Miguel Massanet Bosch. No sé cuantas personas se sentaron ante el televisor a ver, una vez más, este concurso de Eurovisión; pero si sabemos que, al menos fueron un millón menos que en el 2012. Debemos confesar que cada año conscientes de que nuestros enviados van a fracasar de nuevo, nos seguimos apuntando a este evento, quizá por una cierta nostalgia de aquellos tiempos en que aquella adolescente italiana, Gigliola Cinquetti, nos confesaba que “no tenía edad para amar” algo que, hoy en día, conociendo a nuestra juventud, sería como para que lo dijera una niña de diez años y aún con reservas.
Lo cierto es que, después de tantos años de seguir este certamen y de haber comprobado que nuestra representación en él, salvo contadas excepciones, han cosechado la lista de fracasos más numerosa de la historia de la música ( 10 vergonzosas intervenciones saldadas con puntuaciones que no superaron los 24 puntos, algunas con 0 o 1 puntos), agravados por el hecho de que, la mayoría de ellos, han sido estrepitosos; como ocurrió anoche con este grupo descafeinado, amorfo, sin carisma alguno y desafinado, que la dirección de nuestra TV1 se atrevió a enviar a Malmoe ( Suecia) en representación de España, con una cantante, Raquel del Rocío, del grupo Los sueños de Morfeo, que daba la sensación de que sólo iba a cubrir el expediente conocedora, seguramente, de que sus posibilidades de ganar, como después se demostró en la votación, eran nulas. Un fiasco más de nuestra cadena pública.
Lo que no acertamos a comprender es que, la TV1 y su directiva, todavía no haya aprendido que, con determinado tipo de canciones y con representantes baratos y de escasa calidad, no se consigue más que caer en el ridículo. Cierto que, el propio festival de Eurovisión, hace tiempo que se ha convertido en una simple exposición donde se barajan los intereses de las discográficas y donde, evidentemente, se está demostrando que el cantar en inglés es algo clave para tener opción a hacerse con el ansiado premio. Claro que, el que las naciones de habla no inglesa puedan presentar sus canciones en inglés esconde una trampa que, de por sí, se encarga de desacreditar lo que debería ser, precisamente, la misma base del concurso, la riqueza idiomática que debería justificar su misma existencia y el propio orgullo de las naciones participantes de concurrir con su lengua vernácula y no con otro idioma prestado, con el sólo objeto de tener ventaja respecto a sus contrincantes que, como es el caso de España, utilizan su propio idioma.
Mención aparte merece la pobre y desangelada formación del grupo que debía encargarse de la votación y de comentar las incidencias, incapaz de reaccionar ante la magnitud del fracaso, lo que convirtió su última intervención en una especie de velatorio donde nadie sabía como salir del apuro. Ya no hablemos de la participación del señor José María Iñigo, una vieja gloria de la TV, por supuesto amortizada, que parece que se resiste a aceptar que sus tiempos de presentador han acabado y que, en esta última intervención como comentarista, aparte de ejercer de encargado de dirigir el velatorio de nuestra pobre intervención, incurrió en uno de los defectos que más se le criticaron a su antecesor en su puesto de presentador, el desaparecido señor José Luis Uribarri que, siendo un gran profesional, empezó a perder su estrella cuando se dedicó a convertir su participación en el Festival de Eurovisión, en un pesado y ritualizado ejercicio de adivinación de la canción que cada país iba a votar, en función de una serie de baremos de vecindad, simpatías, idioma utilizado o intereses económicos o políticos. Lo que, con cierto éxito, practicó don José Luis, resulta impresentable en alguien que no reúne las cualidades de su antecesor.
Es obvio que, el procedimiento que la TV1 viene utilizando para escoger la canción que ha de ser presentada en el Festival de Eurovisión, no funciona. Este populismo con el que se pretende dar protagonismo a la ciudadanía, dándole la última palabra para elegir la mejor canción de entre las que se presentan a concurso, se viene demostrando que es la garantía de que va a fracasar y lo mismo podemos decir de a quienes se les encomienda la responsabilidad de defender el nombre de España ante la audiencia europea que es, en definitiva, la que tiene, al menos en una parte importante, que dictar el veredicto final.
No estamos en este país para malgastar el dinero. Si ya nos quejamos de que, una TV1 pública, se dedique a producir, con el dinero de los ciudadanos, películas españolas que, en un 80% resultan fiascos y, las que no lo son, apenas cubren gastos; cuando la misma cadena cada año presenta un balance con una cuenta de resultados teñida de rojo, reflejando cientos de millones de pérdidas; no estamos convencidos de que sea lo mejor para nuestro país, el acudir a certámenes que, aparte de generar gastos que no estamos en condiciones de asumir; de defraudar a los pocos oyentes que todavía quedamos dispuestos a asumir el fracaso que ya prevemos, ni tan siquiera tienen el mérito de elevar la imagen artística de nuestra nación, darnos algún prestigio ante el resto de naciones o ayudar a nuestros artistas a conseguir buenos réditos mediante la comercialización de su canción.
Y ya que estamos refiriéndonos a la TV pública, no hemos sido capaces de advertir, ni en sus informativos ni en sus programas de opinión, ninguna mejora respecto a aquella televisión politizada que, en manos de los socialistas, se había convertido en su mayor centro de propaganda para sus intereses. Será por los locutores, será por los productores o será por esta especie de escrúpulos de las derechas de tomar las medidas adecuadas para evitar que la caja tonta se convierta en un elemento más de deterioro de la imagen del Gobierno pero, lo cierto es que no entendemos las críticas, inconcebibles, que algunos elementos de la izquierda se atreven a hacer de sus noticieros o programas de opinión, cuando la verdad es que, en todos ellos, la balanza siempre se inclina a favor de aquellos que critican las normas, las actuaciones o las decisiones del Ejecutivo cuando, tradicionalmente, los medios de comunicación suelen estar, al menos en su mayoría, de parte de los que ostentan el poder.
Puede que este puritanismo de las derechas sea de elogiar desde un punto de vista ético pero, qué duda cabe, que cuando la oposición no tiene empacho alguno en utilizar los más mínimos resquicios, aunque sean ilegales, para conseguir desprestigiar a los que gobiernan; tiene en su poder la mayoría de medios de comunicación del país y, por añadidura, están consiguiendo hacerse con el dominio de las calles; el ser tan escrupulosos con quienes les están segando las hierbas de debajo de los pies, puede significar, además de un exceso de candidez política, un verdadero ejemplo de estupidez si, además, se tienen en las manos los medios de cambiar la situación con unos simples cambios de titularidades y algunos traslados a lugares de menor importancia. En esta lucha que se está desarrollando en España ya no caben los remilgos propios de otros tiempos, donde el honor era respetado; sino que se deben recurrir a las mismas armas de las que se valen los que, por los medios que fueren, intentan destruir nuestra democracia para implantar otro tipo de poder, al estilo del que se está aplicando en algunas de las llamadas “democracia”, de Sur América. En fin, fracasos en Eurovisión y fracasos en la política interna del país, son demasiados tropiezos para que los españoles nos sintamos seguros en esta pobre nación que todos conocemos como España. O así, señores, es como lo veo yo.