Principal

Diario YA


 

Una de bolsos

Doña Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita

La Lupa del Ya. Anda revuelto estos días el solar patrio español con los bolsos de la Barberá y su procedencia, lícita, ilícita o mediopensionista. No seremos nosotros los que obstruyamos la acción de la Justicia cuando ésta actúa en persecución de supuestos choriceos, sobornos y prebendas. Pero, pongamos las cosas en su lugar.
 
En modo alguno vamos a justificar fechoría alguna, pero lo que le atribuyen a Doña Rita, Rita, Rita, el bolso que se da no se quita, parece retrotraernos a las películas en blanco y negro de Tony Leblanc y Pepe Isbert. Películas de tramposos, que ejercieron con virtuosismo una foma de buscarse la vida basada en vocación, experiencia, dotes naturales y cara dura. Eran otros tiempos. Tiempos de picaresca teñida de ternura, de la desesperanza del pobre diablo que salía adelante para poder vivir. Pero no deja de tener cierto aire de latronicinio honrado.
 
Duele sin embargo sospechar que tras estas fruslerías se esconde otra triste realidad: la España de los sinvergüenzas a gran escala y de guante blanco, triunfando sobre la otra de alpargata y pobreza auspiciada por la crisis. La España de paisajes todavía humeantes, de troncos calcinados y montones grises de cenizas. Esa España en la que llegó un día un fulano con cerillas y cobró unos euracos del cacique local por despejarle el terrenito en el que poco después crecían grúas y promociones inmobiliarias. La España de la información privilegiada para especular con los ahorros de todos. Aquella España que vendió las reservas de nuestro oro en el peor momento. Esa España de cayenes y altos ejecutivos políticamente bien conectados.
 
No permitamos que los humos de unos bolsos nos impidan juzgar a los que fueron responables de todo aquello, que destrozaron nuestros bosques, los sembraron de torres, dieron hipoteca fácil a los españolitos, jugaron con nuestros ahorros, pretendieron jugar en bolsa con nuestro fondo de reserva de pensiones, y terminaron por endeudarnos hasta llevarnos al comedor social.
 
El castigo fue de gran utilidad en las pasadas épocas feudales para disuadir a futuros imitadores. A los furtivos, por ejemplo, se les trincaba con las manos en el ciervo, y se buscaba una de aquellas robustas encinas que llenaban la piel de toro, donde el viento hiciera girar despacito el fiambre al extremo de la soga. Guárdeme yo mucho de sugerir ataque alguno contra cualquier vida humana, sagrada para nosotros. Sin embargo, dejemos de mirar a otro lado y acabemos de una vez por todas con esa ralea que sigue dándonos el timo del tocomocho, hurtándonos la cartera, y desvalijándonos cada mes de Junio para llevarse en la Campaña de la Renta el fruto fiscal de nuestros diarios madrugones para deslomarnos bajo la égida de la ETT de turno. Así sea.