Principal

Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Diálogo de sordos

Manuel Parra Celaya. Recomiendo de todo corazón a los lectores catalanes y no catalanes que busquen en la hemeroteca de La Vanguardia un magnífico artículo de Francesc de Carreras titulado Elliot y el debate catalán. En él se dan las claves para desmontar los mitos y falsedades sobre los que se asienta el nacionalismo separatista, y valga la redundancia.

Después de leerlo, seguro que nos asaltará una pregunta: “Si esto es así y está documentado, ¿cómo es posible que tantas personas acepten las falacias secesionistas?” El articulista cita al ya lejano Vicens Vives y al cercano Elliot para rebatir afirmaciones tópicas como “el expolio de Cataluña por parte de España desde 1714” y el eslogan obligado y consecuente “España nos roba”, que siguen haciendo mella en la población y  se enseñan en los colegios; recientemente, he oído aun niño de 6 años que “él quería ser de mayor President de la Generalitat para evitar que Madrid siguiera robándonos”. Por supuesto, cualquier argumentación en contra de estos dislates es recibida con desprecio y hostilidad crecientes.
 
La clave nos la proporciona Carreras al recordar que Elliot se ha alineado con la trayectoria de Vicens Vives en contra de la historiografía romántica.
 
Todo nacionalismo  -no solo el catalán o el resto de los periféricos e identitarios- parte de una concepción romántica del término nación; no es solo el lugar de nacimiento, como se podría definir antes del XVIII, sino que atribuye al concepto una connotación de homogeneidad de caracteres entre quienes se consideran miembros de la supuesta nación, homogeneidad que viene dada por naturaleza, de forma espontánea: raza, lengua, tradición, paisaje, costumbres…Obsérvese que el retorno a lo natural, como característica del Romanticismo subyace en el fondo de esta interpretación, que desdeña por tanto cualquier valoración histórica cuando se trata de identificar una nación. 
 
Con ello, ya tenemos la base de las señas de identidad o del hecho diferencial, consubstanciales a todo nacionalismo.  Pero, en segundo lugar, no olvidemos tampoco que el Romanticismo representa la preeminencia del sentimiento sobre la razón; en consecuencia, toda expresión nacionalista se fundamenta en lo  afectivo, terreno pantanoso donde suelen naufragar todas las expectativas humanas, sean en el plano individual, de pareja o colectivo.
 
Por último, no debemos olvidar asimismo la fuerte tentación romántica en sustentar su caudal temático en mitos y leyendas, más atractivas por supuesto que las realidades y evidencias históricas; también en este sentido se puede advertir la cepa romántica que da lugar a los frutos agridulces del nacionalismo, de todo nacionalismo. Cualquier afirmación sobre los verdaderos fundamentos de un supuesto colectivo nacional será rechazada con el máximo desdén. La pedagogía nacionalista elegirá para el adoctrinamiento escolar o ciudadano hitos, efemérides, personajes o fechas de modo tergiversado, con enfoque más próximo a lo fantástico que a lo real y probado.
 
Es posible el debate entre personas de ideologías distintas, dispares o incluso contrarias. Raramente lo es con un nacionalista exaltado, pues a nuestras razones responderá con sentimientos  (agravios históricos, victimismo, mitología, tópicos inculcados…); imagínense el efecto si, desde las aulas escolares más tempranas, la labor de incisión nacionalista ha tenido la patente de corso de que ha gozado en el caso del Estado de las Autonomías, cuando, de forma temeraria, se entregó a estas el arma poderosa de la educación. 
 
Todavía es peor si al sentimiento nacionalista se le pretende oponer otro sentimiento igualmente nacionalista, aunque sea de mayor amplitud geográfica; siempre ganará el más  cercano y próximo al individuo. Recordemos una vez más a Eugenio d´Ors: Todo nacionalismo es en el fondo separatismo; la extensión no importa.   
 
No es extraño que una clase política todopoderosa y displicente, configurada como un neocaciquismo, especule constantemente con el sentimentalismo de una población. Tiene asegurada la inmunidad ante sus mentiras, el éxito ante su propaganda, la ignorancia ante su corrupción o mala gestión; basta con que enarbole la enseña conveniente, busque e identifique agravios y culpables, señale al enemigo. Esta exacerbación de sentimientos hará el resto y quedará como arma impresionante para el logro de sus intereses de casta.