Desbalanceo entre la Europa del norte y la del sur
Miguel Massanet Bosch. Parece ser que las esperanzas de que Europa se convierta en una gran potencia supranacional, en la que todos los países integrantes consideren comunes, defendibles, inviolables y propias todas las fronteras de la Unión, tanto las del norte como las del sur, este u oeste; se están desvaneciendo a medida que los efectos de la crisis y subsiguiente recesión, han ido dejando huellas indelebles en aquellas naciones a las que se las ha sometido a medidas extremas para poder seguir estando dentro de la CE y aquellas otras que, en un principio, parecieron ser más inmunes a la crisis de las sub prime y, en vista de ello, decidieron que les correspondía ser las que dirigieran a los europeos, estableciendo de hecho sino de derecho, una distinción entre el Norte de Europa y las naciones del Sur, en general las más comprometidas y perjudicadas por la crisis.
Y esta falta de solidaridad, esta demostración de que Europa no puede ser nunca una sola nación, debido a que en su Historia han existido guerras, invasiones, matanzas, dominaciones, cuestiones religiosas y otras mil diferencias que, a lo largo de los siglos, han quedado grabadas de forma indeleble en los ciudadanos de cada una de las naciones que componen el puzzle europeo; se está manifestando de una forma ostensible en lo que está sucediendo en el Parlamento Europeo, con motivo de las dos principales crisis que hoy en día amenazan la estabilidad de una gran parte del mundo y en especial a la vieja Europa: Ucrania y la yihad islámica o el nuevo ISIS ( Estado Islámico)
El problema de la unidad de Ucrania, de la ocupación ostentosa de Rusia de una parte de su territorio, que empezó por Krimea y no parece que haya dejado de producirse, cuando es notorio que importantes efectivos de soldados rusos y vehículos acorazados han entrado en el este de la nación para apoyar a los prorrusos. No debemos olvidar que el conflicto tuvo su origen en el intento de la UE de atraerse al pueblo ucraniano, con la propuesta de la firma de un tratado de colaboración que, aparentemente, situaba a la exprovincia rusa dentro de la órbita de la Europa comunitaria. Todos ya saben los acontecimientos que siguieron a esta tentativa que, como primera providencia, produjo la anexión de Krimea por los rusos y la, más que evidente y escandalosa, falta de una reacción contundente por parte de Europa y EE.UU, demostrando su incapacidad para enfrentarse a los rusos o el miedo a sus posibles reacciones.
Es obvio que, para la Europa del norte, encabezada por Alemania, en estos momentos lo que más les preocupa es el problema de Ucrania, por las consecuencias económicas que para ellas supone la dependencia del gas y del petróleo y sus exportaciones a sus vecinos los rusos; por supuesto, para ellos, mucho más importante que el lejano conflicto con los yihadistas, aunque se muestran compungidos por las masacres de miles de yasidíes, cristianos y demás refugiados de la guerra en Siria e Irak; gentes que intentan sobrevivir a la violencia islámica. Evidentemente que, para el resto de Europa, la suspensión de compra de productos hortícolas o frutos perecederos por parte de Rusia también ha supuesto una contrariedad y un revés económico importante; pero la dependencia energética sin duda, en el caso de los países del sur, es mucho menor.
Para España e Italia puede que lo que más nos pueda intranquilizar, aparte de las avalanchas de inmigrantes que estamos recibiendo de los países africanos (tan mal enfocadas desde Bruselas, incapaz de dar una solución satisfactoria a los graves problemas que supone para ambas naciones), puede que sean las preocupantes noticias que nos llegan de Oriente Medio, donde las atrocidades llevadas a cabo por los seguidores del (auto nombrado)califa, Al Baghdadi, sumo dirigente del movimiento yihadista Estado Islámico de Irak y el Levante, entre cuyas pretensiones está la constitución de un Califato único, borrando las fronteras para constituir el gran Estado Otomano; que reúna bajo su poder a un amplio abanico de naciones que abarca, según uno de los mapas que se han difundido en los últimos días, desde el centro de África hasta regiones remotas de Asia y que incluyen sectores de Europa como los Balcanes o la península Ibérica.
Ya no se puede decir que el problema del Islam es sólo una profecía de novelistas que buscan el morbo de sus lectores o que son meras consejas de viejas alarmistas que siempre se asustan de todo porque, señores, lo que está ocurriendo con el ejército yihadista del EI no es una marcha de indisciplinados, mal armados, faltos de preparación y mal dirigidos árabes, como sucedía anteriormente con las tribus de talibanes; no señores, se trata de un ejército de más de 80.000 hombres, bien pertrechados, mejor dirigidos y magníficamente organizados, con asesores de otros países civilizados reclutados desde todas las partes del mundo y con un armamento que comprende, aparte de armas automáticas modernas, artillería y carros de combate muy difíciles de detener a pesar de los raids aéreos americanos.
En otras ocasiones, especialmente cuando se produjo la Primavera Árabe (aquellas rebeliones que comenzaron en el año 2010 y todavía persisten), y algunas naciones europeas colaboraron en armar y ayudar a los pueblos que se levantaron contra los llamados opresores y dictadores ( la mayoría con intenciones de sacar ventajas económicas de sus ayudas a los insurrectos, con la vista puestas en los importantes pozos de petróleo de algunas de aquellas naciones), ya advertimos del peligro de cederles la iniciativa a unos grupos, la mayoría musulmanes, fanáticos religiosos, enfrentados entre ellos (vean el caso de Libia) e incapaces de poner orden y disciplina entre aquellas turbas ingobernables que arrasaron sus respectivas naciones, creando una situación de ingobernabilidad que, ahora, transcurridos mas de cuatro años, todavía siguen persistiendo.
El resultado es que, nuestras fronteras con las naciones africanas, nos sitúan en primera línea en el caso, no improbable, de que el fanatismo islámico acabara por encender a nuestros vecinos y reavivase la viejas pretensiones, tantas veces reclamadas por las naciones africanas del norte, de recuperar lo que, para ellos, se considera como suyo y que no se limita a Andalucía, sino que quieren toda España. Las indecisiones de Europa, sus distintas prioridades, los intereses económicos, a veces enfrentados, de los distintos países, su distinta involucración en los temas europeos, como es el caso del Reino Unido, que mantiene la libra y una cierta distancia respecto al resto de países de la UE, crea lo que, en música, se conoce como un desbalanceo, en este caso entre las potentes naciones del norte y las menos afortunadas del sur. Así lo que es la melodía ( la solidaridad) debe dominar, estableciendo los principios por los que dentro de la Unión se provean en cada momento los apoyos a cada nación que los precise (ascensos y descensos en la escala musical); la armonía (El Parlamento de Bruselas) debe apoyar a la melodía, ocupándose de ejercer de árbitro para que el orden y la equidad se mantengan y el ritmo ( la burocracia) es el que establece la base para combinar, en el tiempo y la frecuencia, ambas funciones para que se lleven a cabo de una forma ordenada y efectiva.
Es obvio que esta dicotomía de objetivos, el anteponer unos a otros en función de las influencias, en lugar de la lógica; puede hacer que el proyecto europeo deje de ser efectivo y acabe por descomponerse, volviendo a una situación anterior difícil de ser digerible para la mayoría de países. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos inquietos los avances cruentos de los fanáticos criminales yihadistas.