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Diario YA


 

moderado crecimiento del PP, incluso en medio de la crisis brutal que padecemos

Desastre en Cataluña

Ángel David Martín Rubio. No me refiero al 5-0 de esta noche. Bueno, también. Pero al hablar de desastre estoy pensando en el pasado domingo 28 de noviembre.
En las elecciones celebradas en la región catalana, la verdadera victoria ha sido de la abstención que ha superado a cualquiera de los partidos más votados. Solamente el 59,95% de las personas con derecho a voto han hecho uso de ese derecho.
Y no seré yo quien alabe a los que se quedaron en casa. La democracia liberal tiene, a mi juicio, muchas objeciones pero, si pone en nuestras manos la capacidad de abatir y designar Gobiernos metiendo un papel en una urna de cristal, y no lo hacemos, la responsabilidad es nuestra, no del sistema. Por muy corrupto que sea. Que lo es. Basta recordar que de los 32 partidos políticos que se presentaron a las elecciones, apenas sí se ha hablado de 4 ó 5. El resto no ha existido para unos medios de comunicación más atentos a unos vídeos electorales que rallan lo pornográfico.
Ahora bien, una segunda constatación no es menos demoledora: la opinión mayoritaria en Cataluña sigue optando por candidaturas que coinciden en su visión del hombre y de la política aunque discrepen en cuanto al nombre de las personas que han de gestionar la cosa pública. Especialmente letal resulta el apoyo al nacionalismo parasitario que vive a costa del presupuesto del Estado español y a grupos radicales de izquierda con fuertes conexiones mediáticas. Al igual que ocurre en el resto de España, esta sociedad está podrida y el resultado electoral es la mejor radiografía.
El moderado crecimiento del PP, incluso en medio de la crisis brutal que padecemos, demuestra las limitaciones de este partido incapaz de recoger votos en numerosas regiones de España a pesar de las candidaturas de perfil bajo promovidas por Rajoy. Por otra parte, el electorado de izquierdas ha demostrado que sigue prefiriendo el mesianismo de ZP, el matonismo de Blanco y las simplezas de Pajín a unas alternativas duras, pseudo-españolistas en el discurso y radicales en lo social como las propuestas por Ciudadanos o UPyD.
Estas elecciones han demostrado una vez más (¿Cuántas van desde 1976?) que en España no existe nada ni remotamente parecido a lo que pudiéramos llamar un voto de identidad católica reconocida. Ni siquiera identificando el voto católico —y es mucho conceder— con las formaciones pro-vida y pro-familia que que respetan el común marco liberal, alcanzamos una representatividad significativa.
Los católicos españoles siguen optando mayoritariamente por el PP (en el caso de Cataluña, CiU) y el PSOE, fieles a las consignas oficiales que se les han hecho llegar sin viraje constatable durante los pontificados de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI: “nada de partidos católicos, solamente debe haber católicos en los partidos”. Con ocasión del viaje a Cataluña de Benedicto XVI, apenas unas semanas antes de las elecciones, se ha reforzado aún más el apoyo sin fisuras de la Iglesia al separatismo que ha tenido manifestaciones tan pintorescas como el manifiesto de “bienvenida” que le dirigió la élite nacionalista y las intervenciones favorables a CiU de Sor Caram, una religiosa de las antaño llamadas de clausura, pero que debe parar muy poco en el Convento teniendo en cuenta su prolífica actividad. Son frecuentes sus apariciones en TV3 y en radios de toda Cataluña, así como en diversos foros públicos. Tiene un espacio de Radio llamado “Punt de Trobada” en la Cadena SER, y otro en televisión llamado "El torn”. Supongo, eso sí, que su blog lo podrá moderar desde el claustro en los tiempos libres que le deje su condición de “dominica contemplativa”.
El resultado es la existencia de gobiernos sostenidos en las urnas por presuntos católicos que implantan desde el poder el laicismo más agresivo al tiempo que los obispos se convierten en los palmeros de un sistema cuyas consecuencias luego lamentan. Cada vez que hablan es para condenar los “avances sociales” a que nos conducen irremediablemente los políticos y aparecen siempre como los malos de la película, los que no se enteran de por dónde va el mundo.
A mí me parece que el mejor análisis de estas elecciones, y de todas, ya se pronunció el 29 de octubre de 1933: «En estas elecciones votad todos lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí nuestra España, ni está ahí nuestro marco. Eso es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros, fuera, en vigilia tensa, fervorosa y segura, ya sentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas».
¿Y qué hacemos ante este panorama? Ya lo hemos dicho otras veces: los torpes intentos de reconciliar al liberalismo con el Catolicismo ponen de relieve la licitud y necesidad de una resistencia en el terreno cultural y político fundamentada religiosamente a pesar de la oposición de algunos eclesiásticos, por muy arriba que éstos se sitúen.
En la línea que ya apuntaba Vázquez de Mella:
«Cuando no se puede gobernar desde el Estado, con el deber, se gobierna desde fuera, desde la sociedad, con el derecho ¿Y cuando no se puede, porque el poder no lo reconoce? Se apela a la fuerza de mantener el derecho y para imponerlo. ¿Y cuando no existe la fuerza? ¿Transigir y ceder? No, no, entonces se va a las catacumbas y al circo, pero no se cae de rodillas, porqué estén los ídolos en el capitolio».

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