de Cristo, Única y Legítima depositaria de la Fe Verdadera. Europa es un hecho histórico consumado e irreversible. Negar esta realidad pétrea de milenios de dorado esplendor es negar a Europa su mismísima esencia.
[3] Y tercero, jamás se “han venido desarrollando los valores que sustentan el humanismo: la igualdad de las personas, la libertad y el respeto a la razón (sic)”. El humanismo nunca hizo nada de eso: de hecho, el humanismo al que aluden estos voceros invertebrados no es tanto el movimiento cultural surgido en la Europa del Renacimiento (cristiano hasta los tuétanos en algunos de sus más destacados exponentes, caso de nuestro Juan Luis Vives), como el otro humanismo (el antihumanismo de Sartre y el existencialismo ateo en general, preferiblemente francés), presuntamente fundado en el estudio del ser humano como individuo de razón soberana: “el hombre, si prescinde de Dios, lo único que puede organizar es un mundo contra el hombre” (Henri de Lubac). En cuanto al mito de la igualdad de las personas, no merecería apenas comentarios si no apareciera seguido del concepto de libertad, y es que como ya demostró el preclaro filósofo político Carl Schmitt, a la sazón católico practicante, igualdad y libertad son conceptos antitéticos, de puro incompatibles, en cuanto se repelen mutuamente, sin posibilidad alguna de alianza en el plano de la mera realidad. El respeto a la razón, tercera ocurrencia presuntamente emanada de este falso humanismo, es supuesto que nada significa, de puro vaciado de sentido: bastaría con preguntarse si es respetable la razón por el mero hecho de ser sólo razón, o ¿acaso todas las humanas razones valen lo mismo/merecen el mismo “respeto” en tanto en cuanto humanas razones? ¿Qué demonios nos están vendiendo tras toda esta palabrería estos mixtificadores?
De nuevo, el segundo párrafo del preámbulo, tan categórico como el previo, riza el rizo de la falsificación de la Historia a través de un ridículo discurso pro-Ilustración sin correspondencia alguna con la realidad de los tiempos pasados (ni mucho menos con los tiempos de los sectarios teóricos de la Revolución Francesa). Podemos leer lo siguiente: “Con la inspiración de las herencias culturales, religiosas y humanistas de Europa, cuyos valores, aún presentes en su patrimonio, han hecho arraigar en la vida de la sociedad el lugar primordial de la persona y de sus derechos inviolables e inalienables, así como el respeto del Derecho”. Obviando la última frase (“así como el respeto del Derecho”), todo lo demás es una crema pastelera rosácea para un público adicto a las gelatinas historiográficas. El texto afirma rotundo que está inspirado, nada menos, “con la inspiración de las herencias culturales, religiosas y humanistas de Europa”. Y en virtud de su inspiración, no duda en atacar implícitamente la única-unidad de Europa (que es ante todo y sobre todo unidad de creencia, por ende UNA), vindicando una inexistente diversidad nunca demostrada como elemento de cohesión e integración, subrayado en la afectación de los plurales: ¿Herencias culturales, religiosas, humanistas? ¡Seamos categóricos! Sólo hubo una, quintaesenciada no más: la Cristiana Católica Romana, que preservó el legado previo, amalgamándolo en una síntesis perfecta (puesto que de lo contrario nada habría sobrevivido a la destrucción, pensemos por ejemplo, sin ir más lejos, en la invasión islámica en España y la consiguiente obra civilizadora de la Reconquista: ocho siglos de “restauración” de la estructura dañada por disolventes agentes externos).
El tercer párrafo, también de relleno, perpetúa pareja retórica sin salirse un ápice de los eriales de la corrección política: “En el convencimiento de que la Europa ahora reunida avanzará por la senda de la civilización, el progreso y la prosperidad en bien de todos sus habitantes, sin olvidar a los más débiles y desfavorecidos”. Demagogia ultrabarata. Sin comentarios.
Los ridículos últimos párrafos del preámbulo del borrador, masónicos hasta la cerviz, se arrancan tranquilamente las caretas de la infamia en su imposición del totalitario discurso globalista paneuropeo: “En la certeza de que los pueblos de Europa (…) están resueltos a superar sus antiguas divisiones y, cada vez más estrechamente unidos, a forjar un destino común, / Con la seguridad de que, ‘unida en la diversidad’, Europa les brinda las mejores posibilidades de proseguir, respetando los derechos de todos y conscientes de su responsabilidad para con las generaciones futuras y la Tierra, la gran aventura que la hace ser un espacio especialmente propicio para la esperanza humana, / Agradecidos a los miembros de la Convención Europea por haber elaborado esta Constitución en nombre de los ciudadanos y de los Estados de Europa (…)”. La cháchara paneuropeísta de estos perdonavidas, entre humanitarista y panteísta, resulta insufrible de puro presuntuosa en su afectación: “en la certeza”, “están resueltos”, “unida en la diversidad”, “conscientes de su responsabilidad para (…) la Tierra”, “un espacio especialmente propicio para la esperanza humana”, etc. Hasta llegar a ese colosal “en nombre de los ciudadanos y de los Estados de Europa” (sic), es decir, en nombre de NADIE, o lo que es lo mismo, en nombre del contubernio totalitario y anticristiano impuesto por las élites del poder… Hasta aquí el preámbulo del borrador de la Constitución Europea, llamado Proyecto de Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa. Cuanto iba a venir después no haría más que radicalizar dichos presupuestos disolventes.
Hoy, 15 años después de tan aciaga obra de ingeniería social impuesta de espaldas a los europeos de a pie, vemos cómo Europa, la Europa de 2018, es un escenario geopolítico absolutamente diferente al de 2003. El escenario es oscuro, aunque no negro. ¿Sobrevivirá la Europa realmente existente a la gran debacle genocida tramada contra sus pobladores autóctonos por las oligarquías financieras mundialistas, esclavistas y antieuropeas? NO, si Europa sigue revolcada en las cloacas del hedonismo y el libertinaje que sus nuevos clérigos laicistas le predican e imponen desde las tribunas públicas; SÍ, si recupera al fin sus principios perennes.
Urge, por tanto, redefinir cuanto antes el concepto de “Europa”, para así salvar los penates de la Civilización Occidental del gran naufragio planificado por los albañiles del Nuevo Orden Mundial.
“Para darnos cuenta es suficiente echar un vistazo al fallido Club Financiero que llaman Unión Europea: el penoso embrollo que ha servido sólo para facilitar la invasión islámica, imponernos la estupidez llamada Moneda Única, pagar salarios fabulosos y exentos de tasas y enriquecidos por fabulosos reembolsos de gastos a sus parlamentarios, robar el parmesano y el gorgonzola a los italianos, abolir setenta razas caninas (todos-los-perros-son-iguales, ha comentado desdeñosamente la antropóloga Ida Magli), y a uniformar los asientos de los aviones. (Todos-los-culos-son-iguales.)” (Oriana Fallaci, La rabia y el orgullo [2001]).
¡EUROPA, DESPIERTA!