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Diario YA


 

Una reflexión que lleva a la perplejidad

Desde la perplejidad; una visión parcial

Eugenio Rey Veiga La aplicación del 155 es algo que agradece una inmensa mayoría de ciudadanos de esta España, que el 29 de octubre salió a la calle en Barcelona. Tras la lectura de prensa en papel y digital, surge la reflexión. Una reflexión que lleva a la perplejidad.

Este artículo pretende hacer extensiva esta perplejidad, o sensación de tomadura de pelo, al resto del país. La perplejidad tiene razón de ser atendiendo a una serie de razones. Una de ellas viene dada por la manipulación del lenguaje utilizando las técnicas descritas por Gramsci. Pero hay más. Una breve retrospectiva de la inacción, o condescendencia del Estado en los diversos gobiernos de PP y PSOE para mantener el poder han permitido, entre otras cesiones al separatismo catalán representado inicialmente por CiU, lograr, entre otros desafueros, la inmersión lingüística en las escuelas, negando la posibilidad de la formación en lengua castellana, y relegarla a un papel meramente testimonial en el mejor de los casos.

La cooperación de los gobiernos de España, -en este caso socialistas-, facilitó la imposición del rotulado en catalán en comercios y establecimientos privados, so pena de multas, que ante casos de resistencia, se llevaron a cabo sin contemplaciones. Abundando en la memoria histórica reciente, recordando el “España nos roba”, trampolín desde el que se aceleran los pasos a la secesión, tiene su origen en la crisis mundial de 2006, cuando Mas, al igual que en el resto de España, hubo de aplicar duras medidas de austeridad, tras lo cual tuvo que ser rescatado en helicóptero ante las turbas de indignados que cercaron el parlamento autonómico en 2011.

Un año más tarde, Convergencia alentó la participación popular del 11 de septiembre para reclamar el pacto fiscal, una cesión más que en la Transición se ofreció y que Pujol no aceptó, puesto que el ungido negó convertirse en detestado cobrador de impuestos. El estado actual de cosas, es cúmulo de otros tantos desmanes que sería prolijo enumerar, y cuya extensión ampliaría innecesariamente este artículo, además de desviar del objetivo principal del mismo. Hoy día se tiene asumido que en España rige la democracia, cuando en realidad, el mercadeo realizado durante los últimos 40 años, lleva a cambiar un sustantivo por otro: partitocracia, un neologismo que define con mayor precisión al sucesivo cambio de cromos para alterar, paciente, pero inexorablemente, y lograr socavar el concepto de Nación. La aplicación del 155, tal como se ha difundido, es timorata.

En otros términos, quizás cobarde. En una región inflamada de una megalomanía identitaria, consecuencia de la influencia de medios públicos y privados subvencionados por el erario público, han conducido a la creación de un estado mental colectivo de un nacionalismo megalómano e irreal, de una Cataluña mágica, utópica y onírica, que sufre una patología adicional infantilista pero con ínfulas de superioridad. Un infantilismo, descrito acertadamente por Francisco Rosell en su artículo del diario El Mundo del 29 del presente, “demandante de derechos sin obligaciones, acompañados de unos agravios más aparente que reales, lo que conduce a la creencia de sometimiento, que da pábulo a la pretensión de humillación en virtud del cual se olvida el principio jerárquico de las leyes para conculcar la ley superior sobre la que se basa la doméstica a ella subordinada. Bajo esta excusa pretender eludir las consecuencias de sus actos”.

Pero parte de este gran problema es que muchos españoles han asumido muchos de esos tópicos; uno de los cuales es considerar a España como autoritaria prisión de naciones, que no es más que una antesala a la nación de naciones. Bajo este pretexto, una eventual reforma de la Constitución se presenta como un pago anticipado a los sediciosos del gobierno regional y a los desleales espasmódicos recurrentes del PSOE, a los que al parecer, también se apunta parte del PP.

Con esta permisividad de casi cuatro décadas, fruto del mercadeo político de tirios y troyanos, se ha creado una partitocracia, que ha desembocado en un Estado cautivo de las coyunturas del momento. Esta suerte de darwinismo –de adaptación a las circunstancias cambiantes de cada legislatura, y solícitos prestatarios de las demandas de Cataluña- es también debido, en parte, a la asunción de los gobiernos nacionales de parte del mensaje de los medios, unos medios generosamente subvencionados por los gobiernos separatistas, tildados ingenuamente de “nacionalistas” por los incautos; otro de los logros de Gramsci. Y en parte, también de un sector de prensa “progre” de implantación nacional.

Por ello, la forma de ejecución del 155 –meramente electoral- debería plasmarse en forma más contundente para retomar sin complejos el control de los medios de comunicación públicos el tiempo necesario para tratar de neutralizar la propaganda hispanófoba que la Generalidad se ha encargado de azuzar y alimentar. Y la convocatoria de elecciones a tan corto plazo suena a tomadura de pelo. Es imposible desmontar el tinglado separatista en 55 días; eso, requerirá de mucho más tiempo de reeducación y tras la oportuna poda en las instituciones.

Entre ellas, la disolución de los Mossos de Esquadra (fuerza en su origen de carácter privado, -llamados mozos de Veciana, y autorizados por el denostado Felipe V por los separatistas-) y su integración en el Cuerpo Nacional Policía en ciudades y en la Guardia Civil en el entorno rural, previa superación de aptitudes y actitudes.

Haciéndolo bien, y con estrecha y continua supervisión en el tiempo, el trauma y la desazón que hoy se padece deberá tener un final en el que los tontos útiles de hoy se conviertan en los tontos inútiles de mañana, salvo que la servidumbre de ocultos e inconfesables intereses a muy alto nivel – que se intuye existen y vienen de lejos- impida la transformación de algo real, como lo aquí apuntado, en su opuesto. De no hacerlo, de mantenerse en el error de un próximo retorno al punto de partida, ¿a quién beneficia?.

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