Dolor y mundo
José Escandell. 30 de enero. Quien está aplastado por el dolor preferirá un Dios malo a la inexistencia de Dios. Porque aunque Dios fuera malo, al menos serviría como desahogo y chivo expiatorio. Es duro –más dolor sobre el dolor- que no haya nadie a quien echar las culpas.
El dolor, que reconcentra en uno mismo y comporta un alejamiento del mundo, busca un agarradero. Quien sufre no encuentra comprensible que no haya nadie más sufriendo con él. Todos deberían sufrir con el sufrimiento de uno. Por eso los demás, ante quien sufre, al menos callan. Se trata de respetar el dolor de quien sufre. Cuando uno llora apenas puede comprender que otros rían. Y cuando se trata de grandes dolores se puede llegar a perder para siempre el sentido a la alegría. El mundo, entonces, se presenta como algo ajeno y extraño.
El que sufre está solo. A través de los que se encuentran alrededor quien sufre cree palpar el fondo de la existencia, porque el mundo se hace nada. Sólo cabe, en el mejor de los casos, la compasión, pero no la supresión del dolor. El dolor persiste y la compasión, cuando es auténtica, pone los corazones a la misma altura, pero no disminuyen el sufrimiento. Sufrir juntos sigue siendo sufrir.
Es en este marco en el que el sufriente mira la existencia en su totalidad y vive con sentido trascendente (aunque no es ésta la única ocasión en la que el hombre vive de esta manera). El mundo le repele y uno mismo, en su dolor, se convierte en la cosa cuestionada. Y se busca un agarradero, porque el mundo es percibido como algo extraño, porque es ajeno. El mundo no hace suyo el dolor y no se viste todo de dolor. «La vida sigue», es una frase a veces cruel.
Es que forma parte de la experiencia del dolor la búsqueda de su supresión. Es de la naturaleza del dolor que él mismo contiene la fuerza que lleva fuera de él. El dolor expulsa de sí mismo, y sólo patológicamente, o por algo añadido, puede el dolor ser algo en lo que se desea permanecer. Como le pasa al masoquista, o, en el extremo opuesto, a quien el hacer el bien le supone sufrimiento. En sí mismo considerado, y no por referencia a otra cosa, el dolor contiene en sí mismo el impulso hacia el no dolor.
Lo cual, por otra parte, puede explicar por qué resultan en cierto modo decepcionantes todas las teorías sobre el dolor y, en general, sobre el mal. Lo decepcionante está en que quienes acuden a teorizar sobre el mal, o el dolor, lo hacen frecuentemente con la expectativa de encontrar en la reflexión algún remedio. También en esto se manifiesta con la mayor claridad el carácter racional del ser humano, que echa mano en el momento de la crisis al instrumento principal del que dispone para vivir, la razón. Salvo que el dolor obstruya el pensamiento, lo que fácilmente sucede es, en el dolor, un repliegue reflexivo, más o menos terso y eficaz según las capacidades intelectuales de cada uno. También hay quienes han visto en la razón la medicina contra el dolor.